EL DISCURSO POLÍTICO DE LA ANTIPOLÍTICA
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EL DISCURSO POLÍTICO DE LA ANTIPOLÍTICA
Jueves, 07 de Noviembre de 2013 / 11:16 h
La Antipolítica y el Neoinstitucionalismo Oligárquico
Oscar A. Fernández O.
Estaba claro, para Gramsci que la clase dirigente refuerza su poder material con formas muy diversas de dominación cultural e institucional, mucho más efectivas – que la coerción o el recurso de medidas expeditas-, en la tarea de definir y programar el cambio social exigido por los grupos sociales hegemónicos. De modo que si se quiere cimentar una hegemonía alternativa a la dominante, es preciso propiciar una batalla de posiciones cuyo objetivo es subvertir los valores establecidos y encaminar a la gente hacia un nuevo modelo social.
El concepto de hegemonía de Gramsci es de un indudable valor para rediseñar la democracia. Pues ésta es también reflexionar desde las prácticas sociales, es tomar partido en la tarea de responsabilizar socialmente a la filosofía. De ahí el interés de Gramsci en acabar con la división entre los intelectuales y las masas, entre dirigentes y dirigidos. Recuperar el concepto de hegemonía de Gramsci puede ser la base de un proceso constituyente que presente alternativas fiables para la izquierda en este siglo. Sobre todo, si entendemos la democracia como un proceso abierto a prácticas concretas y a la deliberación cívica, como una asociación capaz de transformar las relaciones de dominación en formas de autogobierno, esto es, de poder por y para el pueblo (Prieto y Martínez: Hegemonía y Democracia en el siglo XXI)
Es difícil hablar de democracia liberal en los tiempos que corren, sin considerar a los partidos políticos, pues ellos son los principales articuladores y aglutinadores de los intereses sociales según la teoría del Estado burgués moderno. Para precisar su origen podemos distinguir dos acepciones. Una concepción amplia de partido nos dice que éste es cualquier grupo de personas unidas por un mismo interés, y en tal sentido el origen de los partidos se remonta a los comienzos de la sociedad políticamente organizada.
Si, en cambio, admitimos la expresión partido político en su concepción restringida, que lo define como una agrupación con ánimo de permanencia temporal, que media entre los grupos de la sociedad y el Estado y participa en la lucha por el poder político y en la formación de la voluntad política del pueblo, principalmente a través de los procesos electorales, entonces encontraremos su origen en un pasado más reciente. Se discute, así, si los partidos surgieron en el último tercio del siglo XVIII o en la primera mitad del XIX en Inglaterra y los Estados Unidos de Norteamérica. En esta acepción, por tanto, el origen de los partidos políticos tiene que ver con el perfeccionamiento de los mecanismos de la democracia representativa, principalmente con la legislación parlamentaria o electoral, algo en que la derecha salvadoreña y sus patronos siempre estuvieron de acuerdo... ¿Por qué hoy reniegan de los partidos y la política, culpándolos de todos los malos habidos y por haber? ¿Por qué hoy su discurso se funda en “no politizar” la problemática social? ¿Por qué sostienen un furibundo discurso (como el de la ANEP y sus adláteres) para que se borre a los partidos políticos, especialmente a la izquierda, de la faz de la tierra?
Al respecto, Pablo Dávalos, sostiene que “Entre el vaciamiento de la política y los orígenes de la llamada biopolítica del homo economicus, se sitúa una reflexión a la que los neoliberales de la Sociedad del Monte Peregrino le dan mucha importancia, porque les otorga una proyección histórica y civilizatoria desde la cual establecen un sentido de largo plazo para su proyecto político. En ese horizonte civilizatorio los neoliberales encuentran también una justificación ética para su proyecto. Esta reflexión establece las condiciones de posibilidad para una comprensión de la historia y de la sociedad desde los marcos teóricos básicos del neoliberalismo. Se trata de la teoría liberal de las instituciones que en el caso de la economía neoliberal se denomina neo institucionalismo económico, y ahí constan nombres importantes de la sociedad del Monte Peregrino como J. Buchanan, G. Tullock y G. Stigler. En la actualidad, los teóricos más importantes del institucionalismo económico son Douglas North, Oliver Williamson, Elinor Ostrom, entre otros” (Dávalos: 2013)
El neo institucionalismo liberal ha creado el umbral histórico y la estructura social necesaria para el despliegue de la racionalidad y la acción estratégica del homo economicus, ya no más el zóon politikon. En este ofrecimiento, la condición de homo economicus es la base para todo comportamiento humano independientemente de sus particularidades identitarias, políticas o culturales. Todo ser humano debe ser asumido, desde el neoliberalismo, como “capital humano” y, en consecuencia, su “acción humana” como la denominaba Von Mises, siempre es y será estratégica (L. Von Mises: Remarks on the Fundamental Problem of the Subjective Theory of Value)
A esta acción humana estratégica e instrumental, la teoría liberal de las instituciones, cuando el homo economicus actúa en ese comienzo histórico y social, la denomina “acción colectiva”. En consecuencia, la “acción colectiva” no significa una posición crítica de los individuos ante su propia historia y su capacidad de interpretarla y transformarla, sino más bien la actualización de intereses estratégicos individuales que convergen y que, de esta manera refuerzan la visión del capital humano como capital social.
Esta sospecha se ve avalada por la forma por la cual el neoliberalismo crea sus supuestos de base: (a) la sociedad, como “auto-creación que se despliega como historia”, no existe; lo que existe son seres humanos concretos con intereses individualizados y que buscan maximizar su propio interés; (b) esos seres humanos concretos pueden ser comprendidos bajo el argumento teórico del homo economicus, es decir, individuos racionales, autónomos y egoístas; (c) los comportamientos del homo economicus pueden ser identificados como patrones conductuales que tienen una base neurobiológica específica (Castoriadis: 2005).
En esta reflexión ya no constan, ni siquiera como residuo, las preocupaciones fundamentales de los liberales de mediados del siglo XX, es decir, aquella disputa acre y dura contra los marxistas o contra los keynesianos que les obligaba a los neoliberales a otorgar un sustento teórico y filosófico más acotado a la realidad social e histórica. Recordemos a Hayek y al filósofo Popper, desarrollando su idea de “lo social” como la reivindicación histórica de una nueva forma de enfocar el liberalismo, ligada al pensamiento iluminista y en contraposición del Estado keynesiano y el Estado socialista marxista (1947)
En la actual teoría liberal de las instituciones, los neoliberales incluso se dan el lujo de reconocer ciertos aportes de Marx a quien le admiten sus preocupaciones por la historia. Pero, las referencias a Marx que hacen algunos de los neoliberales de la escuela del neo institucionalismo económico, Douglas North entre ellos, no debe llamar a engaño. Es una referencia hecha para legitimar sus propias interpretaciones sobre la historia. En efecto, Louis Althusser decía que Marx habría abierto, para las ciencias, el continente de la historia, así como Tales de Mileto habría abierto el continente de las matemáticas. Para la teoría institucional del neoliberalismo se trata de hacer precisamente lo contrario: cerrar de forma definitiva la historia (Dávalos: up supra)
Durante mucho tiempo, al neoliberalismo le ha interesado que la economía se separe del paradigma del Estado-nación y se dé a sí misma reglas transnacionales de funcionamiento. Al mismo tiempo partía del principio de que el Estado seguiría desempeñando el papel de costumbre y conservaría sus fronteras nacionales. Pero, desde los atentados, los Estados han descubierto a su vez la posibilidad y el poder de forjar alianzas transnacionales, aunque, de momento, sólo en el sector de la seguridad interior.
De pronto, el principio de contradicción del neoliberalismo, la necesidad del Estado, reaparece por todas partes, y en su variante hobbesiana más antigua: la garantía de la seguridad y un soporte llamado Derecho. Lo que resultaba impensable hace poco –vulnerar las soberanías nacionales se vuelve lo más normal. Y quizá asistamos pronto a convergencias similares con ocasión de las posibles crisis de la economía mundial. Una economía que debe prepararse para nuevas reglas y condiciones de ejercicio. La época del cada uno en su ámbito de excelencia y predilección está ciertamente superada (U. Beck: Le Monde 2010)
A medida que se aproximan las elecciones presidenciales, aumenta el miedo de la derecha arenera. Como expresión política de lo que aún queda del empresariado oligárquico; se saben en minoría y temen el triunfo de una fuerza mayoritaria indiscutible de la izquierda, en la cual ganan terreno demandas como cambios más profundos hacia la refundación de un Estado de iguales y democracia popular.
Lo demuestra la guerra sucia que ha iniciado a propósito de los partidos políticos que no le son afines, pero sobretodo contra la izquierda, el FMLN. La derecha necesita aferrarse a un poder que de ser impugnado abre la probabilidad del término del modelo neoliberal y, por ende, de una institucionalidad que encarcela la voluntad popular y congela esta situación en beneficio de los sectores dominantes.
