La guerra y el desarme moral de Estados Unidos y una mas...
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La guerra y el desarme moral de Estados Unidos y una mas...
(Por Atilio Boron)*
ALAI AMLATINA, 13/06/2013.- Una de las lecciones que los halcones norteamericanos aprendieron luego de la derrota sufrida en Vietnam es que el control del frente interno -es decir, la orientación de la opinión pública en la retaguardia- puede llegar a ser tan determinante como la fuerza del aparato militar que se despliegue en el teatro bélico. De ahí que desde entonces la industria cultural estadounidense se haya dedicado -salvo honrosas y marginales excepciones- a “re-educar” a la población para que conciba a las guerras de rapiña que conduce el imperio como heroicas cruzadas destinadas a perseguir a monstruosos terroristas, instituir el primado de los valores fundamentales de la así llamada “civilización” occidental (democracia, derechos humanos, justicia y, por supuesto, libertad de mercado) y garantizar la seguridad nacional norteamericana ante tan execrables enemigos. Uno de los componentes de ese verdadero desarme moral –el reverso dialéctico del rearme militar- ha sido el adormecimiento de la conciencia pública.
Esto se expresa, por ejemplo, en la intensa propaganda encaminada a naturalizar la tortura, presentada como el único recurso eficaz a la hora de preservar la vida y la propiedad de centenares de miles de honestos norteamericanos de los criminales designios de los terroristas. Son innumerables las series de televisión, películas, programas radiales y medios gráficos que se encargan de inocular, con perversa meticulosidad, este veneno en la población estadounidense. Desgraciadamente, la cada vez más conservatizada academia norteamericana no se queda atrás en tan indignos propósitos.
Claro está que este masivo y persistente lavado de cerebros no se limita tan solo a legitimar la tortura. Su ambición es mucho mayor: se trata de “formatear” la conciencia pública a los efectos de otorgar credibilidad al relato épico según el cual Dios le ha confiado a la nación norteamericana la realización de un virtuoso “Destino Manifiesto” de alcance universal. Ante él, cualquier disenso orilla peligrosamente en la traición o la apostasía. La conquista de ese mundo feliz no es una empresa fácil: exige sacrificios y la aceptación de dolorosas realidades, como la tortura y los “daños colaterales” inevitables en toda guerra. Pero recientemente el énfasis de la campaña propagandística se ha venido concentrando sobre la eticidad y legalidad de los asesinatos selectivos perpetrados contra los enemigos del sistema, cuyos nombres constan en una tétrica nómina aprobada por la Casa Blanca. Instrumento fundamental de este plan criminal son los aviones no tripulados: los drones.
La eficacia de ese proceso de insensibilización moral ha sido notable. Tal como lo observa Nick Turse, uno de los más reconocidos especialistas en cuestiones militares de los Estados Unidos, este es el único país en el cual una mayoría de la población (56 %) está abiertamente a favor de enviar drones a cualquier lugar del planeta con tal de capturar o aniquilar terroristas. Una de las últimas encuestas levantadas por la PewResearch en marzo de este año señala que 68 por ciento de los votantes o simpatizantes republicanos está de acuerdo con esa práctica criminal, mientras que comparten este punto de vista el 58 por ciento de los demócratas y el 50 por ciento de los independientes. En ningún otro país del mundo se registran sentimientos de este tipo. La medición internacional relevada por Pew Research demuestra que en Francia el 63 por ciento reprueba la utilización de drones; 59 por ciento en Alemania y, ya fuera de Europa, el 73 por ciento en México; 81 por en Turquía, 89 por ciento en Egipto al paso que en Pakistán, donde la actividad criminal de los drones es cosa de todos los días, un previsible 97 por ciento de los encuestados condena el empleo de ese mortal instrumento.(1) No obstante, pese a esta generalizada repulsa fuera de Estados Unidos las operaciones terroristas a cargo de aviones no tripulados crecieron exponencialmente durante el mandato del inverosímil Premio Nobel de la Paz Barack Obama. Esta opción presidencial es tan fuerte que en la actualidad la Fuerza Aérea de Estados Unidos está entrenando un número mucho mayor de pilotos de drones que de los convencionales, los que tripulan bombarderos y aviones caza. Todo un signo de la virulencia de la actual de la contraofensiva imperialista, que desmiente en los hechos, y con las pilas de víctimas que crecen sin cesar, los discursos humanistas de Obama y la moralina de sus aparatos nacionales e internacionales de manipulación de conciencias.
