“Charles Darwin y Alfred Russel Wallace: ¿iguales pero distintos?” por Peter J. Bowler
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“Charles Darwin y Alfred Russel Wallace: ¿iguales pero distintos?” por Peter J. Bowler
kzk
02/05/2013
“Charles Darwin y Alfred Russel Wallace: ¿iguales pero distintos?” por Peter J. Bowler
Por zientziakultura
Fuente: Wikimedia Commons
Este texto de Peter J. Bowler apareció originalmente en el número 3 de la revista CIC Network (2008) y lo reproducimos en su integridad por su interés.
La teoría de
la evolución por selección natural se anunció al mundo en unos textos
conjuntos de Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, que se leyeron ante
la Sociedad Linneana de Londres el 1 de julio de 1858. Wallace había
escrito su artículo en el Extremo Oriente y se lo había enviado a Darwin
con la esperanza de que pudiera publicarlo. Darwin había estado
trabajando en una teoría similar durante algún tiempo, pero todavía no
había publicado nada sobre dicho tema. Tras consultarlo con el geólogo
Charles Lyell y el botánico Joseph Dalton Hooker, acordó presentar los
textos conjuntos a la Sociedad Linneana, publicando el artículo de
Wallace al tiempo que dejaba claro que él era quien tenía prioridad:
hubo testigos independientes de que los textos de Darwin se habían
escrito mucho antes.
No hubo mucha reacción pública a dichos textos, pero entonces Darwin se apresuró a escribir El origen de las especies,
un libro mucho más corto que el que había previsto en un principio, que
apareció en diciembre de 1859. Esta vez se originó una gran protesta
popular y, una vez que el polvo de la batalla se disipó, Darwin se
convirtió en uno de los científicos más famosos de todos los tiempos.
Por tanto, Wallace disfrutó de una menor atención pública y ha quedado a
la sombra de la gran reputación de Darwin. Pero el hecho de que
anunciaran juntos la teoría ha provocado ocasionales acusaciones de
historiadores modernos que opinan que Wallace debería recibir el mismo
reconocimiento que Darwin. Se insinuó que se había mantenido
deliberadamente en segundo plano, debido a las maquinaciones de una
élite de científicos que decidieron utilizar a Darwin sólo como su
testaferro. Un escritor, Arnold Brackman, incluso afirmó que Darwin
plagió parte de su teoría de Wallace, construyendo una teoría
conspirativa complicada, en la que el artículo de Wallace había llegado a
Inglaterra mucho antes de lo que Darwin había alegado.
Yo quiero
exponer que estas teorías conspirativas están equivocadas y que, de
hecho, hacen a Wallace un flaco servicio. Hay buenos motivos por los que
no se le debería dar el mismo estatus que Darwin en el descubrimiento
de la selección natural. Darwin ya había estado trabajando en dicha
teoría durante veinte años cuando Wallace tuvo una idea algo similar en
1858. Fue durante su viaje alrededor del mundo en el H.M.S. Beagle
(1831-36), cuando Darwin descubrió la evidencia de la distribución
geográfica de los animales –y en particular, en las islas Galápagos– que
le convencieron de la evolución. A su vuelta a Inglaterra, buscó un
mecanismo por el que pudiese adaptar las poblaciones aisladas a su
entorno. Estudió la reproducción animal, y se dio cuenta de que se
formaban nuevas variedades cuando los individuos que habían nacido con
ligeras variaciones en la dirección de un carácter deseado eran los que
se seleccionaban para la reproducción. Al leer el trabajo de Thomas
Malthus sobre la expansión de la población, Darwin vio que el
crecimiento de la población podría llevar a una lucha por la existencia
en la que los individuos más fuertes (es decir, los mejor adaptados)
sobrevivirían y se reproducirían, mejorando así dicho carácter en todas
las especies.
