Y AL TERCER DÍA ASCENDIÓ A LOS CIELOS
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Y AL TERCER DÍA ASCENDIÓ A LOS CIELOS
viernes, 29 de marzo de 2013
Y AL TERCER DÍA ASCENDIÓ A LOS CIELOS
En la mitología cristiana, Cristo padeció tormentos luego de
ser detenido un jueves, y exhaló su último suspiro al día siguiente, un viernes,
antes de la caída del sol.
El domingo se denomina de resurrección, en esa liturgia de Semana Santa porque es cuando retorna del mundo de los muertos y asciende a los cielos.
Esta mañana y por radio, Hernán Brienza ridiculizó, si no escuché mal,
la celebración de la Semana Santa en tanto y en cuanto entre la muerte del
viernes y la resurrección del domingo no hay tres días, como sostiene el mito religioso,
sino dos.
Acaso por especializarse en historia argentina del siglo XIX, Brienza desconoce que en esa época los días se
medían de otro modo y por lo tanto, que efectivamente transcurrieron tres días.
Desconoce que los relojes, y la actual medición del tiempo, aparecieron al tope de las
torres de las iglesias y edificios del poder público junto con la Modernidad, hacia el siglo XIV, y
que recién ahí se comenzó a calcular un día como un espacio de tiempo que corre
entre las 0 y las 24 horas.
Con el reloj en lo alto, el tiempo todo lo mide y todo lo vigila.
Antes de la aparición de los relojes (un triunfo de la burguesía
triunfante en la medición del tiempo, pero además de los depósitos bancarios, las telas, los
líquidos y las distancias), los días se calculaban entre caídas de sol, y el
tiempo no se medía, como ahora, por horas, minutos, segundos y fracciones de
segundo.
Otras medidas
eran igualmente aproximativas, como la pulgada (por el
ancho de un pulgar), el codo, la braza, el pie, el palmo, el escrúpulo,
la milla, la arroba, el quintal, etc., pero además sugieren que
el ser humano tenía una centralidad que ahora se ha objetivado o
perdido.
Y eran "aproximativas" porque cada una de ellas tenía sus respectivas versiones nacionales, locales o geográficas.
No había, en ese entonces, una medida (objetiva y universal) llamada metro
equivalente
la distancia que recorre la luz en el vacío durante una fracción de
1/299792458 de segundo, al patrón de iridio-platino depositado en París,
o
1650763,73 veces la longitud de onda en el vacío de la radiación naranja
de
átomo de criptón 86.
No había necesidad.
Es decir, la actual medición del tiempo
no era una significación en aquella época, pues toda significación es
histórica.
Probablemente, cualquiera de estas definiciones del metro pierda
vigencia mañana mismo, reemplazada por otro todavía más exacta.
Hay aquí una obsesión por la medida, pero también la
aparición de una medida que existe objetivamente, fuera de nuestras
subjetividades.
Shakespeare se hace cargo del tema. Shyloc, el mercader, reclama a Antonio el pago de una libra de su propia carne por una deuda que considera no saldada. El autor publicó El Mercader de Venecia hacia 1600, basado en unos relatos (Il Pecorone)
de fines del siglo XIV, escritos por Giovanni Fiorentino, cuando
estaban apareciendo los relojes en la cúspide de las torres
eclesiásticas.
Fue la burguesía, entonces, la que inició en occidente la
medición de todo lo existente pero más que eso, la burguesía se convirtió, ella misma, en la medida de todas
las cosas.
en
19:52
Publicado por
Jorge Devincenzi
http://patria-o-colonia.blogspot.com.ar/2013/03/y-el-tercer-dia-ascendio-los-cielos.html
Y AL TERCER DÍA ASCENDIÓ A LOS CIELOS
En la mitología cristiana, Cristo padeció tormentos luego de
ser detenido un jueves, y exhaló su último suspiro al día siguiente, un viernes,
antes de la caída del sol.
El domingo se denomina de resurrección, en esa liturgia de Semana Santa porque es cuando retorna del mundo de los muertos y asciende a los cielos.
Esta mañana y por radio, Hernán Brienza ridiculizó, si no escuché mal,
la celebración de la Semana Santa en tanto y en cuanto entre la muerte del
viernes y la resurrección del domingo no hay tres días, como sostiene el mito religioso,
sino dos.
Acaso por especializarse en historia argentina del siglo XIX, Brienza desconoce que en esa época los días se
medían de otro modo y por lo tanto, que efectivamente transcurrieron tres días.
Desconoce que los relojes, y la actual medición del tiempo, aparecieron al tope de las
torres de las iglesias y edificios del poder público junto con la Modernidad, hacia el siglo XIV, y
que recién ahí se comenzó a calcular un día como un espacio de tiempo que corre
entre las 0 y las 24 horas.
Con el reloj en lo alto, el tiempo todo lo mide y todo lo vigila.
Antes de la aparición de los relojes (un triunfo de la burguesía
triunfante en la medición del tiempo, pero además de los depósitos bancarios, las telas, los
líquidos y las distancias), los días se calculaban entre caídas de sol, y el
tiempo no se medía, como ahora, por horas, minutos, segundos y fracciones de
segundo.
Otras medidas
eran igualmente aproximativas, como la pulgada (por el
ancho de un pulgar), el codo, la braza, el pie, el palmo, el escrúpulo,
la milla, la arroba, el quintal, etc., pero además sugieren que
el ser humano tenía una centralidad que ahora se ha objetivado o
perdido.
Y eran "aproximativas" porque cada una de ellas tenía sus respectivas versiones nacionales, locales o geográficas.
No había, en ese entonces, una medida (objetiva y universal) llamada metro
equivalente
la distancia que recorre la luz en el vacío durante una fracción de
1/299792458 de segundo, al patrón de iridio-platino depositado en París,
o
1650763,73 veces la longitud de onda en el vacío de la radiación naranja
de
átomo de criptón 86.
No había necesidad.
Es decir, la actual medición del tiempo
no era una significación en aquella época, pues toda significación es
histórica.
Probablemente, cualquiera de estas definiciones del metro pierda
vigencia mañana mismo, reemplazada por otro todavía más exacta.
Hay aquí una obsesión por la medida, pero también la
aparición de una medida que existe objetivamente, fuera de nuestras
subjetividades.
Shakespeare se hace cargo del tema. Shyloc, el mercader, reclama a Antonio el pago de una libra de su propia carne por una deuda que considera no saldada. El autor publicó El Mercader de Venecia hacia 1600, basado en unos relatos (Il Pecorone)
de fines del siglo XIV, escritos por Giovanni Fiorentino, cuando
estaban apareciendo los relojes en la cúspide de las torres
eclesiásticas.
Fue la burguesía, entonces, la que inició en occidente la
medición de todo lo existente pero más que eso, la burguesía se convirtió, ella misma, en la medida de todas
las cosas.
en
19:52
Publicado por
Jorge Devincenzi
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