‘La ciencia. Su método y su filosofía’
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‘La ciencia. Su método y su filosofía’
OPINIÓN
La ciencia. Su método y su filosofía
por Mario Bunge
‘Materia’ publica el
prólogo que el propio Mario Bunge escribe para el primer libro de la
colección que lleva su nombre en la editorial Laetoli: ‘La ciencia. Su
método y su filosofía’
Más noticias de: filosofía de la ciencia, historia, historia de la ciencia, libros
Escrito originalmente en 1960, este
ensayo se convirtió en un manual de referencia para entender el método
científico y los pilares de la filosofía de la ciencia. En el prólogo
que sigue a continuación, su autor hace un recorrido por la evolución de
esta disciplina en las últimas cinco décadas.
¡Cuánto ha cambiado el mundo desde que apareció la primera edición de
este libro! La píldora anticonceptiva revolucionó la moral sexual; las
mujeres, los afroamericanos y los gays lograron importantes derechos
civiles; la novela latinoamericana admiró al mundo; Elvis Presley y los
Beatles arrinconaron a la música culta; un ejército de campesinos
derrotó al imperio más potente de la historia; despertaron China y el
mundo islámico; se derrumbó el llamado “mundo socialista”; el marxismo
entró en crisis; el llamado “neoliberalismo” amenazó las conquistas
sociales; y el entusiasmo por la ciencia provocado por el Spútnik se
convirtió en su rechazo por los posmodernos o irracionalistas.
Un referente internacional
Mario Bunge (Buenos Aires, 1919) es uno de los científicos más citados de
la historia de la ciencia. Doctor en Física y Matemáticas por la
Universidad de La Plata, estudió Física Nuclear en el Observatorio
astronómico de Córdoba, y demostró su interés por la filosofía fundando
la revista Minerva en 1944. Es miembro de la Asociación Americana para
el Avance de la Ciencia y tiene cinco doctorados honoris causa. En 1982
fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades.
La ciencia. Su método y su filosofía
144 páginas
15 euros
Pero en medio de semejantes convulsiones sociales hubo una constante:
la matemática, la ciencia y la técnica siguieron avanzando. En
particular, nacieron la biología molecular, la neurociencia cognitiva y
la socioeconomía; el mercado fue inundado por nuevos fármacos; y el
ordenador personal, Internet y el teléfono móvil se difundieron por
doquier, multiplicando la información aunque no necesariamente la
comprensión. También nacieron la psiquiatría científica y las primeras
drogas antipsicóticas eficaces, junto con los viajes espaciales y los
chantajes nucleares.
Durante la primera mitad del período considerado —es decir, entre el
Spútnik e Internet—, se generalizó la enseñanza de la lógica matemática a
los estudiantes de filosofía, al tiempo que la investigación lógica se
volvía tan abstrusa, y a veces arcana, que sólo los matemáticos podían
realizarla.
Durante este período se registraron tres bajas importantes: el
positivismo lógico, el materialismo dialéctico y la filosofía
lingüística quedaron marginados porque ya no tenían nada nuevo que
aportar. A la caída de la filosofía marxista contribuyó decisivamente la
del imperio soviético. De un día para otro quedaron cesantes decenas de
miles de profesores de esa filosofía y dejaron de venderse las obras
completas de Lenin, que hasta entonces se vendían más que la Biblia.
Los vacíos que dejaron esas tres escuelas no fueron ocupados por
otras nuevas dedicadas a trabajar problemas nuevos con nuevas
herramientas. Sucedió lo que ha venido sucediendo desde la Antigüedad
cada vez que la ciencia y la tecnología dan grandes saltos adelante: se
resucitaron cadáveres. En casi todo el mundo, la filosofía llamada analítica, que respetaba a la razón, fue reemplazada por la llamada continental, que la denigraba.
En efecto, los panfletos iconoclásticos de Nietzsche y los textos
herméticos y anticientíficos de Hegel, Husserl, Heidegger y sus
imitadores se hicieron de lectura obligatoria. Fue una manera de
advertir a los estudiantes que dejaran de preguntar y dudar y se
resignaran a repetir sin entender. Volvió a ponerse de moda el viejo
adagio teológico: Lo creo porque es absurdo. Y se atribuyeron a la ciencia intenciones criminales propias de la ingenieria y la industria militares.
Pero junto con esta degradación de la enseñanza de la filosofía, ha
habido durante el último medio siglo buenas nuevas en la literatura
filosófica. En particular, renació el interés por la ética, nació la
filosofía de la técnica y se enriquecieron notablemente las filosofías
de las ciencias particulares, especialmente la química, la biología, la
psicología y las ciencias sociales. En suma, la epistemología o
filosofía de la ciencia, que a comienzos del siglo XX había sido
pasatiempo de científicos a punto de jubilarse, se incorporó al núcleo
de la filosofía.
