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Mensaje por lilian Vie Nov 01, 2013 7:27 pm

13/10/2013 Zombies del siglo XXI: muertos vivientes y esclavos de moda
x Israel Lazcarro Salgado    ::    Más articulos de esta autora/or: Más artículos

La amenaza zombie da la pauta a las futuras interacciones: tal como sucedía con los “indios salvajes”, no hay otra manera de tratar con los zombies que destrozándolos

Zombies Zombies Www-zombies03

Como todos sabemos, al menos desde hace algunos años, los zombies están de moda alrededor del mundo. Películas, juegos de video, muñecos, etc. Los muertos vivientes andan por todos lados. Desde luego, no hablamos del fenómeno vudú desarrollado a lo largo del siglo XVII por los esclavos negros llevados a las Antillas desde Dahomey (en el África occidental), y cuyos descendientes actuales siguen practicando diversas tradiciones rituales de lo que comúnmente se ha dado en llamar como “santería” y que han hecho famoso a Haití, como el país origen de la creencia en los zombies. No, no hablamos de este tipo de zombie, sino de una especie terrorífica, creada por Hollywood, cuyo éxito en el imaginario social contemporáneo es digno de tomarse en cuenta. ¿Cuál es la causa de esta “fiebre zombie” que hoy en día nos azota?, ¿por qué los zombies están de moda?

Es curioso que hablemos de moda zombie. El sentido primario, desarrollado en las Antillas, era el de un sujeto cuya voluntad está a merced de un hechicero, un brujo, que le esclaviza sin que la víctima pueda hacer nada contra ese letargo. La magia vudú permitía este control de un cuerpo a distancia. En realidad, el hombre que no se pertenece a sí mismo, y cuya voluntad está a merced de otro, ha sido por antonomasia la definición del esclavo: nos dice Aristóteles, desde el siglo IV a.C.: “esclavo es quien no se pertenece a sí mismo”. Bien podríamos entender al zombie antillano bajo esta categoría, que por cierto, me parece fecunda. Ya volveremos sobre ello.

Pensemos en el zombie actual, que todos conocemos: el zombie creado por la gran industria cinematográfica presenta notables características. Su descripción “etnográfica” no parece ofrecer mayores dificultades: además de ser un muerto viviente, es decir, un cadáver capaz de moverse, caminar e incluso correr (trastocando el orden cósmico prevaleciente entre cualquier sociedad interesada en dejar bien claras las fronteras entre vivos y muertos), el zombie hollywoodense condensa las características más atroces imaginables para la moral de Occidente: es caníbal, tiene un apetito feroz por la carne humana viva, mas el contacto con su saliva es mortal pues sus víctimas son infectadas con el mismo mal, de manera que se convierten en zombies también. Se trata de cadáveres al acecho de la vida.

Para colmo, no operan en función de ningún principio racional individual: no tienen conciencia alguna, son autómatas en constante búsqueda de seres humanos para devorar. No se puede negociar con ellos: no hablan ni parecen tener voluntad propia, no forman entidades políticas ni sociales reconocibles, son simplemente masa de cuerpos indiferenciados, corruptos y corruptores, sin mayor propósito que matar a los seres humanos “normales”, y tornarlos como ellos. Quizá lo que resulte aún más espeluznante es que este zombie, al carecer de conciencia, tampoco posee voluntad individual; se trata de un ente reducido a un mero cuerpo pútrido que obedece a una voluntad de masa, una multitud devoradora e incontenible que se mueve con la misma lógica de un ejército de hormigas: no hay individuos, solo masa.

Peor aún, puesto que estos seres ya están muertos, tampoco se les puede matar definitivamente, como suele suceder en casos análogos con enemigos mortales potencialmente exterminables (árabes terroristas, rebeldes vietnamitas, etc.). Desde el punto de vista bélico-hollywoodense, ¿puede haber algo peor que un enemigo que ya está muerto?