Charles Robert Darwin
Darwin
trabajó en esta idea mientras se ganaba una reputación a través de
publicaciones sobre geología e historia natural. Allá por el año 1858,
Darwin tenía previsto escribir un libro sobre la evolución y muchos
naturalistas sabían que estaba interesado en ese tema (motivo por el
cual Wallace le envió su artículo para su publicación). Al igual que
Darwin, el estudio de la distribución geográfica le llevó a Wallace a la
evolución. Había hecho una expedición a Sudamérica en 1848-52 y partió
para el archipiélago malayo (la actual Indonesia) en 1854. Todavía se
encontraba en el Extremo Oriente en 1858 cuando también leyó a Malthus y
concibió la idea de la selección natural, y escribió en un breve
artículo que envió a Darwin. Darwin temió que le hubiesen «robado su
primicia» y puso en marcha los acuerdos arriba mencionados, que hicieron
que se leyeran los textos conjuntos ante la Sociedad Linneana. Aunque
Wallace fue el primero en preparar una publicación sobre dicho tema, lo
hizo veinte años después de Darwin, quien por entonces, había reunido
una inmensa cantidad de pruebas que apoyaban su teoría. Wallace no
estaba claramente en situación de escribir un informe con autoridad
suficiente equivalente a El origen de las especies. Asimismo,
había diferencias sustanciales entre la teoría que desarrolló Darwin y
la que redactó apresuradamente Wallace en 1858. Por aquel entonces,
Wallace prestó poca atención a la lucha por la existencia entre los
individuos y se centró, en su lugar, en la competición entre variedades o
lo que llamaríamos «subespecies». No hizo uso de lo que Darwin veía
como una analogía clave: el paralelismo entre la selección natural y la
selección artificial practicada por los criadores de animales. De hecho,
fue escéptico con el valor de esta analogía durante toda su vida. Una
vez que Wallace volvió a Gran Bretaña en 1862, los dos naturalistas
debatieron la teoría mediante cartas y publicaciones, hasta que Darwin
murió en 1882. Mantuvieron una relación de amistad y –de una manera
significativa– a Wallace no le importó utilizar el término «darwinismo»
para referirse a la teoría de la selección natural. Al menos, él no
pensó que se le había tratado injustamente.
De este
modo, pretender que Wallace merezca el mismo reconocimiento por el
descubrimiento de la teoría de la selección natural es una equivocación.
En vez de intentar utilizar a Wallace para bajar a Darwin de su
pedestal, conseguiríamos que obtuviese un mayor reconocimiento si nos
centrásemos, en su lugar, en sus muchos logros científicos. Entre ellos
se encuentran abundantes contribuciones importantes a nuestro
entendimiento de cómo funciona la evolución por la selección natural.
Wallace describió muchos ejemplos para mostrar cómo las variedades
locales son virtualmente indistinguibles de las especies estrechamente
relacionadas, centrándose en el aislamiento geográfico como la clave de
una ruptura de especies dentro de un grupo de clases distintas pero
relacionadas. Pronto llegó a apreciar la importancia de la competición
individual y comenzó a centrarse en ello en su propio trabajo. Discutió
con Darwin sobre el funcionamiento de la «selección sexual»: la teoría
de Darwin basada en la idea de que la competición por la pareja es tan
importante como la competición por la supervivencia. No aceptaba la
afirmación de Darwin de que el plumaje elaborado de muchos pájaros
machos ha sido producido por las hembras que eligen activamente
aparearse preferentemente con los machos de colores más llamativos.
Alfred Russel Wallace
Al final de
su vida, Wallace desarrolló ideas sobre la variación que existe entre
las poblaciones superiores a la de Darwin, anticipándose al concepto
moderno de «curva campana» para describir cómo la mayoría de la
población se agrupa alrededor del valor medio de cualquier carácter.
Donde Darwin vio las variaciones como desviaciones individuales de la
norma, Wallace apreció que naturalmente existe un rango de variaciones
para cada carácter dentro de una población. Wallace también rechazó
todas las alternativas a la selección natural que eran muy populares por
aquella época, incluida la teoría lamarckiana de la herencia de
caracteres adquiridos (que incluso Darwin aceptó como suplemento a la
selección natural). El lamarckismo atribuyó la evolución de los
caracteres adaptativos al efecto acumulado del esfuerzo de los animales
por mejorarse a sí mismos, no por la mejor oportunidad de supervivencia
de aquellos que nacían, por casualidad, con variaciones útiles. Wallace
insistió en que los cambios corporales producidos por el esfuerzo y el
ejercicio no se podían heredar (anticipándose de hecho a la postura de
los genetistas modernos). Se hizo conocido como «neodarwiniano» por
estar más comprometido con la teoría de la selección que el propio
Darwin.