En ese plano, la campaña del miedo apunta contra la Asamblea Legislativa y el Órgano Ejecutivo, que se demonizan como expresión de populismo, sinónimo de despilfarro y de contaminación política, en un ambiente en el que tiene que privar la tecnocracia y el burocratismo del mercado (sic!). Lo notable es que nada de lo que teme la derecha ha ocurrido en los países en que se han iniciado procesos de cambio para mejorar, usando por ejemplo formas de participación directa ciudadana. Esos países son hoy mucho más democráticos y participativos.
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EL DISCURSO POLÍTICO DE LA ANTIPOLÍTICA
Hernán Fair (1)
Resumen
El ensayo analiza el discurso político de la antipolítica. Tomando como eje algunos
porme
nores del caso argentino, afirma que el elemento político de la política se ve
erosionado por la presencia de un discurso tecnocrático-gerencial y un discurso liberal-
republicano, que tienden a eliminar a lo político en su doble dimensión de aceptación
del conflicto, la alteridad y las relaciones desiguales de pode, y de aceptación del
antagonismo constitutivo de visiones. El resultado de este proceso es un deterioro de lo
político,
que termina por promover un declive general de la propia praxis política.
Palabras clave
Discurso liberal-republicano, Discurso tecnocrático-gerencial, la Política, lo Político,
Análisis político del discurso.
Abstr
act
The essay analyzes the political discourse of anti-politics.
On the axis some
details of
the Arg
entine case
, affirms
that the political element of the policy is eroded by the
presence of a technocratic
-
manageri
al discourse and
a
liberal
-
republican discourse,
which tends to eliminate the political in its double dimension of acceptance of conflict
and unequal r
elations of power
, and acceptance of constitutive antagonism of visions.
The result of this process is a
deterioration of the political that ends up promoting a
general decline in political praxis.
Keywords
Liberal republican speech, Technocratic-managerial speech, Politics, Policy, Political
analysis of discourse.
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1. Introducción
Mucho se ha escrito en los últimos años acerca de la crisis y/o el declive de la política,
del hombre público, de las ideologías y de las identidades y tradiciones partidarias. Sin
em
ba
rgo, lo que se pretende analizar en este ensayo no es el descontento ciudadano con
la actividad política, la crisis y declinación de los partidos políticos y del Congreso
como instituciones que canalizan y expresan legítimamente la relación entre los
ciudadanos y el Estado
,
o la desafección general hacia los líderes que actúan como
representantes políticos, lo que habitualmente la Ciencia Política ha definido como la
crisis de representación o crisis de representatividad política. Según sostenemos, la
política no se circunscribe, ni mucho menos, a este campo tan reducido. Desde la
definición amplia que proponemos, la política abarca necesariamente los tópicos
y
significantes que la interrelacionan con la comunicación y la cultura. De allí que
podamos referirnos a la existencia de una particular cultura política.
Ahor
a bien, como señalaba Oscar Landi (1988), en un interesante trabajo que hemos
re
cuperado, la cultura política ha sido relacionada históricamente por los distintos
regímenes dominantes a los fenómenos enunciados por actores de la política, ya sea
partidos, dirigentes y/o el Estado. Sin embargo, lo que destaca Landi es que lo político
no puede estar vinculado únicamente con ciertos temas o enunciados que hablan de
política. En realidad, “la definición de lo que es y de lo que no es político en la sociedad
en un momento dado es producto de los conflictos
por la hegemonía” (Landi, 1988, p.
202). Es por ello que Landi afirma que lo que es considerado político es producto de
una construcción social que tiene relación con el
“
sentido del orden
”
.
Si seguimos la definición de Landi, que lo asemeja a algunas perspectivas recientes del
post-estructuralismo (Laclau, 1993, 2005), actualmente podemos observar una
transformación de lo que es considerado político, en tanto vastas áreas de la realidad
social son vistas ahora como apolíticas, cuando décadas atrás eran relacionad
as
con
ideas y valores considerados políticos. Es el caso, por ejemplo, del llamado discurso
tecnocrático (Verón, 1985), un discurso estructurado y estructurante que tiende a
desvalorizar a la política en pos de una supuesta gestión y administración instrumental
de lo social, que no se encontraría vinculada a relaciones desiguales e inmanentes de
poder y dominación (lo propio de lo político). Este discurso, si bien con largos
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antecedentes sociohistóricos, ha llegado a ser hegemónico durante la década de los ́90,
manteniendo aún una marcada, aunque alicaída, influencia social en diversos sectores
(2).
Sin embargo, podemos incluir una segunda definición más general de lo que representa
lo político. Si en el primer caso, que puede tomar como base los análisis de Michel
Foucault (1992), lo político se hallaba vinculado a la presencia de relaciones de poder
que resultan inherentes y constitutivas a toda relación social, es posible incorporar una
segunda definición general acerca de lo político. Desde este enfoque, que remite a la
obra de Carl Schmitt (1987), lo político se vincula con la célebre
distinción “Amigo
-
Enemigo
”
.
En ese contexto, recuperando los aportes de la visión anterior, podemos señalar que lo
que observamos en las últimas décadas, con la preeminencia de los discursos
tecnocráticos, es ya no sólo la transformación, sino también la declinación de lo
político. Y ello en razón de que, en los últimos tiempos, parece declinar tanto la
inclusión de una
ló
gica basada en el antagonismo de proyectos colectivos (definición
schmittiana), como la aceptación del conflicto, el poder y la alteridad como constitutivas
de todo orden y de toda relación social (definición foucaultiana)
(3
). Tal como lo había
denunciado el propio Landi hace más de dos décadas, al observar la emergencia de este
ti
po de discurso tecnocrático en figuras como el ex Gobernador cordobés y ex candidato
a Presidente de la Argentina, Eduardo Angeloz, parece como si la política, con su
elemento político inmanente, debiera ser ahora
pura “gestión” y “admin
i
stración”
tecnocrática de lo que quiere “la gente”.
En muchos casos, ni siquiera parece ser buena
idea apelar a las demandas sociales insatisfechas del Pueblo
y “los de abajo”
(Laclau
,
2005), o
a la inclusión en un plano igualitario de los sectores
“incontados”
(Ranciere,
1996), para obtener éxito simbólico y electoral. Por el contrario, en los nuevos tiempos
“
desideologizados
”
, aquellos en los que las distinciones ideológicas entre la izquierda y
la derecha han quedado
“
o
bsoletas
”
,
y
se asiste al fin de la
“vieja”
política basada en el
“
enfrentamiento
”
y la militancia tradicional, se debe gestionar y administrar la sociedad
y
la economía sin conflictos
“
innecesarios
”
y
“
contraproducentes
”
que alteren la
“
concordia
”
y
“
armonía
”
del “cuerpo social”
. Como lo vemos repetir en diversas figuras
del ámbito local e internacional, se debe buscar una mayor
“
tolerancia
”
,
“
diálogo
”
y
consenso social e, incluso, en sectores más conservadores, la
“reconciliación nacional”
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o
la
“
pacificación social
”
, para acabar con la
etapa de “crispación”
,
“
autoritarismo
”
,
“
intolerancia
”
y
“
conflicto permanente
”
. Se produce, así, en los términos del análisis
político del discurso desarrollado por Laclau (Laclau y Mouffe, 1987; Laclau, 2005),
una
“
frontera de inclusión
”
que establece una
“
cadena de equivalencias
”
signada por un
“
punto nodal
”
b
asado en la gestión eficiente, racional y técnica o experta
,
asociado a la
“nueva” política del “
diálogo
”
,
el “respeto”,
el
“
consenso
”
y la
“
tolerancia
”
,
frente a una
“frontera
de exclusión
”
que antagoniza con la
“vieja”
política y los antiguos políticos,
asociados a la antigua militancia partidaria y a significantes equivalentes como un
accionar
“
irracional
”
,
“arbitrario”, “
pasional
”
,
“
conflictivo
”
,
“violento”, “
intolerante
”
e
“
ineficiente
” en el manejo de los recursos públicos
(4
).
2.
Antagonismo y política: De Schmitt a Mouffe
El concepto de lo político, tal como fue definido por Carl Schmitt (1987) a comienzos
de
l siglo pasado, se relaciona, como hemos señalado, con la distinción
“
Amig
o
-
enemigo”
. En dicho marco, si pensamos en su aplicación sociohistórica, quedaba clara
la existencia de proyectos antagónicos delimitadamente marcados que otorgaban
entidad e identidad política a los sujetos colectivos. En la Argentina, por ejemplo,
a
mediados de los años ́40, se sabía que la
“
oli
garquía
”
terrateniente era el enemigo
irreconciliable del
“
Pueblo
”
, porque el propio discurso peronista ponía de manifiesto
esta demarcación política entre un nosotros y un ellos que resultaba irreconciliable
(Sigal y Verón, 2003).