Por cierto que el zombie reúne así antiguos terrores medievales con los viejos miedos del liberalismo burgués decimonónico, un miedo a los otros que se edificó a finales del siglo XVIII con respecto a numerosos pueblos indígenas cuyo género de vida resultaba (y resulta ahora) tan chocante para el liberalismo burgués: el miedo a las colectividades “sin ley, lenguaje ni Estado” (todos sabemos que no existe un Estado Zombie, no tienen gobierno ni lenguaje, tal como se decía de los pueblos indios americanos); también se advierte el miedo a los grupos humanos donde el factor individual no es el más pertinente (y en el que volvemos a reconocer un asomo de la otredad indígena). Por otro lado, el zombie también condensa miedos más modernos: el miedo al contacto “infeccioso” con aquellos pueblos exóticos que mejor sería mantener al interior de un cerco sanitario, a fin de impedir que su género de vida, costumbres e ideas “contamine” a los propios (y en el que podemos reconocer fácilmente el dispositivo-cerco sanitario aplicado a los barrios obreros del siglo XIX, o bien al barrio judío hecho por los nazis, y las tentativas para “contener” zonas urbanas “rojas” llenas de prostitutas y homosexuales). En una palabra, el zombie es un peligro antropomorfo (igual que un extraterrestre malvado) con el que no se puede tratar humanamente: es el otro desprovisto de cualquier calidad humana (o debiéramos decir, cualquier cualidad burguesa).

Al final, la amenaza zombie da la pauta a las futuras interacciones: tal como sucedía con los “indios salvajes” del pasado, no hay otra manera de tratar con los zombies que destrozándolos. Después de todo, indios salvajes y zombies se reproducen sin control. De esta manera el otro (sea el indígena amazónico, el aborigen australiano, el negro africano, y todo aquel cúmulo de pueblos tradicionales explotados por el capital), devienen un peligro mortal para la supervivencia del burgués bien educado. ¡Oh qué tiempos aquellos en que el poder colonial podía aniquilar aldeas irrespetuosas! A esa añoranza, es que responde la emergencia del zombie contemporáneo. El zombie de nuestros días ofrece a la actual moral de Occidente la oportunidad de aniquilar multitudes sin remordimientos.

Ahora bien, lo más aterrador del caso zombie, es que parece presentarnos un cruel espejo de nuestra propia sociedad capitalista. Veamos: es el zombie, el autómata irreflexivo, aquel que no se pertenece a sí mismo, el más claro correlato de un moderno esclavo: el Amo convertido en esclavo de los objetos que construye, tal cual lo enunció la filosofía hegeliana. El zombie autómata de nuestros días, tiene mucho que enseñarnos sobre el peor de nuestros miedos: el miedo a que sea real en nuestras vidas. Se trata nada menos que del hombre enajenado descrito por Marx, aquel cuya autopercepción, su auto-reconocimiento y auto-conciencia, están atravesados, instrumentados y controlados por un otro, en este caso, el capital.

Hace siglo y medio Marx señalaba el hechizo místico del capital, que despojaba a los hombres de la capacidad de reconocerse como sujetos, forjadores y creadores de su propia realidad: las cosas, las mercancías y las capacidades tecnológicas, parecían asumir (para una humanidad enajenada, despojada de sí misma), el papel activo de la historia. Vemos así al sujeto kantiano, el Amo hegeliano sin duda, convertido ahora en objeto de sus creaciones: el fetiche, el objeto, la mercancía, el dinero: el Capital convertido en Dueño y Señor de los seres humanos, de la Tierra y de la vida toda. Hoy en día, asistimos como autómatas, como testigos pasivos, zombies, ante los despliegues más brutales del capital y su fetichismo tecnológico, cuya única divisa es su propio avance, su crecimiento, aunque sea sin seres humanos y sin vida. Pues como cualquier zombie, la voracidad capitalista devora irreflexivamente la vida.

Una sociedad que ya no compra para vivir, sino que vive para comprar, que vive para trabajar, que vive para el capital, es una sociedad que no se pertenece a sí misma: está enajenada. La impotencia de nuestras sociedades es análoga a la de una tuerca, que mira impotente el camino al precipicio y el derrumbe de la locomotora a la que está unida. Pero esta es sólo la actitud de un sujeto que cree ser objeto y asume los intereses del capital como propios. Una sociedad zombie.

El problema es que la “infección” de este género de existencia, está profundamente arraigada: desde la publicidad y la mercadotecnia, hasta la elaboración de “perfiles” en Facebook, tienen esta notable facultad de empatar los intereses del Yo con los intereses del capital: compro, me vendo, luego existo. El principal vehículo mediante el cual el capitalismo inoculó esta no-conciencia zombie, fue precisamente el placer y la autosatisfacción del individuo, un individuo voraz, sediento de satisfactores inmediatos: paradójicamente, mientras más se exalta la individualidad y preponderancia del Yo, más se le controla, pues es la industria capitalista la que más ha invertido en ofrecer los medios y términos con que el Yo debe ser “adecuadamente” exaltado. Vemos aquí al sujeto convertido en esclavo de los objetos que produce y consume, sujeto a la dinámica e inercia de su industria.