¿Por qué conviene hacer filosofía de la ciencia? Porque todos los
investigadores científicos presuponen o dicen usar algunos principios
filosóficos, pero rara vez los examinan. Si los examinasen podría
resultar que propiciaran el avance de la ciencia o lo obstaculizaran. En
el primer caso, esos principios merecerán que sean acogidos por la
ciencia; en el segundo, merecerán ser corregidos o abandonados. En
resumen, el cultivo de la epistemología procientífica puede ayudar al
avance de la ciencia a la par que enriquecer a la filosofía.
Por ejemplo, la tesis hipocrática de la identidad psiconeural (“lo
mental es cerebral”) propició la fusión de la psicología y la
psiquiatría con la neurociencia, proceso que está dando resultados
sensacionales. En cambio, la tesis neopitagórica its from bits (las cosas serían símbolos) descorazona a la física, en particular a la física experimental de partículas, ya que el bit,
la unidad de información, es artificial y carece de propiedades
físicas. La tesis de que la biología molecular es la base de la biología
ha revolucionado esta ciencia. Pero la tesis reduccionista: “todo está
en el genoma”, ha obstaculizado el estudio de los sistemas vivos, de la
célula al organismo.
En los estudios sociales, la teoría de la acción racional, que es la
corriente dominante, ha sido incapaz de explicar hechos macrosociales
tales como las crisis económicas, las guerras y la proliferación de
“villas miseria” o “ciudades perdidas”. En teoría económica se siguen
usando principios como el de la maximización de la utilidad esperada,
que no han sido puestos a prueba o han sido refutados por experimentos.
En suma, mientras algunas doctrinas filosóficas sugieren investigaciones
científicas promisorias, otras las frustran y merecen, por tanto, que
se las llame fobosóficas.
Además, está la tentación permanente de la pseudociencia, que hace
caso omiso del control empírico. Un ejemplo de ella está constituido por
las ingeniosas explicaciones de hechos sociales propuestas por los
sedicentes psicólogos evolutivos, los cuales sostienen que todo lo
social tiene una raíz biológica. También postulan que los seres humanos
dejaron de evolucionar hace unos 50.000 años, cuando la mente humana se
adaptó a la sabana africana. Curiosamente, no se preguntan cómo fue
posible que semejantes “fósiles vivientes” creasen la agricultura, la
civilización, la escritura o la matemática.
Aunque estas especulaciones son incompatibles con la arqueología y la
historiografía, circulan ampliamente en los ambientes académicos. Por
ejemplo, el conflicto humano es el tema central del número del 12 de
mayo de 2012 de la prestigiosa revista Science. La mayoría de
los autores que escribieron sobre este tema afirmaron que: a) todo acto
de violencia es producto de la agresividad innata; y b) la violencia ha
disminuido en el curso de los últimos siglos.
Un filósofo de la ciencia pediría a esos autores que suministren
pruebas empíricas de sus tesis. Acaso agregaría que la mayoría de los
crímenes no son pasionales sino económicos o políticos. También
señalaría que los atenienses de la época de Pericles no portaban armas, y
que las ciudades de China que describió Marco Polo eran más seguras que
Washington o la ciudad de México.
Finalmente, el filósofo agregaría, tal vez, que hay que distinguir la
violencia interpersonal, o al por menor, de la organizada en gran
escala, y que esta última ha sido mucho peor en el siglo pasado que en
épocas anteriores. Baste recordar las dos guerras mundiales y los campos
de concentración.
Esas calamidades fueron muchísimo más letales que todo lo conocido
hasta entonces y no se debieron a desconfianza del otro ni a rivalidad
sexual, sino a la codicia de unos pocos por riquezas ajenas o por
dominio político. En suma, el filósofo que terciase en la controversia
sobre la violencia exigiría mayor claridad conceptual, más respeto por
los datos y, sobre todo, la adopción de un enfoque interdisciplinario.
En todas las ciencias y tecnologías hay problemas, explícitos o
larvados, que invitan a la participación del filósofo. Pero para que
esta sea eficaz, el filósofo tendrá que estar dispuesto a enterarse de
los temas en discusión. Si lo hace podrá aportar sus dotes únicas: su
habilidad para analizar y organizar ideas y para reconocer nuevos
problemas globales, que suelen pasar desapercibidos al especialista.
Además, al acercarse a disciplinas propiamente dichas, rechazará la
consigna todo vale de los escribidores posmodernos.