No obstante, desde aproximadamente mediados de la década de los ́70, y especialmente
durante la última década, con el fracaso de la experiencia soviética y el triunfo global de
la democracia (neo)liberal, lo específicamente político, asociado al antagonismo de
proyectos de país y la presencia de relaciones desiguales de poder trasmutadas en
procesos de dominación, se ha devaluado. No criticamos aquí, e incluso estimulamos,
cierta moderación del antagonismo exacerbado, lo que ha llevado a teóricos
c
ontemporáneos como Chantal Mouffe (1999, 2005, 2007), a referirse, en su crítica a la
visi
ón puramente antagonista de la política de Ernesto Laclau (2005), a la necesidad de
tomar en cuenta una lógica de “agonismo”
. Como destaca Mouffe (2007), en su crítica
“
desde Schmitt contra Schmitt”, esta lógica agonista “
sublima
”
, sin eliminar nunca, los
antagonismos constitutivos
. Para ello, en lugar de considerar al “Otro” como un
“enemigo” a combatir discursivamente con todas las a
rmas posibles (Laclau, 2005), se
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lo considera como un “adversario” al que el “Nosotros” se enfrenta, e incluso puede
dialogar en busca de consensos (si bien descreyendo de la posibilidad de alcanzar un
acuerdo final puramente racional).
No puede señalarse como negativa cierta moderación de la violencia política y social
que caracterizaba en los años ́70 a nuestro país, así como a diversos países de la región,
ni
tampoco olvidar la herencia nazi asociada, quizás injustamente, al pensamiento
schmittiano (5), sino más bien denunciar su lisa y llana eliminación. Así, a partir del
genocidio perpetrado por la última Dictadura cívico-militar (1976-1983), y la creciente
de
mocratización institucional del justicialismo en los años ́80, la lógica
“
Amigo-
Enemigo
”
,
“
Pa
tria-Antipatria
”
,
que caracterizaba tradicionalmente al peronismo y el
antiperonismo (Sigal y Verón, 2003), sin desaparecer del todo, se ha debilitado
fuertemente (Palermo y Novaro, 1996; Barros, 2002).
Ex
iste un amplio acuerdo general en que el objetivo de una política democrática y
plural, con su componente inmanente de lo político, no debe consistir en el retorno a esa
lucha civil interna entre la izquierda y la derecha del peronismo, o a la violencia social
generalizada entre el peronismo y el antiperonismo, bajo el manto represivo del Estado.
P
recisamente,
d
esde la definición post
-
estructuralista
,
de
orientación post
-
marxista,
que
tomamos como base en este trabajo,
mientras que lo político se asocia a la marcación de
un Nosotros y un Ellos y a la acep
tación del conflicto
, el antagonismo
, la alteridad
y
las
relaciones desiguales de
poder como constitutivos, la política se vincula con la
construcción
colectiva
de hegemonías
ideológicas
o culturales
que articulan
discursivamente el espacio social
(6
)
. En
ese marco,
como destaca Chantal Mouffe
(1999, 2005, 2007),
la política conlleva en su interior un elemento político que debe ser
“sublimado” para la construcción
consensual
de un orden democrático y plural.
La
construcción política
“
agonista
”
requiere, ent
onces, para la construcción discursiva de
hegemonías
democráticas
,
d
el diálogo y el debate
plural de ideas
(Laclau y Mouffe,
1987)
y la búsqueda de
acuerdos y
consensos colectivos. Sin embargo,
estas
concesiones a la tradicional visión democrático
-
liberal
no puede
llevarnos a
renegar
completamente de lo político
,
en nombre de una supuesta administración gestionaría o
puramente consensual de lo social
(7)
.
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3. Entre la gestión tecnocrática y el consenso liberal republicano
Como hemos mencionado, en las últimas décadas asistimos a un declive de lo político
y, por extensión, de la política misma
(e
n su visión no democrático-liberal
consensualista). Esta crítica a la presencia de lo político desde la propia actividad
polí
tica, se observa en la importante presencia que ha adquirido en el espacio público lo
que definimos como
el
discurso político de la antipolítica. Decimos discurso político, ya
que este discurso desideologizado, presente históricamente
en
países como Francia bajo
liderazgos como el de Valéry Giscard d ́Estaing, hace política confrontando implícita o
explícitamente con los propios políticos, a quienes acusa de defender intereses
particulares
e
híper-idelogizados ya superados por el devenir de la historia o,
directamente, de no lograr comprender la realidad social (Verón, 1985). En
c
ontraposición a la
ir
racionalidad
, la ineficiencia y la excesiva ideologización de la
“vieja política”, el saber superior y
la capacidad de gestión eficiente, propias del sector
privado, les permite a los técnicos expertos
y
a
los
empresarios de la “nueva política”,
administrar o gestionar racionalmente, y sin
“
ide
ologías innecesarias
”
, a la economía
,
garantizando, supuestamente, la mejor asignación de los recursos
“
e
scasos
”
.
No obstante, como destaca Iazzetta, en la actualidad existen
dos fuentes de malestar
frente a la política: los que demandan ética pública
y moralización frente a la corrupción
y el particularismo
,
y los que rechazan toda política y piden despolitizar la política para
que domine la economía y un mercado sin interferencias de la
propia
política (Iazzetta,
2002, p.
190). En ese marco,
a
modo a
nalítico, podemos señalar que
el proceso de
despolitización
de la política
posee
dos modalidades de presentación: la
más extrema,
representada por el discurso de gestión
y administración
tecnocrático
-
gerencial
-
neoliberal
, y la
más moderada, representada po
r el discurso
liberal
democrático, liberal
republicano
o deliberativo
-
consensual
. En la Argentina
,
si
n
que sean casos puros,
actualmente
podemos ejemplific
ar
su presencia
, en el primer caso,
con
el empresario
de
la nueva derecha
del
partido
PRO
Mauricio
Ma
cri
y
, en el segundo,
con
diversos
dirigente
s
políticos
provenientes del radicalismo
(desde Julio Cobos, hasta Ricardo
Alfonsín
y Margarita Stolbizer
)
.
En ambos ejemplos, en gran medida debido a sus orígenes gerenciales, en el primer
c
aso, y de la larga tradición republicana del partido radical (UCR), en el segundo, el
punto de partida de sus discursos es la necesidad de dejar de lado, o bien moderar, los
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político
ll
a
mado “Gran Cuñado”,
que parodiaba, a su vez, al
reality show
“Gran
Hermano”,
en el que se denigraba de forma grosera a los dirigentes políticos más
importantes. Este
sketch
, con amplia repercusión social a partir de elevados
ratings
, ha
logrado tocar el sentido común sedimentado de muchos argentinos, que creen que la
polí
tica ha terminado por ser equivalente a un espectáculo de actores mediocres que
carecen de ideas, valores, convicciones personales y visiones socioculturales que
resultan antagónicas entre sí.
A partir de la promoción de este tipo de discurso anti-político por parte de los sectores
más
poderosos del
establishment
, y más aún tras el derrumbe histórico de la Unión
Soviética y el fracaso del modelo de Estado Social de posguerra, lo que es considerado
polí
tico tiende a ser más reducido
que en las “politizadas” e “ideologizadas” décadas
previas. En lugar del mundo de proletarios y capitalistas, de amigos y enemigos, o al
menos de adversarios con ideas antagónicas y valores opuestos e irreconciliables, a lo
que asistimos en la actualidad, siempre con la i
nestimable ayuda de los “especialistas de
la producción simbólica”
(B
ourdieu, 2007, p. 69), es a un mundo de vecinos aislados
que deben dialogar, debatir y ponerse de acuerdo como en una asamblea o un consorcio,
y a la igualación de la política con la pura lucha por el poder sectorial, la confrontación
sinsentido y extra-ideologizada y la mera búsqueda de los beneficios personal
es
o
particulares. Los problemas, entonces, ya no son de antagonismos irreconciliables de
visiones, de políticas socioeconómicas que deben enfrentarse a fuertes intereses
políticos de los núcleos del poder empresarial, a pesar de su resistencia corporativa
.
C
omo se intenta imponer de manera casi uniforme desde el discurso de ciertas
elites
políticas y mediáticas
, ese es un discurso “viejo”
e “ideologizado”
.
Un discurso del
“pasado”
que se quedó en la
“antigua”
década de los ́70. Ahora, en los tiempos actuales
de “evolución” y “progreso”
hacia nuevas formas de consenso democrático racional, lo
que predomina es la exaltación hasta el paroxismo del diálogo, la tolerancia, los
acuerdos y la búsqueda infructuosa de la paz, la no confrontación y la reconciliación
social. En pocas palabras, asistimos al intento de imponer un nuevo orden sociocultural
de la antipolítica que, tomando como base a la política, intenta por todos los medios
borrar su inherente aspecto político, transformándose, de este modo, en un discurso
político de la anti-política.
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post-racionalistas, el post-estructuralismo, las filosofías posmodernas, la semiótica
social, el psicoanálisis lacaniano y el pragmatismo anglosajón, que desde que estamos
inm
ersos en el lenguaje, resulta imposible situarse por fuera del discurso y de las ideas,
c
omo un
mítico “
metalenguaje
”
no contaminado por las ideologías, valores y creencias.