Es así que el ritmo vertiginoso de la civilización contemporánea, aniquila la voluntad de millones de personas, obligadas a mantener la maquinaria capitalista funcionando aunque en ello se juegue la vida del planeta. Una multitud autómata que depreda sin conciencia ni control, es precisamente la característica de las sociedades de masas, la multitud enajenada que consume alegremente la droga que le asesina. Comprar, producir, consumir, opinar y mimetizarse con la masa, serán las exigencias de esta voluntad ajena que impone su ritmo voraz. No falta un despistado que olvide llevar el último modelo del teléfono de moda, para que una multitud “lo devore” y le obligue a mimetizarse con ella, poniéndolo a la moda que el capital desea. En este sentido, no habría nada más zombie que la moda. Y peor aún, nada más zombie que la moda zombie.

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Mensaje por Lobo Solitario 1 Sáb Nov 02, 2013 5:55 pm

lilian escribió:13/10/2013 Zombies del siglo XXI: muertos vivientes y esclavos de moda
x Israel Lazcarro Salgado    ::    Más articulos de esta autora/or: Más artículos

La amenaza zombie da la pauta a las futuras interacciones: tal como sucedía con los “indios salvajes”, no hay otra manera de tratar con los zombies que destrozándolos

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Como todos sabemos, al menos desde hace algunos años, los zombies están de moda alrededor del mundo. Películas, juegos de video, muñecos, etc. Los muertos vivientes andan por todos lados. Desde luego, no hablamos del fenómeno vudú desarrollado a lo largo del siglo XVII por los esclavos negros llevados a las Antillas desde Dahomey (en el África occidental), y cuyos descendientes actuales siguen practicando diversas tradiciones rituales de lo que comúnmente se ha dado en llamar como “santería” y que han hecho famoso a Haití, como el país origen de la creencia en los zombies. No, no hablamos de este tipo de zombie, sino de una especie terrorífica, creada por Hollywood, cuyo éxito en el imaginario social contemporáneo es digno de tomarse en cuenta. ¿Cuál es la causa de esta “fiebre zombie” que hoy en día nos azota?, ¿por qué los zombies están de moda?

Es curioso que hablemos de moda zombie. El sentido primario, desarrollado en las Antillas, era el de un sujeto cuya voluntad está a merced de un hechicero, un brujo, que le esclaviza sin que la víctima pueda hacer nada contra ese letargo. La magia vudú permitía este control de un cuerpo a distancia. En realidad, el hombre que no se pertenece a sí mismo, y cuya voluntad está a merced de otro, ha sido por antonomasia la definición del esclavo: nos dice Aristóteles, desde el siglo IV a.C.: “esclavo es quien no se pertenece a sí mismo”. Bien podríamos entender al zombie antillano bajo esta categoría, que por cierto, me parece fecunda. Ya volveremos sobre ello.

Pensemos en el zombie actual, que todos conocemos: el zombie creado por la gran industria cinematográfica presenta notables características. Su descripción “etnográfica” no parece ofrecer mayores dificultades: además de ser un muerto viviente, es decir, un cadáver capaz de moverse, caminar e incluso correr (trastocando el orden cósmico prevaleciente entre cualquier sociedad interesada en dejar bien claras las fronteras entre vivos y muertos), el zombie hollywoodense condensa las características más atroces imaginables para la moral de Occidente: es caníbal, tiene un apetito feroz por la carne humana viva, mas el contacto con su saliva es mortal pues sus víctimas son infectadas con el mismo mal, de manera que se convierten en zombies también. Se trata de cadáveres al acecho de la vida.

Para colmo, no operan en función de ningún principio racional individual: no tienen conciencia alguna, son autómatas en constante búsqueda de seres humanos para devorar. No se puede negociar con ellos: no hablan ni parecen tener voluntad propia, no forman entidades políticas ni sociales reconocibles, son simplemente masa de cuerpos indiferenciados, corruptos y corruptores, sin mayor propósito que matar a los seres humanos “normales”, y tornarlos como ellos. Quizá lo que resulte aún más espeluznante es que este zombie, al carecer de conciencia, tampoco posee voluntad individual; se trata de un ente reducido a un mero cuerpo pútrido que obedece a una voluntad de masa, una multitud devoradora e incontenible que se mueve con la misma lógica de un ejército de hormigas: no hay individuos, solo masa.

Peor aún, puesto que estos seres ya están muertos, tampoco se les puede matar definitivamente, como suele suceder en casos análogos con enemigos mortales potencialmente exterminables (árabes terroristas, rebeldes vietnamitas, etc.). Desde el punto de vista bélico-hollywoodense, ¿puede haber algo peor que un enemigo que ya está muerto?