Wallace
también realizó un trabajo fundamental en otros temas relacionados con
la evolución, incluido un estudio mundial de biogeografía basado en la
coordinación de su propio trabajo con el de otros muchos naturalistas. A
la línea divisoria de las faunas asiática y australiana que se
encuentra en la actual Indonesia, todavía se le llama «línea de
Wallace», porque no sólo estableció su posición (entre las islas de Bali
y Lombok), sino que también explicó porqué estaba allí (debido a que el
estrecho entre aquellas islas es tan profundo que siguió siendo una
barrera para la migración, incluso cuando los océanos estaban más bajos
durante las edades de hielo). De manera más general, los libros de
Wallace, La distribución geográfica de los animales, de 1876 e Island Life
(Vida insular) de 1880, proporcionaron un resumen comprensivo de las
principales regiones de la fauna, que explicó por medio de los orígenes
evolutivos y las migraciones subsiguientes de los distintos grupos de
animales. Pensó que los avances más evolutivos se habían producido en
las regiones del norte, desde donde las especies habían expandido su
territorio «invadiendo» las regiones más al sur, a menudo desplazando a
los habitantes que allí se encontraban. El trabajo de Wallace inspiró a
una generación entera de investigadores que trataron de explicar la
geografía de la vida en términos evolutivos.
De este
modo, Wallace tiene derecho sustancial a ser recordado como un
científico, incluso si limitamos la importancia del primer informe que
escribió apresuradamente sobre la selección natural. Pero si nos fijamos
en su vida y su carrera más detenidamente, es fácil ver por qué no
obtuvo el mismo grado de prominencia que Darwin en vida. Darwin procedía
de una familia acaudalada e interactuó sin problemas con la élite
científica del momento. De hecho, ya había creado un cuerpo sustancial
de publicaciones antes de escribir El origen de las especies. Wallace
procedía de una familia pobre y le consideraron siempre un poco
advenedizo. No tuvo ninguna formación científica formal y comenzó su
vida laboral como topógrafo. Financió sus expediciones al extranjero
vendiendo los especimenes de animales exóticos con los que se hacía.
Cuando concibió la idea de selección natural todavía era relativamente
desconocido, ya que había estado fuera durante más de una década.
Las
creencias y los valores más abiertos de Wallace reflejan sus orígenes
humildes y, en muchos aspectos, le hacen una figura que inspira más
simpatía que Darwin al lector moderno. Era un socialista cuando esta
ideología aún se percibía como un radicalismo peligroso, y rechazó la
filosofía materialista que rápidamente se asoció al darwinismo en la
opinión pública. Pronto abandonó la suposición, tan común entre sus
compatriotas europeos, de que la raza blanca era intelectual y
moralmente superior a las otras. Incluso sus ideas a menudo le llevaron a
la excentricidad, si se definen por estándares contemporáneos o
modernos. Llamó a la nacionalización del país (es decir, que todo el
país perteneciera al estado en vez de a individuos privados), se opuso a
la vacuna de la viruela y quedó en ridículo al verse implicado en un
juicio con un defensor de la teoría de la tierra plana. En parte por
estas actividades, siempre fue tratado como un advenedizo por la
comunidad científica y no fue capaz de obtener un puesto profesional.
Tras su vuelta a Inglaterra, vivió del dinero que ganaba escribiendo y
corrigiendo los escritos de investigación de los cursos que impartían
otros científicos. Finalmente, Darwin dirigió una campaña para hacer que
Wallace consiguiera una pequeña pensión del gobierno y esto le permitió
vivir cómodamente ya en su vejez.
Es en su
visión de la religión donde vemos la humanidad –y excentricidad– de
Wallace con mayor claridad. Aunque durante muchos años insistió en que
la selección natural era el único mecanismo de la evolución animal, no
era un materialista. Siempre creyó que la naturaleza era el producto de
una inteligencia sobrenatural que había creado el universo para alcanzar
un fin moral a través de la aparición y la perfección de la humanidad.
Por lo visto, fue capaz de reconciliar su postura con su afirmación de
que la selección natural era el único mecanismo de evolución animal.