Es por eso que toda crítica cultural será siempre, y necesariamente, intraideológica
(
Laclau, 2006). Sin embargo, la imposibilidad de nombrar las cosas tal como ellas son
en su realidad ontológica, no debe llevarnos a caer en la tentación de retomar los
pr
incipios totalizantes que designan a este tipo de discursos de la antipolítica, o bien
a
dejar de lado directamente la lucha política concertada, para caer en un nihilismo
o
re
lativismo posmoderno de la quietud conservadora. Más bien,
debe incrementar nuestra
imaginación para estructurar y reforzar un nuevo sentido colectivo del orden, un núcleo
de
“buen sentido”
que rompa definitivamente, y de este modo evite, su retorno
he
gemónico al espacio público.
Como destaca Iazzetta, de lo que se trata es de “recrear
la confianza en la política como un instrumento de cambio y como una herramienta
decisiva para la formación d
e voluntad colectiva en un régimen democrático”. En ese
marco,
tal como es posible observar en la emergencia y el éxito electoral de los nuevos
gobi
ernos progresistas
, de centro
-
izquierda
o “nacional
populares” de la región,
se de
be
seguir defendiendo
el r
ol
clave y
fundamental del Estado y sus capacidades
institucionales
,
para regular y limitar el poder de la economía y fortalecer, así,
a
la
democracia (Iazzetta, 2002, p.
207).
En este contexto de revalorización de la política y del rol integrador del Estado sobre la
domi
nación de la economía y el presunto saber experto y apolítico de los tecnócratas
neoliberales, el presente trabajo tuvo como principal objeto elevar y fortalecer la
pertinencia y legitimidad del debate político y social acerca de las diversas modalidades
y estrategias que utilizan actualmente los grupos de poder real para ejercer y perpetuar
el poder y la dominación sobre los sectores subalternos. En segundo término, se intentó
contribuir al debate público en torno al modo más adecuado de hacer presente la
existencia de proyectos colectivos y cosmovisiones socioculturales y políticas que
resultan claramente antagónicos y, en muchos casos, irreconciliables entre sí. El
objetivo
final, de todos modos, contiene una meta
y
un horizonte más ampl
io
, que
consiste en transformar radicalmente, y en sentido progresista, la realidad social,
contribuyendo
a
generar un proyecto colectivo nacional y latinoamericano que sea más
justo, equitativo y solidario. Aunque el resultado de este combate cultural no será fácil
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ni corto, y ni siquiera se encuentra garantizado el triunfo, entendemos que su
continuación y promoción constituye un imperativo ético-político que no puede ser
abandonado si pretendemos vivir y convivir en un planeta diferente a la que actualmente
nos t
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Notas
(1)
Magíster en Ciencia Política y Sociología (FLACSO Argentina), Candidato a Doctor en Ciencias
Sociales (CONICET-Universidad de Buenos Aires). Docente de la UBA. Correo electrónico:
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
(2) Acerca de las características y antecedentes de este tipo de discurso, se recomienda la lectura de los
textos de Verón (1985), Camou (1997), Centeno (1997), Montecinos (1997), Thwaites Rey (2001),
Heredia (2006) y Rinesi y Vommaro (2007).
(3
) Para ser más justos, esta definición a favor de las relaciones desiguales de poder como constitutivas,
se inicia y desarrolla con la teoría política de Maquiavelo, así como con varios de sus herederos recientes,
entre ellos, Claude Lefort (1990). Sobre el particular, véase Marchart (2009). Asimismo, puede hallarse
también en corrientes como la deconstrucción derridiana y en los enfoques neo-comunitaristas de la
pluralidad social, como el de Hannah Arendt (1996), entre otros
.
(4
) Ac
erca de la “nueva forma de hacer política”
de Mauricio Macri, basada
en la “gestión” y la “
obsesión
por hacer” y los valores
PRO (o sea, en favor de) el
“respeto”, el “diálogo”, la “tolerancia”
, el
“consenso”, la “pluralidad” y “diversidad”
, véase, por ejemplo,
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
victoria-
de
-una-nueva-forma-
de
-hacer-politica/
(5) Si bien es cierto que Schmitt nunca ocultó su adhesión al Tercer Reich, se ha destacado también que
e
quivocadament
e se tiene a Schmitt como un teó
r
ico del autoritarismo estatal, debido a que
el fin último
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que tendría este autor
“
no es otro que salvaguardar al Estado y a las instituciones, evitar la anarquía y la
disolución de la unidad política organizada y, por supuesto, impedir que la lógica amigo
–
enemigo sea
manejada por los particulares
”
(Baldioli y Leiras,
2010
, p.
40)
. De allí que pueda hablarse de un
decisionismo democrático que no suspende, sino que atenúa temporalmente el Estado de Derecho
(Quiroga, 2010).
(6)
Para una aplicación
analítica
de estas d
i
stinciones teóricas, véase Fair
(2010b).
(7) Esta crítica de lo social y lo económico desligado de lo político no implica desconocer la autonomí
a
relativa de cada campo. Como bien señala Laclau (1993, 2005), si la sociedad, en tanto utopía de una
identidad plenamente realizada, no existe como proyecto posible, lo social existe como tal, aunque se
encuentra “sedimentado”, esperando la etapa de “reactivación” que lleva a cabo la política mediante la
marcación del antagonismo.
(
La crítica a la “crispación” y la “intolerancia” del kirchnerismo
, aunque con antecedentes desde la
asunción presidencial de Néstor Kirchner en el 2003, se desarrolló a partir del denominado conflicto con
el campo, a comienzos del 2008, siendo moneda corriente desde entonces en diversos referentes
mediáticos y partidarios. Uno de los principales exponentes del discurso liberal-republicano, Julio Cobos,
señalaba, por ejemplo, en el año 2010, que en el país se vive un clima de "agravio, crispación e
intolerancia", y que "ningún clima de enfrentamiento, agravio, crispación y descalificación es propicio
para sentarse a dialogar". Según afirmaba el entonces Vicepresidente, se percibe "una ausencia de
tolerancia y de respeto con el que piensa distinto", destacando que "los disensos no se pueden dirimir con
descalificaciones, pintadas y panfletos, sino con debate" (véase
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
preocupa-a-cobos-
la
-crispacion
).
(
9
) Se trata de la histórica distinción liberal entre la política (definida como lucha de poder) y la economía
(como actividad objetiva y neutral) que, antes de Bau
man
(2003)
, han denunciado Polanyi, Bourdieu y
Lechner, entre otros (Iazzetta, 2002).
(
10
) En el caso del discurso liberal-republicano del dirigente radical Ricardo Alfonsín, se presenta una
defensa de los significantes mencionados, tales como el
“
diálogo amplio
”
, la
“
tolerancia
”
,
el
“
consenso
”
,
el
“
respeto
”
,
la
“
defensa de las instituciones
”
y el
“
Estado de derecho
”
, junto a los demás principios del
liberalismo democrático y la ética republicana, frente a la
“
agresión
”
y la
“
enemistad
”
del Gobierno
nacion
al
. Además, este discurso incorpora también
ciertos principios de la visión “nacional popular”,
aunque derivados de la defensa de los principios consensuales antes mencionados (véanse
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
de
-
ricardo.html
,
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
y
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
).
Por su parte, la visión tecnocrática-gerencial de
Mauricio Macri centra su atención en la idea de un “Equipo de excelencia” y de “gestión”,
con
“seriedad”
,
“alto profesionalismo” y “conocimiento técnico”, que se encuentra “l
lena de realizaciones, de
obras
y de tareas muy concretas”
y muestra “eficacia en la gestión”. En ese marco, se dirige a la “gente”
y
a los “vecinos”
, para destacar la necesidad de promover el
“
di
álogo
”, el “respeto” y la “
unidad
”
,
criticando no sólo los “enfrentamiento
s
inútiles”, sino también el “deterioro de las escuelas
públicas” y
las “colas en los hospitales públicos” (
véase
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
).
En otros casos, se incorpora también la variante más conservadora, exigiendo la
“
reconcili
ación”
nacional
(v
éa
nse las declaraciones de Macri en
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
).
(
11
)
Para una cr
ítica
reciente
a este enfoque, véase Fair
(2010a).
(12
)
En las recientes elecciones presidenciales en la Argentina, el discurso más confrontador, liderado por
los dirigentes Elisa Carrió y Eduardo Duhalde, obtuvo un fuerte rechazo popular, frente al buen
desempeño del discurso moderado del socialista Hermes Binner
.
Cabe destacar, de todos modos, el
apabullante éxito electoral y simbólico de un discurso claramente reivindicador del componente político
de la política (si bien en su lógica actual,
más cercana al “agonismo” de Mouffe que al antagonismo
estricto de su esposo, próximo
a la visión “populista” de Laclau)
, como es el caso de la reelección de
Cristina Fernández como Presidenta de la Argentina, así como las recientes manifestaciones estudiantiles
en Chile en contra del modelo neoliberal aplicado a la educación. Todos estos casos pueden ser vistos
como “síntomas” sociales del fracaso de un discurso tecnocr
ático-neoliberal que reniega del conflicto, el
antagonismo y el poder, priorizando las variables económicas y financieras del mercado por sobre los
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La Antipolítica y el Neoinstitucionalismo Oligárquico
Oscar A. Fernández O.