Por cierto que el zombie reúne así antiguos terrores medievales con los viejos miedos del liberalismo burgués decimonónico, un miedo a los otros que se edificó a finales del siglo XVIII con respecto a numerosos pueblos indígenas cuyo género de vida resultaba (y resulta ahora) tan chocante para el liberalismo burgués: el miedo a las colectividades “sin ley, lenguaje ni Estado” (todos sabemos que no existe un Estado Zombie, no tienen gobierno ni lenguaje, tal como se decía de los pueblos indios americanos); también se advierte el miedo a los grupos humanos donde el factor individual no es el más pertinente (y en el que volvemos a reconocer un asomo de la otredad indígena). Por otro lado, el zombie también condensa miedos más modernos: el miedo al contacto “infeccioso” con aquellos pueblos exóticos que mejor sería mantener al interior de un cerco sanitario, a fin de impedir que su género de vida, costumbres e ideas “contamine” a los propios (y en el que podemos reconocer fácilmente el dispositivo-cerco sanitario aplicado a los barrios obreros del siglo XIX, o bien al barrio judío hecho por los nazis, y las tentativas para “contener” zonas urbanas “rojas” llenas de prostitutas y homosexuales). En una palabra, el zombie es un peligro antropomorfo (igual que un extraterrestre malvado) con el que no se puede tratar humanamente: es el otro desprovisto de cualquier calidad humana (o debiéramos decir, cualquier cualidad burguesa).

Al final, la amenaza zombie da la pauta a las futuras interacciones: tal como sucedía con los “indios salvajes” del pasado, no hay otra manera de tratar con los zombies que destrozándolos. Después de todo, indios salvajes y zombies se reproducen sin control. De esta manera el otro (sea el indígena amazónico, el aborigen australiano, el negro africano, y todo aquel cúmulo de pueblos tradicionales explotados por el capital), devienen un peligro mortal para la supervivencia del burgués bien educado. ¡Oh qué tiempos aquellos en que el poder colonial podía aniquilar aldeas irrespetuosas! A esa añoranza, es que responde la emergencia del zombie contemporáneo. El zombie de nuestros días ofrece a la actual moral de Occidente la oportunidad de aniquilar multitudes sin remordimientos.

Ahora bien, lo más aterrador del caso zombie, es que parece presentarnos un cruel espejo de nuestra propia sociedad capitalista. Veamos: es el zombie, el autómata irreflexivo, aquel que no se pertenece a sí mismo, el más claro correlato de un moderno esclavo: el Amo convertido en esclavo de los objetos que construye, tal cual lo enunció la filosofía hegeliana. El zombie autómata de nuestros días, tiene mucho que enseñarnos sobre el peor de nuestros miedos: el miedo a que sea real en nuestras vidas. Se trata nada menos que del hombre enajenado descrito por Marx, aquel cuya autopercepción, su auto-reconocimiento y auto-conciencia, están atravesados, instrumentados y controlados por un otro, en este caso, el capital.

Hace siglo y medio Marx señalaba el hechizo místico del capital, que despojaba a los hombres de la capacidad de reconocerse como sujetos, forjadores y creadores de su propia realidad: las cosas, las mercancías y las capacidades tecnológicas, parecían asumir (para una humanidad enajenada, despojada de sí misma), el papel activo de la historia. Vemos así al sujeto kantiano, el Amo hegeliano sin duda, convertido ahora en objeto de sus creaciones: el fetiche, el objeto, la mercancía, el dinero: el Capital convertido en Dueño y Señor de los seres humanos, de la Tierra y de la vida toda. Hoy en día, asistimos como autómatas, como testigos pasivos, zombies, ante los despliegues más brutales del capital y su fetichismo tecnológico, cuya única divisa es su propio avance, su crecimiento, aunque sea sin seres humanos y sin vida. Pues como cualquier zombie, la voracidad capitalista devora irreflexivamente la vida.

Una sociedad que ya no compra para vivir, sino que vive para comprar, que vive para trabajar, que vive para el capital, es una sociedad que no se pertenece a sí misma: está enajenada. La impotencia de nuestras sociedades es análoga a la de una tuerca, que mira impotente el camino al precipicio y el derrumbe de la locomotora a la que está unida. Pero esta es sólo la actitud de un sujeto que cree ser objeto y asume los intereses del capital como propios. Una sociedad zombie.