Pero a finales de la década de los sesenta, ya albergaba dudas acerca de
la capacidad del mecanismo de selección para explicar los orígenes de
los poderes mentales y morales superiores de los humanos. Wallace expuso
que todos los humanos tienen los mismos poderes mentales, aunque en
algunas sociedades no se utilicen (se creía que muchas razas «salvajes»
apenas podían contar; aunque, según Wallace, tenían las mismas
capacidades matemáticas que las demás razas). Suponiendo que los
«salvajes» modernos viviesen un estilo de vida similar al de nuestros
primitivos ancestros, la selección natural sería incapaz de desarrollar
esos poderes superiores en nuestros ancestros, porque sólo puede actuar
sobre las facultades que se usan realmente. No se pueden anticipar las
necesidades futuras. Por lo tanto, Wallace defendió que algún poder
sobrenatural debía haber intervenido en las últimas etapas de la
evolución humana para producir los poderes mentales y espirituales
superiores de los que depende la civilización y la cultura modernas.
No hace falta decir que Darwin –cuyo libro El origen del hombre, de
1871, exponía el caso de la evolución natural de los humanos modernos–
se sentía decepcionado por la deserción de Wallace de la postura
naturalista. La mayoría de los otros darwinianos se sentían enojados de
modo parecido, aunque las reservas de Wallace eran compartidas por una
importante minoría de intelectuales de la época. Puede ser significativo
que fuera a estas alturas de su carrera cuando desarrolló sentimientos
religiosos que le llevaron a prestar gran interés al espiritualismo. De
hecho, se convenció de que los médium espiritualistas estaban
verdaderamente en contacto con las almas de los muertos. Dicha creencia
socavaría claramente su entusiasmo por la teoría naturalista de que los
humanos son poco más que animales altamente desarrollados. Wallace
estaba convencido de que nuestras facultades superiores estaban
vinculadas a la posesión de un alma inmortal: una postura que sólo
confirmó las sospechas de muchos científicos de que ahora no llevaba el
paso de la postura cada vez más materialista de la ciencia. La mayoría
de los científicos pensaba que los médium espiritualistas eran, sin
lugar a dudas, farsantes, y que aquellos que se dejaban engañar por los
mismos habían perdido los poderes críticos necesarios para la
observación científica.
Hacia el
final de su vida, Wallace entró en el debate sobre la posibilidad de
vida extraterrestre. Éste fue el período en el que las observaciones de
los supuestos «canales» en Marte llevaron a mucha especulación sobre la
posibilidad de vida en otros planetas. Wallace insistió en que no
existían pruebas de que hubiese extraterrestres y defendió con
fundamentos astronómicos un tanto dudosos que la Tierra era, con toda
seguridad, el único planeta en el universo en el que se podían haber
desarrollado formas de vida superiores. En su último libro, El mundo de la vida, de
1911, abandonó su visión anterior de que la evolución de los animales
hasta el nivel de nuestros ancestros prehumanos se produjo únicamente
por selección natural. Ahora parece que creía que había habido
intervenciones sobrenaturales en numerosos puntos del avance de la vida,
cada una encaminando el curso de la evolución en la dirección que
indica la humanidad. Para Wallace, la humanidad era verdaderamente un
producto exclusivo del plan divino que ha dirigido toda la historia de
la vida en la Tierra. “Es nuestro deber moral hacer todo lo que esté en
nuestras manos para avanzar en el progreso social de la raza con el fin
de alcanzar el objetivo que el Creador nos ha marcado”. De este modo,
Wallace anticipó una postura que se ha hecho común y corriente entre los
creyentes religiosos modernos que están preparados para aceptar la idea
general de evolución.
Peter J. Bowler.
Profesor emérito de Historia de la Ciencia de la Queen´s University de
Belfast. Miembro de la British Academy, de la Royal Irish Academy y de
la American Association for the Advancement of Science. Fue presidente
de la British Society for the History of Science de 2003 a 2005. Es
doctor por la Universidad de Toronto y ha impartido docencia en Canadá,
Malasia y Reino Unido. Ha publicado un gran número de libros y estudios
sobre historia de la biología.