Estaba claro, para Gramsci que la clase dirigente refuerza su poder material con formas muy diversas de dominación cultural e institucional, mucho más efectivas – que la coerción o el recurso de medidas expeditas-, en la tarea de definir y programar el cambio social exigido por los grupos sociales hegemónicos. De modo que si se quiere cimentar una hegemonía alternativa a la dominante, es preciso propiciar una batalla de posiciones cuyo objetivo es subvertir los valores establecidos y encaminar a la gente hacia un nuevo modelo social.
El concepto de hegemonía de Gramsci es de un indudable valor para rediseñar la democracia. Pues ésta es también reflexionar desde las prácticas sociales, es tomar partido en la tarea de responsabilizar socialmente a la filosofía. De ahí el interés de Gramsci en acabar con la división entre los intelectuales y las masas, entre dirigentes y dirigidos. Recuperar el concepto de hegemonía de Gramsci puede ser la base de un proceso constituyente que presente alternativas fiables para la izquierda en este siglo. Sobre todo, si entendemos la democracia como un proceso abierto a prácticas concretas y a la deliberación cívica, como una asociación capaz de transformar las relaciones de dominación en formas de autogobierno, esto es, de poder por y para el pueblo (Prieto y Martínez: Hegemonía y Democracia en el siglo XXI)
Es difícil hablar de democracia liberal en los tiempos que corren, sin considerar a los partidos políticos, pues ellos son los principales articuladores y aglutinadores de los intereses sociales según la teoría del Estado burgués moderno. Para precisar su origen podemos distinguir dos acepciones. Una concepción amplia de partido nos dice que éste es cualquier grupo de personas unidas por un mismo interés, y en tal sentido el origen de los partidos se remonta a los comienzos de la sociedad políticamente organizada.
Si, en cambio, admitimos la expresión partido político en su concepción restringida, que lo define como una agrupación con ánimo de permanencia temporal, que media entre los grupos de la sociedad y el Estado y participa en la lucha por el poder político y en la formación de la voluntad política del pueblo, principalmente a través de los procesos electorales, entonces encontraremos su origen en un pasado más reciente. Se discute, así, si los partidos surgieron en el último tercio del siglo XVIII o en la primera mitad del XIX en Inglaterra y los Estados Unidos de Norteamérica. En esta acepción, por tanto, el origen de los partidos políticos tiene que ver con el perfeccionamiento de los mecanismos de la democracia representativa, principalmente con la legislación parlamentaria o electoral, algo en que la derecha salvadoreña y sus patronos siempre estuvieron de acuerdo... ¿Por qué hoy reniegan de los partidos y la política, culpándolos de todos los malos habidos y por haber? ¿Por qué hoy su discurso se funda en “no politizar” la problemática social? ¿Por qué sostienen un furibundo discurso (como el de la ANEP y sus adláteres) para que se borre a los partidos políticos, especialmente a la izquierda, de la faz de la tierra?
Al respecto, Pablo Dávalos, sostiene que “Entre el vaciamiento de la política y los orígenes de la llamada biopolítica del homo economicus, se sitúa una reflexión a la que los neoliberales de la Sociedad del Monte Peregrino le dan mucha importancia, porque les otorga una proyección histórica y civilizatoria desde la cual establecen un sentido de largo plazo para su proyecto político. En ese horizonte civilizatorio los neoliberales encuentran también una justificación ética para su proyecto. Esta reflexión establece las condiciones de posibilidad para una comprensión de la historia y de la sociedad desde los marcos teóricos básicos del neoliberalismo. Se trata de la teoría liberal de las instituciones que en el caso de la economía neoliberal se denomina neo institucionalismo económico, y ahí constan nombres importantes de la sociedad del Monte Peregrino como J. Buchanan, G. Tullock y G. Stigler. En la actualidad, los teóricos más importantes del institucionalismo económico son Douglas North, Oliver Williamson, Elinor Ostrom, entre otros” (Dávalos: 2013)
El neo institucionalismo liberal ha creado el umbral histórico y la estructura social necesaria para el despliegue de la racionalidad y la acción estratégica del homo economicus, ya no más el zóon politikon. En este ofrecimiento, la condición de homo economicus es la base para todo comportamiento humano independientemente de sus particularidades identitarias, políticas o culturales. Todo ser humano debe ser asumido, desde el neoliberalismo, como “capital humano” y, en consecuencia, su “acción humana” como la denominaba Von Mises, siempre es y será estratégica (L. Von Mises: Remarks on the Fundamental Problem of the Subjective Theory of Value)
A esta acción humana estratégica e instrumental, la teoría liberal de las instituciones, cuando el homo economicus actúa en ese comienzo histórico y social, la denomina “acción colectiva”. En consecuencia, la “acción colectiva” no significa una posición crítica de los individuos ante su propia historia y su capacidad de interpretarla y transformarla, sino más bien la actualización de intereses estratégicos individuales que convergen y que, de esta manera refuerzan la visión del capital humano como capital social.
Esta sospecha se ve avalada por la forma por la cual el neoliberalismo crea sus supuestos de base: (a) la sociedad, como “auto-creación que se despliega como historia”, no existe; lo que existe son seres humanos concretos con intereses individualizados y que buscan maximizar su propio interés; (b) esos seres humanos concretos pueden ser comprendidos bajo el argumento teórico del homo economicus, es decir, individuos racionales, autónomos y egoístas; (c) los comportamientos del homo economicus pueden ser identificados como patrones conductuales que tienen una base neurobiológica específica (Castoriadis: 2005).
En esta reflexión ya no constan, ni siquiera como residuo, las preocupaciones fundamentales de los liberales de mediados del siglo XX, es decir, aquella disputa acre y dura contra los marxistas o contra los keynesianos que les obligaba a los neoliberales a otorgar un sustento teórico y filosófico más acotado a la realidad social e histórica. Recordemos a Hayek y al filósofo Popper, desarrollando su idea de “lo social” como la reivindicación histórica de una nueva forma de enfocar el liberalismo, ligada al pensamiento iluminista y en contraposición del Estado keynesiano y el Estado socialista marxista (1947)
En la actual teoría liberal de las instituciones, los neoliberales incluso se dan el lujo de reconocer ciertos aportes de Marx a quien le admiten sus preocupaciones por la historia. Pero, las referencias a Marx que hacen algunos de los neoliberales de la escuela del neo institucionalismo económico, Douglas North entre ellos, no debe llamar a engaño. Es una referencia hecha para legitimar sus propias interpretaciones sobre la historia. En efecto, Louis Althusser decía que Marx habría abierto, para las ciencias, el continente de la historia, así como Tales de Mileto habría abierto el continente de las matemáticas. Para la teoría institucional del neoliberalismo se trata de hacer precisamente lo contrario: cerrar de forma definitiva la historia (Dávalos: up supra)
Durante mucho tiempo, al neoliberalismo le ha interesado que la economía se separe del paradigma del Estado-nación y se dé a sí misma reglas transnacionales de funcionamiento. Al mismo tiempo partía del principio de que el Estado seguiría desempeñando el papel de costumbre y conservaría sus fronteras nacionales. Pero, desde los atentados, los Estados han descubierto a su vez la posibilidad y el poder de forjar alianzas transnacionales, aunque, de momento, sólo en el sector de la seguridad interior.
De pronto, el principio de contradicción del neoliberalismo, la necesidad del Estado, reaparece por todas partes, y en su variante hobbesiana más antigua: la garantía de la seguridad y un soporte llamado Derecho. Lo que resultaba impensable hace poco –vulnerar las soberanías nacionales se vuelve lo más normal. Y quizá asistamos pronto a convergencias similares con ocasión de las posibles crisis de la economía mundial. Una economía que debe prepararse para nuevas reglas y condiciones de ejercicio. La época del cada uno en su ámbito de excelencia y predilección está ciertamente superada (U. Beck: Le Monde 2010)
A medida que se aproximan las elecciones presidenciales, aumenta el miedo de la derecha arenera. Como expresión política de lo que aún queda del empresariado oligárquico; se saben en minoría y temen el triunfo de una fuerza mayoritaria indiscutible de la izquierda, en la cual ganan terreno demandas como cambios más profundos hacia la refundación de un Estado de iguales y democracia popular.
Lo demuestra la guerra sucia que ha iniciado a propósito de los partidos políticos que no le son afines, pero sobretodo contra la izquierda, el FMLN. La derecha necesita aferrarse a un poder que de ser impugnado abre la probabilidad del término del modelo neoliberal y, por ende, de una institucionalidad que encarcela la voluntad popular y congela esta situación en beneficio de los sectores dominantes.