El libro se puede adquirir en www.laetoli.es y se pondrá a la venta en librerías a partir del 15 de abril
— Mario Bunge, Filósofo de la ciencia
http://esmateria.com/2013/04/07/la-ciencia-su-metodo-y-su-filosofia/
La ciencia. Su método y su filosofía
por Mario Bunge
07/04/2013
Comentarios
‘Materia’ publica el
prólogo que el propio Mario Bunge escribe para el primer libro de la
colección que lleva su nombre en la editorial Laetoli: ‘La ciencia. Su
método y su filosofía’
Más noticias de: filosofía de la ciencia, historia, historia de la ciencia, libros
Escrito originalmente en 1960, este
ensayo se convirtió en un manual de referencia para entender el método
científico y los pilares de la filosofía de la ciencia. En el prólogo
que sigue a continuación, su autor hace un recorrido por la evolución de
esta disciplina en las últimas cinco décadas.
¡Cuánto ha cambiado el mundo desde que apareció la primera edición de
este libro! La píldora anticonceptiva revolucionó la moral sexual; las
mujeres, los afroamericanos y los gays lograron importantes derechos
civiles; la novela latinoamericana admiró al mundo; Elvis Presley y los
Beatles arrinconaron a la música culta; un ejército de campesinos
derrotó al imperio más potente de la historia; despertaron China y el
mundo islámico; se derrumbó el llamado “mundo socialista”; el marxismo
entró en crisis; el llamado “neoliberalismo” amenazó las conquistas
sociales; y el entusiasmo por la ciencia provocado por el Spútnik se
convirtió en su rechazo por los posmodernos o irracionalistas.
Un referente internacional
Mario Bunge (Buenos Aires, 1919) es uno de los científicos más citados de
la historia de la ciencia. Doctor en Física y Matemáticas por la
Universidad de La Plata, estudió Física Nuclear en el Observatorio
astronómico de Córdoba, y demostró su interés por la filosofía fundando
la revista Minerva en 1944. Es miembro de la Asociación Americana para
el Avance de la Ciencia y tiene cinco doctorados honoris causa. En 1982
fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias de Humanidades.
La ciencia. Su método y su filosofía
144 páginas
15 euros
Pero en medio de semejantes convulsiones sociales hubo una constante:
la matemática, la ciencia y la técnica siguieron avanzando. En
particular, nacieron la biología molecular, la neurociencia cognitiva y
la socioeconomía; el mercado fue inundado por nuevos fármacos; y el
ordenador personal, Internet y el teléfono móvil se difundieron por
doquier, multiplicando la información aunque no necesariamente la
comprensión. También nacieron la psiquiatría científica y las primeras
drogas antipsicóticas eficaces, junto con los viajes espaciales y los
chantajes nucleares.
Durante la primera mitad del período considerado —es decir, entre el
Spútnik e Internet—, se generalizó la enseñanza de la lógica matemática a
los estudiantes de filosofía, al tiempo que la investigación lógica se
volvía tan abstrusa, y a veces arcana, que sólo los matemáticos podían
realizarla.
Durante este período se registraron tres bajas importantes: el
positivismo lógico, el materialismo dialéctico y la filosofía
lingüística quedaron marginados porque ya no tenían nada nuevo que
aportar. A la caída de la filosofía marxista contribuyó decisivamente la
del imperio soviético. De un día para otro quedaron cesantes decenas de
miles de profesores de esa filosofía y dejaron de venderse las obras
completas de Lenin, que hasta entonces se vendían más que la Biblia.
Los vacíos que dejaron esas tres escuelas no fueron ocupados por
otras nuevas dedicadas a trabajar problemas nuevos con nuevas
herramientas. Sucedió lo que ha venido sucediendo desde la Antigüedad
cada vez que la ciencia y la tecnología dan grandes saltos adelante: se
resucitaron cadáveres. En casi todo el mundo, la filosofía llamada analítica, que respetaba a la razón, fue reemplazada por la llamada continental, que la denigraba.
En efecto, los panfletos iconoclásticos de Nietzsche y los textos
herméticos y anticientíficos de Hegel, Husserl, Heidegger y sus
imitadores se hicieron de lectura obligatoria. Fue una manera de
advertir a los estudiantes que dejaran de preguntar y dudar y se
resignaran a repetir sin entender. Volvió a ponerse de moda el viejo
adagio teológico: Lo creo porque es absurdo. Y se atribuyeron a la ciencia intenciones criminales propias de la ingenieria y la industria militares.
«¿Por qué conviene hacer filosofía de la ciencia? Porque
todos los investigadores científicos presuponen o dicen usar algunos
principios filosóficos, pero rara vez los examinan»
Pero junto con esta degradación de la enseñanza de la filosofía, ha
habido durante el último medio siglo buenas nuevas en la literatura
filosófica. En particular, renació el interés por la ética, nació la
filosofía de la técnica y se enriquecieron notablemente las filosofías
de las ciencias particulares, especialmente la química, la biología, la
psicología y las ciencias sociales. En suma, la epistemología o
filosofía de la ciencia, que a comienzos del siglo XX había sido
pasatiempo de científicos a punto de jubilarse, se incorporó al núcleo
de la filosofía.