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por CIC Network
http://zientziakultura.com/2013/05/02/charles-darwin-y-alfred-russel-wallace-iguales-pero-distintos-por-peter-j-bowler/
02/05/2013
“Charles Darwin y Alfred Russel Wallace: ¿iguales pero distintos?” por Peter J. Bowler
Por zientziakultura
Fuente: Wikimedia Commons
Este texto de Peter J. Bowler apareció originalmente en el número 3 de la revista CIC Network (2008) y lo reproducimos en su integridad por su interés.
La teoría de
la evolución por selección natural se anunció al mundo en unos textos
conjuntos de Charles Darwin y Alfred Russel Wallace, que se leyeron ante
la Sociedad Linneana de Londres el 1 de julio de 1858. Wallace había
escrito su artículo en el Extremo Oriente y se lo había enviado a Darwin
con la esperanza de que pudiera publicarlo. Darwin había estado
trabajando en una teoría similar durante algún tiempo, pero todavía no
había publicado nada sobre dicho tema. Tras consultarlo con el geólogo
Charles Lyell y el botánico Joseph Dalton Hooker, acordó presentar los
textos conjuntos a la Sociedad Linneana, publicando el artículo de
Wallace al tiempo que dejaba claro que él era quien tenía prioridad:
hubo testigos independientes de que los textos de Darwin se habían
escrito mucho antes.
No hubo mucha reacción pública a dichos textos, pero entonces Darwin se apresuró a escribir El origen de las especies,
un libro mucho más corto que el que había previsto en un principio, que
apareció en diciembre de 1859. Esta vez se originó una gran protesta
popular y, una vez que el polvo de la batalla se disipó, Darwin se
convirtió en uno de los científicos más famosos de todos los tiempos.
Por tanto, Wallace disfrutó de una menor atención pública y ha quedado a
la sombra de la gran reputación de Darwin. Pero el hecho de que
anunciaran juntos la teoría ha provocado ocasionales acusaciones de
historiadores modernos que opinan que Wallace debería recibir el mismo
reconocimiento que Darwin. Se insinuó que se había mantenido
deliberadamente en segundo plano, debido a las maquinaciones de una
élite de científicos que decidieron utilizar a Darwin sólo como su
testaferro. Un escritor, Arnold Brackman, incluso afirmó que Darwin
plagió parte de su teoría de Wallace, construyendo una teoría
conspirativa complicada, en la que el artículo de Wallace había llegado a
Inglaterra mucho antes de lo que Darwin había alegado.
Yo quiero
exponer que estas teorías conspirativas están equivocadas y que, de
hecho, hacen a Wallace un flaco servicio. Hay buenos motivos por los que
no se le debería dar el mismo estatus que Darwin en el descubrimiento
de la selección natural. Darwin ya había estado trabajando en dicha
teoría durante veinte años cuando Wallace tuvo una idea algo similar en
1858. Fue durante su viaje alrededor del mundo en el H.M.S. Beagle
(1831-36), cuando Darwin descubrió la evidencia de la distribución
geográfica de los animales –y en particular, en las islas Galápagos– que
le convencieron de la evolución. A su vuelta a Inglaterra, buscó un
mecanismo por el que pudiese adaptar las poblaciones aisladas a su
entorno. Estudió la reproducción animal, y se dio cuenta de que se
formaban nuevas variedades cuando los individuos que habían nacido con
ligeras variaciones en la dirección de un carácter deseado eran los que
se seleccionaban para la reproducción. Al leer el trabajo de Thomas
Malthus sobre la expansión de la población, Darwin vio que el
crecimiento de la población podría llevar a una lucha por la existencia
en la que los individuos más fuertes (es decir, los mejor adaptados)
sobrevivirían y se reproducirían, mejorando así dicho carácter en todas
las especies.