El problema es que la “infección” de este género de existencia, está profundamente arraigada: desde la publicidad y la mercadotecnia, hasta la elaboración de “perfiles” en Facebook, tienen esta notable facultad de empatar los intereses del Yo con los intereses del capital: compro, me vendo, luego existo. El principal vehículo mediante el cual el capitalismo inoculó esta no-conciencia zombie, fue precisamente el placer y la autosatisfacción del individuo, un individuo voraz, sediento de satisfactores inmediatos: paradójicamente, mientras más se exalta la individualidad y preponderancia del Yo, más se le controla, pues es la industria capitalista la que más ha invertido en ofrecer los medios y términos con que el Yo debe ser “adecuadamente” exaltado. Vemos aquí al sujeto convertido en esclavo de los objetos que produce y consume, sujeto a la dinámica e inercia de su industria.

Es así que el ritmo vertiginoso de la civilización contemporánea, aniquila la voluntad de millones de personas, obligadas a mantener la maquinaria capitalista funcionando aunque en ello se juegue la vida del planeta. Una multitud autómata que depreda sin conciencia ni control, es precisamente la característica de las sociedades de masas, la multitud enajenada que consume alegremente la droga que le asesina. Comprar, producir, consumir, opinar y mimetizarse con la masa, serán las exigencias de esta voluntad ajena que impone su ritmo voraz. No falta un despistado que olvide llevar el último modelo del teléfono de moda, para que una multitud “lo devore” y le obligue a mimetizarse con ella, poniéndolo a la moda que el capital desea. En este sentido, no habría nada más zombie que la moda. Y peor aún, nada más zombie que la moda zombie.

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No es que uno tenga las cosas, es que las cosas lo tengan a uno, como decimos en Venezuela con la Tecnología del Teléfono Móvil ... como uno de los ejemplos, desde hace más de 20 años se venía dando en las zonas más humildes y clase media baja de la nación venezolana el hecho de que los delincuentes "hasta quitan la vida" por unos zapatos deportivos de "marca" ; a finales de los 80´s y los 90´s atracaban para robarte unos tenis o zapatos "puma" , "adidas", "nike" , etc. etc. etc.

Ahora, atracan, golpean a las mujeres y hasta matan por unos "Blackberry", Iphone, Ipad, etc. etc. etc. tablets, Laptops, etc. etc. etc.

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Mensaje por lilian Sáb Nov 02, 2013 6:07 pm

Lobo Solitario 1 escribió:
lilian escribió:13/10/2013 Zombies del siglo XXI: muertos vivientes y esclavos de moda
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La amenaza zombie da la pauta a las futuras interacciones: tal como sucedía con los “indios salvajes”, no hay otra manera de tratar con los zombies que destrozándolos

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Como todos sabemos, al menos desde hace algunos años, los zombies están de moda alrededor del mundo. Películas, juegos de video, muñecos, etc. Los muertos vivientes andan por todos lados. Desde luego, no hablamos del fenómeno vudú desarrollado a lo largo del siglo XVII por los esclavos negros llevados a las Antillas desde Dahomey (en el África occidental), y cuyos descendientes actuales siguen practicando diversas tradiciones rituales de lo que comúnmente se ha dado en llamar como “santería” y que han hecho famoso a Haití, como el país origen de la creencia en los zombies. No, no hablamos de este tipo de zombie, sino de una especie terrorífica, creada por Hollywood, cuyo éxito en el imaginario social contemporáneo es digno de tomarse en cuenta. ¿Cuál es la causa de esta “fiebre zombie” que hoy en día nos azota?, ¿por qué los zombies están de moda?

Es curioso que hablemos de moda zombie. El sentido primario, desarrollado en las Antillas, era el de un sujeto cuya voluntad está a merced de un hechicero, un brujo, que le esclaviza sin que la víctima pueda hacer nada contra ese letargo. La magia vudú permitía este control de un cuerpo a distancia. En realidad, el hombre que no se pertenece a sí mismo, y cuya voluntad está a merced de otro, ha sido por antonomasia la definición del esclavo: nos dice Aristóteles, desde el siglo IV a.C.: “esclavo es quien no se pertenece a sí mismo”. Bien podríamos entender al zombie antillano bajo esta categoría, que por cierto, me parece fecunda. Ya volveremos sobre ello.

Pensemos en el zombie actual, que todos conocemos: el zombie creado por la gran industria cinematográfica presenta notables características. Su descripción “etnográfica” no parece ofrecer mayores dificultades: además de ser un muerto viviente, es decir, un cadáver capaz de moverse, caminar e incluso correr (trastocando el orden cósmico prevaleciente entre cualquier sociedad interesada en dejar bien claras las fronteras entre vivos y muertos), el zombie hollywoodense condensa las características más atroces imaginables para la moral de Occidente: es caníbal, tiene un apetito feroz por la carne humana viva, mas el contacto con su saliva es mortal pues sus víctimas son infectadas con el mismo mal, de manera que se convierten en zombies también. Se trata de cadáveres al acecho de la vida.