¿Por qué conviene hacer filosofía de la ciencia? Porque todos los
investigadores científicos presuponen o dicen usar algunos principios
filosóficos, pero rara vez los examinan. Si los examinasen podría
resultar que propiciaran el avance de la ciencia o lo obstaculizaran. En
el primer caso, esos principios merecerán que sean acogidos por la
ciencia; en el segundo, merecerán ser corregidos o abandonados. En
resumen, el cultivo de la epistemología procientífica puede ayudar al
avance de la ciencia a la par que enriquecer a la filosofía.
Por ejemplo, la tesis hipocrática de la identidad psiconeural (“lo
mental es cerebral”) propició la fusión de la psicología y la
psiquiatría con la neurociencia, proceso que está dando resultados
sensacionales. En cambio, la tesis neopitagórica its from bits (las cosas serían símbolos) descorazona a la física, en particular a la física experimental de partículas, ya que el bit,
la unidad de información, es artificial y carece de propiedades
físicas. La tesis de que la biología molecular es la base de la biología
ha revolucionado esta ciencia. Pero la tesis reduccionista: “todo está
en el genoma”, ha obstaculizado el estudio de los sistemas vivos, de la
célula al organismo.
En los estudios sociales, la teoría de la acción racional, que es la
corriente dominante, ha sido incapaz de explicar hechos macrosociales
tales como las crisis económicas, las guerras y la proliferación de
“villas miseria” o “ciudades perdidas”. En teoría económica se siguen
usando principios como el de la maximización de la utilidad esperada,
que no han sido puestos a prueba o han sido refutados por experimentos.
En suma, mientras algunas doctrinas filosóficas sugieren investigaciones
científicas promisorias, otras las frustran y merecen, por tanto, que
se las llame fobosóficas.
Además, está la tentación permanente de la pseudociencia, que hace
caso omiso del control empírico. Un ejemplo de ella está constituido por
las ingeniosas explicaciones de hechos sociales propuestas por los
sedicentes psicólogos evolutivos, los cuales sostienen que todo lo
social tiene una raíz biológica. También postulan que los seres humanos
dejaron de evolucionar hace unos 50.000 años, cuando la mente humana se
adaptó a la sabana africana. Curiosamente, no se preguntan cómo fue
posible que semejantes “fósiles vivientes” creasen la agricultura, la
civilización, la escritura o la matemática.
Volvió a ponerse de moda el viejo adagio teológico: Lo creo porque es absurdo. Y se atribuyeron a la ciencia intenciones criminales propias de la ingenieria y la industria militares
Aunque estas especulaciones son incompatibles con la arqueología y la
historiografía, circulan ampliamente en los ambientes académicos. Por
ejemplo, el conflicto humano es el tema central del número del 12 de
mayo de 2012 de la prestigiosa revista Science. La mayoría de
los autores que escribieron sobre este tema afirmaron que: a) todo acto
de violencia es producto de la agresividad innata; y b) la violencia ha
disminuido en el curso de los últimos siglos.
Un filósofo de la ciencia pediría a esos autores que suministren
pruebas empíricas de sus tesis. Acaso agregaría que la mayoría de los
crímenes no son pasionales sino económicos o políticos. También
señalaría que los atenienses de la época de Pericles no portaban armas, y
que las ciudades de China que describió Marco Polo eran más seguras que
Washington o la ciudad de México.
Finalmente, el filósofo agregaría, tal vez, que hay que distinguir la
violencia interpersonal, o al por menor, de la organizada en gran
escala, y que esta última ha sido mucho peor en el siglo pasado que en
épocas anteriores. Baste recordar las dos guerras mundiales y los campos
de concentración.
Esas calamidades fueron muchísimo más letales que todo lo conocido
hasta entonces y no se debieron a desconfianza del otro ni a rivalidad
sexual, sino a la codicia de unos pocos por riquezas ajenas o por
dominio político. En suma, el filósofo que terciase en la controversia
sobre la violencia exigiría mayor claridad conceptual, más respeto por
los datos y, sobre todo, la adopción de un enfoque interdisciplinario.
En todas las ciencias y tecnologías hay problemas, explícitos o
larvados, que invitan a la participación del filósofo. Pero para que
esta sea eficaz, el filósofo tendrá que estar dispuesto a enterarse de
los temas en discusión. Si lo hace podrá aportar sus dotes únicas: su
habilidad para analizar y organizar ideas y para reconocer nuevos
problemas globales, que suelen pasar desapercibidos al especialista.
Además, al acercarse a disciplinas propiamente dichas, rechazará la
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http://esmateria.com/2013/04/07/la-ciencia-su-metodo-y-su-filosofia/
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