Charles Robert Darwin
Darwin
trabajó en esta idea mientras se ganaba una reputación a través de
publicaciones sobre geología e historia natural. Allá por el año 1858,
Darwin tenía previsto escribir un libro sobre la evolución y muchos
naturalistas sabían que estaba interesado en ese tema (motivo por el
cual Wallace le envió su artículo para su publicación). Al igual que
Darwin, el estudio de la distribución geográfica le llevó a Wallace a la
evolución. Había hecho una expedición a Sudamérica en 1848-52 y partió
para el archipiélago malayo (la actual Indonesia) en 1854. Todavía se
encontraba en el Extremo Oriente en 1858 cuando también leyó a Malthus y
concibió la idea de la selección natural, y escribió en un breve
artículo que envió a Darwin. Darwin temió que le hubiesen «robado su
primicia» y puso en marcha los acuerdos arriba mencionados, que hicieron
que se leyeran los textos conjuntos ante la Sociedad Linneana. Aunque
Wallace fue el primero en preparar una publicación sobre dicho tema, lo
hizo veinte años después de Darwin, quien por entonces, había reunido
una inmensa cantidad de pruebas que apoyaban su teoría. Wallace no
estaba claramente en situación de escribir un informe con autoridad
suficiente equivalente a El origen de las especies. Asimismo,
había diferencias sustanciales entre la teoría que desarrolló Darwin y
la que redactó apresuradamente Wallace en 1858. Por aquel entonces,
Wallace prestó poca atención a la lucha por la existencia entre los
individuos y se centró, en su lugar, en la competición entre variedades o
lo que llamaríamos «subespecies». No hizo uso de lo que Darwin veía
como una analogía clave: el paralelismo entre la selección natural y la
selección artificial practicada por los criadores de animales. De hecho,
fue escéptico con el valor de esta analogía durante toda su vida. Una
vez que Wallace volvió a Gran Bretaña en 1862, los dos naturalistas
debatieron la teoría mediante cartas y publicaciones, hasta que Darwin
murió en 1882. Mantuvieron una relación de amistad y –de una manera
significativa– a Wallace no le importó utilizar el término «darwinismo»
para referirse a la teoría de la selección natural. Al menos, él no
pensó que se le había tratado injustamente.
De este
modo, pretender que Wallace merezca el mismo reconocimiento por el
descubrimiento de la teoría de la selección natural es una equivocación.
En vez de intentar utilizar a Wallace para bajar a Darwin de su
pedestal, conseguiríamos que obtuviese un mayor reconocimiento si nos
centrásemos, en su lugar, en sus muchos logros científicos. Entre ellos
se encuentran abundantes contribuciones importantes a nuestro
entendimiento de cómo funciona la evolución por la selección natural.
Wallace describió muchos ejemplos para mostrar cómo las variedades
locales son virtualmente indistinguibles de las especies estrechamente
relacionadas, centrándose en el aislamiento geográfico como la clave de
una ruptura de especies dentro de un grupo de clases distintas pero
relacionadas. Pronto llegó a apreciar la importancia de la competición
individual y comenzó a centrarse en ello en su propio trabajo. Discutió
con Darwin sobre el funcionamiento de la «selección sexual»: la teoría
de Darwin basada en la idea de que la competición por la pareja es tan
importante como la competición por la supervivencia. No aceptaba la
afirmación de Darwin de que el plumaje elaborado de muchos pájaros
machos ha sido producido por las hembras que eligen activamente
aparearse preferentemente con los machos de colores más llamativos.
Alfred Russel Wallace
Al final de
su vida, Wallace desarrolló ideas sobre la variación que existe entre
las poblaciones superiores a la de Darwin, anticipándose al concepto
moderno de «curva campana» para describir cómo la mayoría de la
población se agrupa alrededor del valor medio de cualquier carácter.
Donde Darwin vio las variaciones como desviaciones individuales de la
norma, Wallace apreció que naturalmente existe un rango de variaciones
para cada carácter dentro de una población. Wallace también rechazó
todas las alternativas a la selección natural que eran muy populares por
aquella época, incluida la teoría lamarckiana de la herencia de
caracteres adquiridos (que incluso Darwin aceptó como suplemento a la
selección natural). El lamarckismo atribuyó la evolución de los
caracteres adaptativos al efecto acumulado del esfuerzo de los animales
por mejorarse a sí mismos, no por la mejor oportunidad de supervivencia
de aquellos que nacían, por casualidad, con variaciones útiles. Wallace
insistió en que los cambios corporales producidos por el esfuerzo y el
ejercicio no se podían heredar (anticipándose de hecho a la postura de
los genetistas modernos). Se hizo conocido como «neodarwiniano» por
estar más comprometido con la teoría de la selección que el propio
Darwin.