Para colmo, no operan en función de ningún principio racional individual: no tienen conciencia alguna, son autómatas en constante búsqueda de seres humanos para devorar. No se puede negociar con ellos: no hablan ni parecen tener voluntad propia, no forman entidades políticas ni sociales reconocibles, son simplemente masa de cuerpos indiferenciados, corruptos y corruptores, sin mayor propósito que matar a los seres humanos “normales”, y tornarlos como ellos. Quizá lo que resulte aún más espeluznante es que este zombie, al carecer de conciencia, tampoco posee voluntad individual; se trata de un ente reducido a un mero cuerpo pútrido que obedece a una voluntad de masa, una multitud devoradora e incontenible que se mueve con la misma lógica de un ejército de hormigas: no hay individuos, solo masa.

Peor aún, puesto que estos seres ya están muertos, tampoco se les puede matar definitivamente, como suele suceder en casos análogos con enemigos mortales potencialmente exterminables (árabes terroristas, rebeldes vietnamitas, etc.). Desde el punto de vista bélico-hollywoodense, ¿puede haber algo peor que un enemigo que ya está muerto?

Por cierto que el zombie reúne así antiguos terrores medievales con los viejos miedos del liberalismo burgués decimonónico, un miedo a los otros que se edificó a finales del siglo XVIII con respecto a numerosos pueblos indígenas cuyo género de vida resultaba (y resulta ahora) tan chocante para el liberalismo burgués: el miedo a las colectividades “sin ley, lenguaje ni Estado” (todos sabemos que no existe un Estado Zombie, no tienen gobierno ni lenguaje, tal como se decía de los pueblos indios americanos); también se advierte el miedo a los grupos humanos donde el factor individual no es el más pertinente (y en el que volvemos a reconocer un asomo de la otredad indígena). Por otro lado, el zombie también condensa miedos más modernos: el miedo al contacto “infeccioso” con aquellos pueblos exóticos que mejor sería mantener al interior de un cerco sanitario, a fin de impedir que su género de vida, costumbres e ideas “contamine” a los propios (y en el que podemos reconocer fácilmente el dispositivo-cerco sanitario aplicado a los barrios obreros del siglo XIX, o bien al barrio judío hecho por los nazis, y las tentativas para “contener” zonas urbanas “rojas” llenas de prostitutas y homosexuales). En una palabra, el zombie es un peligro antropomorfo (igual que un extraterrestre malvado) con el que no se puede tratar humanamente: es el otro desprovisto de cualquier calidad humana (o debiéramos decir, cualquier cualidad burguesa).

Al final, la amenaza zombie da la pauta a las futuras interacciones: tal como sucedía con los “indios salvajes” del pasado, no hay otra manera de tratar con los zombies que destrozándolos. Después de todo, indios salvajes y zombies se reproducen sin control. De esta manera el otro (sea el indígena amazónico, el aborigen australiano, el negro africano, y todo aquel cúmulo de pueblos tradicionales explotados por el capital), devienen un peligro mortal para la supervivencia del burgués bien educado. ¡Oh qué tiempos aquellos en que el poder colonial podía aniquilar aldeas irrespetuosas! A esa añoranza, es que responde la emergencia del zombie contemporáneo. El zombie de nuestros días ofrece a la actual moral de Occidente la oportunidad de aniquilar multitudes sin remordimientos.

Ahora bien, lo más aterrador del caso zombie, es que parece presentarnos un cruel espejo de nuestra propia sociedad capitalista. Veamos: es el zombie, el autómata irreflexivo, aquel que no se pertenece a sí mismo, el más claro correlato de un moderno esclavo: el Amo convertido en esclavo de los objetos que construye, tal cual lo enunció la filosofía hegeliana. El zombie autómata de nuestros días, tiene mucho que enseñarnos sobre el peor de nuestros miedos: el miedo a que sea real en nuestras vidas. Se trata nada menos que del hombre enajenado descrito por Marx, aquel cuya autopercepción, su auto-reconocimiento y auto-conciencia, están atravesados, instrumentados y controlados por un otro, en este caso, el capital.