En ese plano, la campaña del miedo apunta contra la Asamblea Legislativa y el Órgano Ejecutivo, que se demonizan como expresión de populismo, sinónimo de despilfarro y de contaminación política, en un ambiente en el que tiene que privar la tecnocracia y el burocratismo del mercado (sic!). Lo notable es que nada de lo que teme la derecha ha ocurrido en los países en que se han iniciado procesos de cambio para mejorar, usando por ejemplo formas de participación directa ciudadana. Esos países son hoy mucho más democráticos y participativos.
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EL DISCURSO POLÍTICO DE LA ANTIPOLÍTICA
Hernán Fair (1)
Resumen
El ensayo analiza el discurso político de la antipolítica. Tomando como eje algunos
porme
nores del caso argentino, afirma que el elemento político de la política se ve
erosionado por la presencia de un discurso tecnocrático-gerencial y un discurso liberal-
republicano, que tienden a eliminar a lo político en su doble dimensión de aceptación
del conflicto, la alteridad y las relaciones desiguales de pode, y de aceptación del
antagonismo constitutivo de visiones. El resultado de este proceso es un deterioro de lo
político,
que termina por promover un declive general de la propia praxis política.
Palabras clave
Discurso liberal-republicano, Discurso tecnocrático-gerencial, la Política, lo Político,
Análisis político del discurso.
Abstr
act
The essay analyzes the political discourse of anti-politics.
On the axis some
details of
the Arg
entine case
, affirms
that the political element of the policy is eroded by the
presence of a technocratic
-
manageri
al discourse and
a
liberal
-
republican discourse,
which tends to eliminate the political in its double dimension of acceptance of conflict
and unequal r
elations of power
, and acceptance of constitutive antagonism of visions.
The result of this process is a
deterioration of the political that ends up promoting a
general decline in political praxis.
Keywords
Liberal republican speech, Technocratic-managerial speech, Politics, Policy, Political
analysis of discourse.
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1. Introducción
Mucho se ha escrito en los últimos años acerca de la crisis y/o el declive de la política,
del hombre público, de las ideologías y de las identidades y tradiciones partidarias. Sin
em
ba
rgo, lo que se pretende analizar en este ensayo no es el descontento ciudadano con
la actividad política, la crisis y declinación de los partidos políticos y del Congreso
como instituciones que canalizan y expresan legítimamente la relación entre los
ciudadanos y el Estado
,
o la desafección general hacia los líderes que actúan como
representantes políticos, lo que habitualmente la Ciencia Política ha definido como la
crisis de representación o crisis de representatividad política. Según sostenemos, la
política no se circunscribe, ni mucho menos, a este campo tan reducido. Desde la
definición amplia que proponemos, la política abarca necesariamente los tópicos
y
significantes que la interrelacionan con la comunicación y la cultura. De allí que
podamos referirnos a la existencia de una particular cultura política.
Ahor
a bien, como señalaba Oscar Landi (1988), en un interesante trabajo que hemos
re
cuperado, la cultura política ha sido relacionada históricamente por los distintos
regímenes dominantes a los fenómenos enunciados por actores de la política, ya sea
partidos, dirigentes y/o el Estado. Sin embargo, lo que destaca Landi es que lo político
no puede estar vinculado únicamente con ciertos temas o enunciados que hablan de
política. En realidad, “la definición de lo que es y de lo que no es político en la sociedad
en un momento dado es producto de los conflictos
por la hegemonía” (Landi, 1988, p.
202). Es por ello que Landi afirma que lo que es considerado político es producto de
una construcción social que tiene relación con el
“
sentido del orden
”
.
Si seguimos la definición de Landi, que lo asemeja a algunas perspectivas recientes del
post-estructuralismo (Laclau, 1993, 2005), actualmente podemos observar una
transformación de lo que es considerado político, en tanto vastas áreas de la realidad
social son vistas ahora como apolíticas, cuando décadas atrás eran relacionad
as
con
ideas y valores considerados políticos. Es el caso, por ejemplo, del llamado discurso
tecnocrático (Verón, 1985), un discurso estructurado y estructurante que tiende a
desvalorizar a la política en pos de una supuesta gestión y administración instrumental
de lo social, que no se encontraría vinculada a relaciones desiguales e inmanentes de
poder y dominación (lo propio de lo político). Este discurso, si bien con largos
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antecedentes sociohistóricos, ha llegado a ser hegemónico durante la década de los ́90,
manteniendo aún una marcada, aunque alicaída, influencia social en diversos sectores
(2).
Sin embargo, podemos incluir una segunda definición más general de lo que representa
lo político. Si en el primer caso, que puede tomar como base los análisis de Michel
Foucault (1992), lo político se hallaba vinculado a la presencia de relaciones de poder
que resultan inherentes y constitutivas a toda relación social, es posible incorporar una
segunda definición general acerca de lo político. Desde este enfoque, que remite a la
obra de Carl Schmitt (1987), lo político se vincula con la célebre
distinción “Amigo
-
Enemigo
”
.
En ese contexto, recuperando los aportes de la visión anterior, podemos señalar que lo
que observamos en las últimas décadas, con la preeminencia de los discursos
tecnocráticos, es ya no sólo la transformación, sino también la declinación de lo
político. Y ello en razón de que, en los últimos tiempos, parece declinar tanto la
inclusión de una
ló
gica basada en el antagonismo de proyectos colectivos (definición
schmittiana), como la aceptación del conflicto, el poder y la alteridad como constitutivas
de todo orden y de toda relación social (definición foucaultiana)
(3
). Tal como lo había
denunciado el propio Landi hace más de dos décadas, al observar la emergencia de este
ti
po de discurso tecnocrático en figuras como el ex Gobernador cordobés y ex candidato
a Presidente de la Argentina, Eduardo Angeloz, parece como si la política, con su
elemento político inmanente, debiera ser ahora
pura “gestión” y “admin
i
stración”
tecnocrática de lo que quiere “la gente”.
En muchos casos, ni siquiera parece ser buena
idea apelar a las demandas sociales insatisfechas del Pueblo
y “los de abajo”
(Laclau
,
2005), o
a la inclusión en un plano igualitario de los sectores
“incontados”
(Ranciere,
1996), para obtener éxito simbólico y electoral. Por el contrario, en los nuevos tiempos
“
desideologizados
”
, aquellos en los que las distinciones ideológicas entre la izquierda y
la derecha han quedado
“
o
bsoletas
”
,
y
se asiste al fin de la
“vieja”
política basada en el
“
enfrentamiento
”
y la militancia tradicional, se debe gestionar y administrar la sociedad
y
la economía sin conflictos
“
innecesarios
”
y
“
contraproducentes
”
que alteren la
“
concordia
”
y
“
armonía
”
del “cuerpo social”
. Como lo vemos repetir en diversas figuras
del ámbito local e internacional, se debe buscar una mayor
“
tolerancia
”
,
“
diálogo
”
y
consenso social e, incluso, en sectores más conservadores, la
“reconciliación nacional”
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o
la
“
pacificación social
”
, para acabar con la
etapa de “crispación”
,
“
autoritarismo
”
,
“
intolerancia
”
y
“
conflicto permanente
”
. Se produce, así, en los términos del análisis
político del discurso desarrollado por Laclau (Laclau y Mouffe, 1987; Laclau, 2005),
una
“
frontera de inclusión
”
que establece una
“
cadena de equivalencias
”
signada por un
“
punto nodal
”
b
asado en la gestión eficiente, racional y técnica o experta
,
asociado a la
“nueva” política del “
diálogo
”
,
el “respeto”,
el
“
consenso
”
y la
“
tolerancia
”
,
frente a una
“frontera
de exclusión
”
que antagoniza con la
“vieja”
política y los antiguos políticos,
asociados a la antigua militancia partidaria y a significantes equivalentes como un
accionar
“
irracional
”
,
“arbitrario”, “
pasional
”
,
“
conflictivo
”
,
“violento”, “
intolerante
”
e
“
ineficiente
” en el manejo de los recursos públicos
(4
).
2.
Antagonismo y política: De Schmitt a Mouffe
El concepto de lo político, tal como fue definido por Carl Schmitt (1987) a comienzos
de
l siglo pasado, se relaciona, como hemos señalado, con la distinción
“
Amig
o
-
enemigo”
. En dicho marco, si pensamos en su aplicación sociohistórica, quedaba clara
la existencia de proyectos antagónicos delimitadamente marcados que otorgaban
entidad e identidad política a los sujetos colectivos. En la Argentina, por ejemplo,
a
mediados de los años ́40, se sabía que la
“
oli
garquía
”
terrateniente era el enemigo
irreconciliable del
“
Pueblo
”
, porque el propio discurso peronista ponía de manifiesto
esta demarcación política entre un nosotros y un ellos que resultaba irreconciliable
(Sigal y Verón, 2003).