Wallace
también realizó un trabajo fundamental en otros temas relacionados con
la evolución, incluido un estudio mundial de biogeografía basado en la
coordinación de su propio trabajo con el de otros muchos naturalistas. A
la línea divisoria de las faunas asiática y australiana que se
encuentra en la actual Indonesia, todavía se le llama «línea de
Wallace», porque no sólo estableció su posición (entre las islas de Bali
y Lombok), sino que también explicó porqué estaba allí (debido a que el
estrecho entre aquellas islas es tan profundo que siguió siendo una
barrera para la migración, incluso cuando los océanos estaban más bajos
durante las edades de hielo). De manera más general, los libros de
Wallace, La distribución geográfica de los animales, de 1876 e Island Life
(Vida insular) de 1880, proporcionaron un resumen comprensivo de las
principales regiones de la fauna, que explicó por medio de los orígenes
evolutivos y las migraciones subsiguientes de los distintos grupos de
animales. Pensó que los avances más evolutivos se habían producido en
las regiones del norte, desde donde las especies habían expandido su
territorio «invadiendo» las regiones más al sur, a menudo desplazando a
los habitantes que allí se encontraban. El trabajo de Wallace inspiró a
una generación entera de investigadores que trataron de explicar la
geografía de la vida en términos evolutivos.
De este
modo, Wallace tiene derecho sustancial a ser recordado como un
científico, incluso si limitamos la importancia del primer informe que
escribió apresuradamente sobre la selección natural. Pero si nos fijamos
en su vida y su carrera más detenidamente, es fácil ver por qué no
obtuvo el mismo grado de prominencia que Darwin en vida. Darwin procedía
de una familia acaudalada e interactuó sin problemas con la élite
científica del momento. De hecho, ya había creado un cuerpo sustancial
de publicaciones antes de escribir El origen de las especies. Wallace
procedía de una familia pobre y le consideraron siempre un poco
advenedizo. No tuvo ninguna formación científica formal y comenzó su
vida laboral como topógrafo. Financió sus expediciones al extranjero
vendiendo los especimenes de animales exóticos con los que se hacía.
Cuando concibió la idea de selección natural todavía era relativamente
desconocido, ya que había estado fuera durante más de una década.
Las
creencias y los valores más abiertos de Wallace reflejan sus orígenes
humildes y, en muchos aspectos, le hacen una figura que inspira más
simpatía que Darwin al lector moderno. Era un socialista cuando esta
ideología aún se percibía como un radicalismo peligroso, y rechazó la
filosofía materialista que rápidamente se asoció al darwinismo en la
opinión pública. Pronto abandonó la suposición, tan común entre sus
compatriotas europeos, de que la raza blanca era intelectual y
moralmente superior a las otras. Incluso sus ideas a menudo le llevaron a
la excentricidad, si se definen por estándares contemporáneos o
modernos. Llamó a la nacionalización del país (es decir, que todo el
país perteneciera al estado en vez de a individuos privados), se opuso a
la vacuna de la viruela y quedó en ridículo al verse implicado en un
juicio con un defensor de la teoría de la tierra plana. En parte por
estas actividades, siempre fue tratado como un advenedizo por la
comunidad científica y no fue capaz de obtener un puesto profesional.
Tras su vuelta a Inglaterra, vivió del dinero que ganaba escribiendo y
corrigiendo los escritos de investigación de los cursos que impartían
otros científicos. Finalmente, Darwin dirigió una campaña para hacer que
Wallace consiguiera una pequeña pensión del gobierno y esto le permitió
vivir cómodamente ya en su vejez.
Es en su
visión de la religión donde vemos la humanidad –y excentricidad– de
Wallace con mayor claridad. Aunque durante muchos años insistió en que
la selección natural era el único mecanismo de la evolución animal, no
era un materialista. Siempre creyó que la naturaleza era el producto de
una inteligencia sobrenatural que había creado el universo para alcanzar
un fin moral a través de la aparición y la perfección de la humanidad.
Por lo visto, fue capaz de reconciliar su postura con su afirmación de
que la selección natural era el único mecanismo de evolución animal.