Hace siglo y medio Marx señalaba el hechizo místico del capital, que despojaba a los hombres de la capacidad de reconocerse como sujetos, forjadores y creadores de su propia realidad: las cosas, las mercancías y las capacidades tecnológicas, parecían asumir (para una humanidad enajenada, despojada de sí misma), el papel activo de la historia. Vemos así al sujeto kantiano, el Amo hegeliano sin duda, convertido ahora en objeto de sus creaciones: el fetiche, el objeto, la mercancía, el dinero: el Capital convertido en Dueño y Señor de los seres humanos, de la Tierra y de la vida toda. Hoy en día, asistimos como autómatas, como testigos pasivos, zombies, ante los despliegues más brutales del capital y su fetichismo tecnológico, cuya única divisa es su propio avance, su crecimiento, aunque sea sin seres humanos y sin vida. Pues como cualquier zombie, la voracidad capitalista devora irreflexivamente la vida.

Una sociedad que ya no compra para vivir, sino que vive para comprar, que vive para trabajar, que vive para el capital, es una sociedad que no se pertenece a sí misma: está enajenada. La impotencia de nuestras sociedades es análoga a la de una tuerca, que mira impotente el camino al precipicio y el derrumbe de la locomotora a la que está unida. Pero esta es sólo la actitud de un sujeto que cree ser objeto y asume los intereses del capital como propios. Una sociedad zombie.

El problema es que la “infección” de este género de existencia, está profundamente arraigada: desde la publicidad y la mercadotecnia, hasta la elaboración de “perfiles” en Facebook, tienen esta notable facultad de empatar los intereses del Yo con los intereses del capital: compro, me vendo, luego existo. El principal vehículo mediante el cual el capitalismo inoculó esta no-conciencia zombie, fue precisamente el placer y la autosatisfacción del individuo, un individuo voraz, sediento de satisfactores inmediatos: paradójicamente, mientras más se exalta la individualidad y preponderancia del Yo, más se le controla, pues es la industria capitalista la que más ha invertido en ofrecer los medios y términos con que el Yo debe ser “adecuadamente” exaltado. Vemos aquí al sujeto convertido en esclavo de los objetos que produce y consume, sujeto a la dinámica e inercia de su industria.

Es así que el ritmo vertiginoso de la civilización contemporánea, aniquila la voluntad de millones de personas, obligadas a mantener la maquinaria capitalista funcionando aunque en ello se juegue la vida del planeta. Una multitud autómata que depreda sin conciencia ni control, es precisamente la característica de las sociedades de masas, la multitud enajenada que consume alegremente la droga que le asesina. Comprar, producir, consumir, opinar y mimetizarse con la masa, serán las exigencias de esta voluntad ajena que impone su ritmo voraz. No falta un despistado que olvide llevar el último modelo del teléfono de moda, para que una multitud “lo devore” y le obligue a mimetizarse con ella, poniéndolo a la moda que el capital desea. En este sentido, no habría nada más zombie que la moda. Y peor aún, nada más zombie que la moda zombie.

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No es que uno tenga las cosas, es que las cosas lo tengan a uno, como decimos en Venezuela con la Tecnología del Teléfono Móvil ... como  uno de los ejemplos, desde hace más de 20 años se venía dando en las zonas más humildes y clase media baja de la nación venezolana el hecho de que los delincuentes "hasta quitan la vida" por unos zapatos deportivos de "marca" ; a finales de los 80´s y los 90´s atracaban para robarte unos tenis o zapatos "puma" , "adidas", "nike" , etc. etc. etc.

Ahora, atracan, golpean a las mujeres y hasta matan por unos "Blackberry", Iphone, Ipad, etc. etc. etc. tablets, Laptops, etc. etc. etc.

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1000% De acuerdo contigo y te felicito por el  anáisis sociológico, semiótico y mercadológico.

Que bueno que siempre estas, Lobo querido...
Los zombies, no solo son pobres... los hay "en todas las clases"... eso es lo bueno que tienen los zombies.... (y lo inteligente del sistema...  y como siempre, ojo con los de clases mas altas... los pobres te roban un Iphone, los ricos quieren robarte el alma...)
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Mensaje por russi Dom Nov 03, 2013 4:56 am

Cool  osea que ya los llaman ZOMBIES....................  si son pobres LADRONES  y si son ricos o del sistema gobierno directamente  HP
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Mensaje por lilian Dom Nov 03, 2013 2:51 pm

russi escribió:Cool  osea que ya los llaman ZOMBIES....................  si son pobres LADRONES  y si son ricos o del sistema gobierno directamente  HP
Si... jaja....Very Happy (vistes que bueno el analisis??)
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Mensaje por russi Lun Nov 04, 2013 12:12 am