No obstante, desde aproximadamente mediados de la década de los ́70, y especialmente
durante la última década, con el fracaso de la experiencia soviética y el triunfo global de
la democracia (neo)liberal, lo específicamente político, asociado al antagonismo de
proyectos de país y la presencia de relaciones desiguales de poder trasmutadas en
procesos de dominación, se ha devaluado. No criticamos aquí, e incluso estimulamos,
cierta moderación del antagonismo exacerbado, lo que ha llevado a teóricos
c
ontemporáneos como Chantal Mouffe (1999, 2005, 2007), a referirse, en su crítica a la
visi
ón puramente antagonista de la política de Ernesto Laclau (2005), a la necesidad de
tomar en cuenta una lógica de “agonismo”
. Como destaca Mouffe (2007), en su crítica
“
desde Schmitt contra Schmitt”, esta lógica agonista “
sublima
”
, sin eliminar nunca, los
antagonismos constitutivos
. Para ello, en lugar de considerar al “Otro” como un
“enemigo” a combatir discursivamente con todas las a
rmas posibles (Laclau, 2005), se
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lo considera como un “adversario” al que el “Nosotros” se enfrenta, e incluso puede
dialogar en busca de consensos (si bien descreyendo de la posibilidad de alcanzar un
acuerdo final puramente racional).
No puede señalarse como negativa cierta moderación de la violencia política y social
que caracterizaba en los años ́70 a nuestro país, así como a diversos países de la región,
ni
tampoco olvidar la herencia nazi asociada, quizás injustamente, al pensamiento
schmittiano (5), sino más bien denunciar su lisa y llana eliminación. Así, a partir del
genocidio perpetrado por la última Dictadura cívico-militar (1976-1983), y la creciente
de
mocratización institucional del justicialismo en los años ́80, la lógica
“
Amigo-
Enemigo
”
,
“
Pa
tria-Antipatria
”
,
que caracterizaba tradicionalmente al peronismo y el
antiperonismo (Sigal y Verón, 2003), sin desaparecer del todo, se ha debilitado
fuertemente (Palermo y Novaro, 1996; Barros, 2002).
Ex
iste un amplio acuerdo general en que el objetivo de una política democrática y
plural, con su componente inmanente de lo político, no debe consistir en el retorno a esa
lucha civil interna entre la izquierda y la derecha del peronismo, o a la violencia social
generalizada entre el peronismo y el antiperonismo, bajo el manto represivo del Estado.
P
recisamente,
d
esde la definición post
-
estructuralista
,
de
orientación post
-
marxista,
que
tomamos como base en este trabajo,
mientras que lo político se asocia a la marcación de
un Nosotros y un Ellos y a la acep
tación del conflicto
, el antagonismo
, la alteridad
y
las
relaciones desiguales de
poder como constitutivos, la política se vincula con la
construcción
colectiva
de hegemonías
ideológicas
o culturales
que articulan
discursivamente el espacio social
(6
)
. En
ese marco,
como destaca Chantal Mouffe
(1999, 2005, 2007),
la política conlleva en su interior un elemento político que debe ser
“sublimado” para la construcción
consensual
de un orden democrático y plural.
La
construcción política
“
agonista
”
requiere, ent
onces, para la construcción discursiva de
hegemonías
democráticas
,
d
el diálogo y el debate
plural de ideas
(Laclau y Mouffe,
1987)
y la búsqueda de
acuerdos y
consensos colectivos. Sin embargo,
estas
concesiones a la tradicional visión democrático
-
liberal
no puede
llevarnos a
renegar
completamente de lo político
,
en nombre de una supuesta administración gestionaría o
puramente consensual de lo social
(7)
.
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3. Entre la gestión tecnocrática y el consenso liberal republicano
Como hemos mencionado, en las últimas décadas asistimos a un declive de lo político
y, por extensión, de la política misma
(e
n su visión no democrático-liberal
consensualista). Esta crítica a la presencia de lo político desde la propia actividad
polí
tica, se observa en la importante presencia que ha adquirido en el espacio público lo
que definimos como
el
discurso político de la antipolítica. Decimos discurso político, ya
que este discurso desideologizado, presente históricamente
en
países como Francia bajo
liderazgos como el de Valéry Giscard d ́Estaing, hace política confrontando implícita o
explícitamente con los propios políticos, a quienes acusa de defender intereses
particulares
e
híper-idelogizados ya superados por el devenir de la historia o,
directamente, de no lograr comprender la realidad social (Verón, 1985). En
c
ontraposición a la
ir
racionalidad
, la ineficiencia y la excesiva ideologización de la
“vieja política”, el saber superior y
la capacidad de gestión eficiente, propias del sector
privado, les permite a los técnicos expertos
y
a
los
empresarios de la “nueva política”,
administrar o gestionar racionalmente, y sin
“
ide
ologías innecesarias
”
, a la economía
,
garantizando, supuestamente, la mejor asignación de los recursos
“
e
scasos
”
.
No obstante, como destaca Iazzetta, en la actualidad existen
dos fuentes de malestar
frente a la política: los que demandan ética pública
y moralización frente a la corrupción
y el particularismo
,
y los que rechazan toda política y piden despolitizar la política para
que domine la economía y un mercado sin interferencias de la
propia
política (Iazzetta,
2002, p.
190). En ese marco,
a
modo a
nalítico, podemos señalar que
el proceso de
despolitización
de la política
posee
dos modalidades de presentación: la
más extrema,
representada por el discurso de gestión
y administración
tecnocrático
-
gerencial
-
neoliberal
, y la
más moderada, representada po
r el discurso
liberal
democrático, liberal
republicano
o deliberativo
-
consensual
. En la Argentina
,
si
n
que sean casos puros,
actualmente
podemos ejemplific
ar
su presencia
, en el primer caso,
con
el empresario
de
la nueva derecha
del
partido
PRO
Mauricio
Ma
cri
y
, en el segundo,
con
diversos
dirigente
s
políticos
provenientes del radicalismo
(desde Julio Cobos, hasta Ricardo
Alfonsín
y Margarita Stolbizer
)
.
En ambos ejemplos, en gran medida debido a sus orígenes gerenciales, en el primer
c
aso, y de la larga tradición republicana del partido radical (UCR), en el segundo, el
punto de partida de sus discursos es la necesidad de dejar de lado, o bien moderar, los
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político
ll
a
mado “Gran Cuñado”,
que parodiaba, a su vez, al
reality show
“Gran
Hermano”,
en el que se denigraba de forma grosera a los dirigentes políticos más
importantes. Este
sketch
, con amplia repercusión social a partir de elevados
ratings
, ha
logrado tocar el sentido común sedimentado de muchos argentinos, que creen que la
polí
tica ha terminado por ser equivalente a un espectáculo de actores mediocres que
carecen de ideas, valores, convicciones personales y visiones socioculturales que
resultan antagónicas entre sí.
A partir de la promoción de este tipo de discurso anti-político por parte de los sectores
más
poderosos del
establishment
, y más aún tras el derrumbe histórico de la Unión
Soviética y el fracaso del modelo de Estado Social de posguerra, lo que es considerado
polí
tico tiende a ser más reducido
que en las “politizadas” e “ideologizadas” décadas
previas. En lugar del mundo de proletarios y capitalistas, de amigos y enemigos, o al
menos de adversarios con ideas antagónicas y valores opuestos e irreconciliables, a lo
que asistimos en la actualidad, siempre con la i
nestimable ayuda de los “especialistas de
la producción simbólica”
(B
ourdieu, 2007, p. 69), es a un mundo de vecinos aislados
que deben dialogar, debatir y ponerse de acuerdo como en una asamblea o un consorcio,
y a la igualación de la política con la pura lucha por el poder sectorial, la confrontación
sinsentido y extra-ideologizada y la mera búsqueda de los beneficios personal
es
o
particulares. Los problemas, entonces, ya no son de antagonismos irreconciliables de
visiones, de políticas socioeconómicas que deben enfrentarse a fuertes intereses
políticos de los núcleos del poder empresarial, a pesar de su resistencia corporativa
.
C
omo se intenta imponer de manera casi uniforme desde el discurso de ciertas
elites
políticas y mediáticas
, ese es un discurso “viejo”
e “ideologizado”
.
Un discurso del
“pasado”
que se quedó en la
“antigua”
década de los ́70. Ahora, en los tiempos actuales
de “evolución” y “progreso”
hacia nuevas formas de consenso democrático racional, lo
que predomina es la exaltación hasta el paroxismo del diálogo, la tolerancia, los
acuerdos y la búsqueda infructuosa de la paz, la no confrontación y la reconciliación
social. En pocas palabras, asistimos al intento de imponer un nuevo orden sociocultural
de la antipolítica que, tomando como base a la política, intenta por todos los medios
borrar su inherente aspecto político, transformándose, de este modo, en un discurso
político de la anti-política.
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post-racionalistas, el post-estructuralismo, las filosofías posmodernas, la semiótica
social, el psicoanálisis lacaniano y el pragmatismo anglosajón, que desde que estamos
inm
ersos en el lenguaje, resulta imposible situarse por fuera del discurso y de las ideas,
c
omo un
mítico “
metalenguaje
”
no contaminado por las ideologías, valores y creencias.