Pero a finales de la década de los sesenta, ya albergaba dudas acerca de
la capacidad del mecanismo de selección para explicar los orígenes de
los poderes mentales y morales superiores de los humanos. Wallace expuso
que todos los humanos tienen los mismos poderes mentales, aunque en
algunas sociedades no se utilicen (se creía que muchas razas «salvajes»
apenas podían contar; aunque, según Wallace, tenían las mismas
capacidades matemáticas que las demás razas). Suponiendo que los
«salvajes» modernos viviesen un estilo de vida similar al de nuestros
primitivos ancestros, la selección natural sería incapaz de desarrollar
esos poderes superiores en nuestros ancestros, porque sólo puede actuar
sobre las facultades que se usan realmente. No se pueden anticipar las
necesidades futuras. Por lo tanto, Wallace defendió que algún poder
sobrenatural debía haber intervenido en las últimas etapas de la
evolución humana para producir los poderes mentales y espirituales
superiores de los que depende la civilización y la cultura modernas.
No hace falta decir que Darwin –cuyo libro El origen del hombre, de
1871, exponía el caso de la evolución natural de los humanos modernos–
se sentía decepcionado por la deserción de Wallace de la postura
naturalista. La mayoría de los otros darwinianos se sentían enojados de
modo parecido, aunque las reservas de Wallace eran compartidas por una
importante minoría de intelectuales de la época. Puede ser significativo
que fuera a estas alturas de su carrera cuando desarrolló sentimientos
religiosos que le llevaron a prestar gran interés al espiritualismo. De
hecho, se convenció de que los médium espiritualistas estaban
verdaderamente en contacto con las almas de los muertos. Dicha creencia
socavaría claramente su entusiasmo por la teoría naturalista de que los
humanos son poco más que animales altamente desarrollados. Wallace
estaba convencido de que nuestras facultades superiores estaban
vinculadas a la posesión de un alma inmortal: una postura que sólo
confirmó las sospechas de muchos científicos de que ahora no llevaba el
paso de la postura cada vez más materialista de la ciencia. La mayoría
de los científicos pensaba que los médium espiritualistas eran, sin
lugar a dudas, farsantes, y que aquellos que se dejaban engañar por los
mismos habían perdido los poderes críticos necesarios para la
observación científica.
Hacia el
final de su vida, Wallace entró en el debate sobre la posibilidad de
vida extraterrestre. Éste fue el período en el que las observaciones de
los supuestos «canales» en Marte llevaron a mucha especulación sobre la
posibilidad de vida en otros planetas. Wallace insistió en que no
existían pruebas de que hubiese extraterrestres y defendió con
fundamentos astronómicos un tanto dudosos que la Tierra era, con toda
seguridad, el único planeta en el universo en el que se podían haber
desarrollado formas de vida superiores. En su último libro, El mundo de la vida, de
1911, abandonó su visión anterior de que la evolución de los animales
hasta el nivel de nuestros ancestros prehumanos se produjo únicamente
por selección natural. Ahora parece que creía que había habido
intervenciones sobrenaturales en numerosos puntos del avance de la vida,
cada una encaminando el curso de la evolución en la dirección que
indica la humanidad. Para Wallace, la humanidad era verdaderamente un
producto exclusivo del plan divino que ha dirigido toda la historia de
la vida en la Tierra. “Es nuestro deber moral hacer todo lo que esté en
nuestras manos para avanzar en el progreso social de la raza con el fin
de alcanzar el objetivo que el Creador nos ha marcado”. De este modo,
Wallace anticipó una postura que se ha hecho común y corriente entre los
creyentes religiosos modernos que están preparados para aceptar la idea
general de evolución.
Peter J. Bowler.
Profesor emérito de Historia de la Ciencia de la Queen´s University de
Belfast. Miembro de la British Academy, de la Royal Irish Academy y de
la American Association for the Advancement of Science. Fue presidente
de la British Society for the History of Science de 2003 a 2005. Es
doctor por la Universidad de Toronto y ha impartido docencia en Canadá,
Malasia y Reino Unido. Ha publicado un gran número de libros y estudios
sobre historia de la biología.
Edición realizada por César Tomé López a partir de materiales suministrados por CIC Network
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