 Zombis y momias asaltan joyería en México

Una banda de ladrones aprovechó el Día de Muertos en México para asaltar una joyería de la capital mexicana disfrazados de zombis y momias llevándose el equivalente de casi 77.000 dólares, informó el domingo la secretaría de Seguridad Pública en un comunicado.
“Cinco individuos disfrazados de zombis, momias, chucky y arlequines, irrumpieron violentamente -la noche del sábado- en la joyería (…) portando armas cortas y de grueso calibre, y amagaron a los empleados”, indicó la secretaría.
Los delincuentes, que lograron darse a la fuga, robaron varios collares “de oro de 24 quilates, anillos, pulseras, todo ello con un valor aproximado a más de un millón de pesos”, equivalente a unos 76.900 dólares.
El 1 y 2 de noviembre los mexicanos honran a sus muertos ofreciéndoles sus comidas favoritas y tequila, una tradición celebrada desde hace siglos que mezcla creencias prehispánicas y católicas.
Las noches de esos días es común ver a personas disfrazadas de ese tipo de personajes caminando por la calle.
http://www.lapatilla.com/site/2013/11/03/zombis-y-momias-asaltan-joyeria-en-mexico/
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Mensaje por Lobo Solitario 1 Miér Nov 06, 2013 11:03 am

Todo el mundo tiene derecho a tener cosas a usar sus recursos ... pero es que esta civilización en crisis se ha vuelto en sus Sub_valores ... como una célula cerebral cancerosa que se come el raciocinio de las personas.

En el esplendor de las antiguas civilizaciones americanas básicamente, como expresa el Maestro de Sabiduría Universal Dr. David Ferriz Olivares los Mayas establecían su código judicial en "no ROBAR" "NO MATAR" "NO MENTIR"
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Mensaje por russi Mar Ene 21, 2014 11:00 pm

Los somníferos más populares de EE.UU. convierten a las personas en zombis asesinos

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El consumo del somnífero Ambien, en cuyo prospecto se avisa de que el paciente puede levantarse de la cama en estado sonámbulo, puede haber sido la causa de varios asesinatos en los Estados Unidos, revela un estudio.

El suministro de las pastillas para dormir Ambien, el fármaco más popular de su clase en el país norteamericano, puede producir sonambulismo, pero lo más alarmante es que en este estado las personas pueden, sin darse cuenta de lo que hacen, cocinar, comer, manejar un auto, hablar por teléfono, tener relaciones sexuales y –lo más terrible– cometer asesinatos, según una investigación llevada a cabo por el portal The Fix.

Así, en 2009 Robert Steward, un estadounidense de 45 años, fue condenado a 179 años de prisión por haber matado a ocho personas en una residencia de ancianos. Inicialmente, su crimen fue calificado de asesinato en primer grado, pero cuando los jueces supieron que mientras estaba matando el hombre se encontraba en un estado sonámbulo por haber tomado Ambien, los cargos fueron cambiados por asesinato en segundo grado y su condena fue reducida. 

En un caso similar, Thomas Chester Page, residente de Carolina del Sur, fue declarado culpable de matar a cinco oficiales en un tiroteo. El tribunal condenó a Thomas a 30 años de prisión por cada muerte, a pesar de que el acusado afirmaba que había iniciado este tiroteo porque estaba en un estado sonámbulo provocado por Ambien. 

Julie Ann Bronson, vecina de Texas, mató a tres personas en un coche, entre ellos un bebé de 18 meses, que falleció de daño cerebral. Cuando la mujer se despertó la mañana siguiente en una cárcel, apenas podía recordar el accidente sucedido. "Era surrealista. Era como una pesadilla", contó Julie Ann, quien aseguró que en estado normal "no haría daño ni a una mosca". La condena de Bronson también fue rebajada debido a que durante el asesinato estaba bajo el efecto de Ambien. 

El somnífero fue aprobado por la Administración de Drogas y Alimentos de EE.UU. en 1992. Actualmente, tras dos décadas de amplio uso, en el prospecto del fármaco figura: "Después de tomar Ambien, puede levantarse de la cama sin estar completamente despierto y hacer algo sin darse cuenta de lo que está haciendo. A la mañana siguiente, posiblemente, no recuerde lo que ha hecho durante la noche". 

Aunque se desconoce si bajo otros somníferos vendidos en EE.UU. se han producido casos similares, Ambien sigue siendo el somnífero más popular del país. Sus ventas generan miles de millones de dólares cada año a la empresa que lo produce.


 http://actualidad.rt.com/sociedad/view/117586-pastillas-dormir-convierten-zombis-asesinos-eeuu
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