Es por eso que toda crítica cultural será siempre, y necesariamente, intraideológica
(
Laclau, 2006). Sin embargo, la imposibilidad de nombrar las cosas tal como ellas son
en su realidad ontológica, no debe llevarnos a caer en la tentación de retomar los
pr
incipios totalizantes que designan a este tipo de discursos de la antipolítica, o bien
a
dejar de lado directamente la lucha política concertada, para caer en un nihilismo
o
re
lativismo posmoderno de la quietud conservadora. Más bien,
debe incrementar nuestra
imaginación para estructurar y reforzar un nuevo sentido colectivo del orden, un núcleo
de
“buen sentido”
que rompa definitivamente, y de este modo evite, su retorno
he
gemónico al espacio público.
Como destaca Iazzetta, de lo que se trata es de “recrear
la confianza en la política como un instrumento de cambio y como una herramienta
decisiva para la formación d
e voluntad colectiva en un régimen democrático”. En ese
marco,
tal como es posible observar en la emergencia y el éxito electoral de los nuevos
gobi
ernos progresistas
, de centro
-
izquierda
o “nacional
populares” de la región,
se de
be
seguir defendiendo
el r
ol
clave y
fundamental del Estado y sus capacidades
institucionales
,
para regular y limitar el poder de la economía y fortalecer, así,
a
la
democracia (Iazzetta, 2002, p.
207).
En este contexto de revalorización de la política y del rol integrador del Estado sobre la
domi
nación de la economía y el presunto saber experto y apolítico de los tecnócratas
neoliberales, el presente trabajo tuvo como principal objeto elevar y fortalecer la
pertinencia y legitimidad del debate político y social acerca de las diversas modalidades
y estrategias que utilizan actualmente los grupos de poder real para ejercer y perpetuar
el poder y la dominación sobre los sectores subalternos. En segundo término, se intentó
contribuir al debate público en torno al modo más adecuado de hacer presente la
existencia de proyectos colectivos y cosmovisiones socioculturales y políticas que
resultan claramente antagónicos y, en muchos casos, irreconciliables entre sí. El
objetivo
final, de todos modos, contiene una meta
y
un horizonte más ampl
io
, que
consiste en transformar radicalmente, y en sentido progresista, la realidad social,
contribuyendo
a
generar un proyecto colectivo nacional y latinoamericano que sea más
justo, equitativo y solidario. Aunque el resultado de este combate cultural no será fácil
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ni corto, y ni siquiera se encuentra garantizado el triunfo, entendemos que su
continuación y promoción constituye un imperativo ético-político que no puede ser
abandonado si pretendemos vivir y convivir en un planeta diferente a la que actualmente
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oca asistir.
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-26). Buenos Aires:
Hachette.
Notas
(1)
Magíster en Ciencia Política y Sociología (FLACSO Argentina), Candidato a Doctor en Ciencias
Sociales (CONICET-Universidad de Buenos Aires). Docente de la UBA. Correo electrónico:
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(2) Acerca de las características y antecedentes de este tipo de discurso, se recomienda la lectura de los
textos de Verón (1985), Camou (1997), Centeno (1997), Montecinos (1997), Thwaites Rey (2001),
Heredia (2006) y Rinesi y Vommaro (2007).
(3
) Para ser más justos, esta definición a favor de las relaciones desiguales de poder como constitutivas,
se inicia y desarrolla con la teoría política de Maquiavelo, así como con varios de sus herederos recientes,
entre ellos, Claude Lefort (1990). Sobre el particular, véase Marchart (2009). Asimismo, puede hallarse
también en corrientes como la deconstrucción derridiana y en los enfoques neo-comunitaristas de la
pluralidad social, como el de Hannah Arendt (1996), entre otros
.
(4
) Ac
erca de la “nueva forma de hacer política”
de Mauricio Macri, basada
en la “gestión” y la “
obsesión
por hacer” y los valores
PRO (o sea, en favor de) el
“respeto”, el “diálogo”, la “tolerancia”
, el
“consenso”, la “pluralidad” y “diversidad”
, véase, por ejemplo,
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victoria-
de
-una-nueva-forma-
de
-hacer-politica/
(5) Si bien es cierto que Schmitt nunca ocultó su adhesión al Tercer Reich, se ha destacado también que
e
quivocadament
e se tiene a Schmitt como un teó
r
ico del autoritarismo estatal, debido a que
el fin último
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que tendría este autor
“
no es otro que salvaguardar al Estado y a las instituciones, evitar la anarquía y la
disolución de la unidad política organizada y, por supuesto, impedir que la lógica amigo
–
enemigo sea
manejada por los particulares
”
(Baldioli y Leiras,
2010
, p.
40)
. De allí que pueda hablarse de un
decisionismo democrático que no suspende, sino que atenúa temporalmente el Estado de Derecho
(Quiroga, 2010).
(6)
Para una aplicación
analítica
de estas d
i
stinciones teóricas, véase Fair
(2010b).
(7) Esta crítica de lo social y lo económico desligado de lo político no implica desconocer la autonomí
a
relativa de cada campo. Como bien señala Laclau (1993, 2005), si la sociedad, en tanto utopía de una
identidad plenamente realizada, no existe como proyecto posible, lo social existe como tal, aunque se
encuentra “sedimentado”, esperando la etapa de “reactivación” que lleva a cabo la política mediante la
marcación del antagonismo.
(
La crítica a la “crispación” y la “intolerancia” del kirchnerismo
, aunque con antecedentes desde la
asunción presidencial de Néstor Kirchner en el 2003, se desarrolló a partir del denominado conflicto con
el campo, a comienzos del 2008, siendo moneda corriente desde entonces en diversos referentes
mediáticos y partidarios. Uno de los principales exponentes del discurso liberal-republicano, Julio Cobos,
señalaba, por ejemplo, en el año 2010, que en el país se vive un clima de "agravio, crispación e
intolerancia", y que "ningún clima de enfrentamiento, agravio, crispación y descalificación es propicio
para sentarse a dialogar". Según afirmaba el entonces Vicepresidente, se percibe "una ausencia de
tolerancia y de respeto con el que piensa distinto", destacando que "los disensos no se pueden dirimir con
descalificaciones, pintadas y panfletos, sino con debate" (véase
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preocupa-a-cobos-
la
-crispacion
).
(
9
) Se trata de la histórica distinción liberal entre la política (definida como lucha de poder) y la economía
(como actividad objetiva y neutral) que, antes de Bau
man
(2003)
, han denunciado Polanyi, Bourdieu y
Lechner, entre otros (Iazzetta, 2002).
(
10
) En el caso del discurso liberal-republicano del dirigente radical Ricardo Alfonsín, se presenta una
defensa de los significantes mencionados, tales como el
“
diálogo amplio
”
, la
“
tolerancia
”
,
el
“
consenso
”
,
el
“
respeto
”
,
la
“
defensa de las instituciones
”
y el
“
Estado de derecho
”
, junto a los demás principios del
liberalismo democrático y la ética republicana, frente a la
“
agresión
”
y la
“
enemistad
”
del Gobierno
nacion
al
. Además, este discurso incorpora también
ciertos principios de la visión “nacional popular”,
aunque derivados de la defensa de los principios consensuales antes mencionados (véanse
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de
-
ricardo.html
,
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
y
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).
Por su parte, la visión tecnocrática-gerencial de
Mauricio Macri centra su atención en la idea de un “Equipo de excelencia” y de “gestión”,
con
“seriedad”
,
“alto profesionalismo” y “conocimiento técnico”, que se encuentra “l
lena de realizaciones, de
obras
y de tareas muy concretas”
y muestra “eficacia en la gestión”. En ese marco, se dirige a la “gente”
y
a los “vecinos”
, para destacar la necesidad de promover el
“
di
álogo
”, el “respeto” y la “
unidad
”
,
criticando no sólo los “enfrentamiento
s
inútiles”, sino también el “deterioro de las escuelas
públicas” y
las “colas en los hospitales públicos” (
véase
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
).
En otros casos, se incorpora también la variante más conservadora, exigiendo la
“
reconcili
ación”
nacional
(v
éa
nse las declaraciones de Macri en
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
).
(
11
)
Para una cr
ítica
reciente
a este enfoque, véase Fair
(2010a).
(12
)
En las recientes elecciones presidenciales en la Argentina, el discurso más confrontador, liderado por
los dirigentes Elisa Carrió y Eduardo Duhalde, obtuvo un fuerte rechazo popular, frente al buen
desempeño del discurso moderado del socialista Hermes Binner
.
Cabe destacar, de todos modos, el
apabullante éxito electoral y simbólico de un discurso claramente reivindicador del componente político
de la política (si bien en su lógica actual,
más cercana al “agonismo” de Mouffe que al antagonismo
estricto de su esposo, próximo
a la visión “populista” de Laclau)
, como es el caso de la reelección de
Cristina Fernández como Presidenta de la Argentina, así como las recientes manifestaciones estudiantiles
en Chile en contra del modelo neoliberal aplicado a la educación. Todos estos casos pueden ser vistos
como “síntomas” sociales del fracaso de un discurso tecnocr
ático-neoliberal que reniega del conflicto, el
antagonismo y el poder, priorizando las variables económicas y financieras del mercado por sobre los
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