Los medios del sistema presentan al presidente como un hombre de bien cuando, como lo afirma el brechtianamente imprescindible Noam Chomsky, se trata de otro asesino serial más de los varios que han ocupado la Casa Blanca en las últimas décadas. Un solo dato es suficiente para inculparlo: según un informe del Bureau of Investigative Journalism por cada “terrorista” eliminado mediante ataques de drones (dejando de lado un análisis de lo que el gobierno estadounidense entiende por “terrorista”) mueren 49 civiles inocentes. Nada de esto es ventilado por la prensa hegemónica dentro de Estados Unidos y sus secuaces de ultramar.
La inesperada decisión del gobierno colombiano de ingresar a la OTAN, o al menos de sellar varios acuerdos de cooperación con esa organización terrorista internacional, sólo puede entenderse al interior de los cambios operados en la doctrina y la estrategia militar de los Estados Unidos. Turse señala que las operaciones militares que ese país está llevando a cabo en estos momentos en Oriente Medio, Asia, África y América Latina tienen seis componentes distintivos, los cuales fueron diseñados para disimular o al menos encubrir la magnitud del esfuerzo bélico en que incurre Washington y, de paso, deslindar sus responsabilidades por la comisión de innumerables crímenes de guerra que podrían llevar a sus responsables ante la Corte Penal Internacional.(2)
Estos seis elementos son los siguientes:
(a) robustecimiento de las fuerzas de operaciones especiales, como los Seals, que fueron quienes dieron muerte a alguien que, dicen, era Osama bin Laden;
(b) la ya mencionada expansión de las operaciones de los drones, para realizar asesinatos selectivos de “terroristas” o personajes molestos para Estados Unidos;
(c) intensificación del espionaje, algo que ha saltado escandalosamente a la luz pública en los últimos días;
(d) elección y promoción de “socios civiles” que favorezcan los proyectos imperiales, lo que se realiza bajo el disfraz del “empoderamiento” de la sociedad civil –ONGs, la NED y la USAID canalizando millones de dólares para financiar a grupos para que se opongan a Evo Morales, Rafael Correa y Nicolás Maduro- y entrenamiento de líderes sociales y políticos, como Henrique Capriles, por ejemplo;
(e) ciberguerras y, finalmente,
(f) reclutamiento de fuerzas de combate en proxies, es decir, países cuyos gobiernos ejecutan las iniciativas que la Casa Blanca no quiere asumir abierta y públicamente.
De estas seis facetas de las guerras de última generación la que ha pasado más desapercibida ha sido la última: el entrenamiento y empleo de fuerzas militares de los proxies, movilizados para atacar targets enemigos de los Estados Unidos pero que Washington no estima conveniente u oportuno hacerlo de modo directo, involucrando sus propias fuerzas. Si los primeros cinco componentes gozaron de mucha visibilidad, no ocurrió lo mismo con el último, cuya idea directriz es descargar cada vez más el “trabajo sucio” del sostenimiento militar del imperio en los proxies regionales. De este modo se preserva a la Casa Blanca de las condenas y críticas que suscitaría una intervención militar directa en las “zonas calientes” del sistema internacional a la vez que logra que los muertos los pongan sus aliados, lo que reduce los costos domésticos –por ejemplo, ante la opinión pública norteamericana- de las aventuras militares del imperio. Por ejemplo, en Siria, apelando a los mercenarios enviados por las teocracias del golfo para cumplir las tareas que tendrían que hacer las tropas imperiales. No es demasiado difícil imaginar cual es el plan de operaciones que Washington tiene preparado para América Latina y el Caribe, y cuál será el papel que en la ejecución del mismo se le asigne a un país, Colombia, cuyo gobierno redobla sin pausa su apuesta por la carta militar –ahora con la colaboración no sólo del Pentágono sino también de la OTAN- y cuya clase dirigente tiene como una de sus supremas aspiraciones convertir a su país en “la Israel de América Latina”.
1) [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
2) Ver“Tomgram: Nick Turse, Tomorrow's Blowback Today?” en [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
* Dr. Atilio Boron, director del Programa Latinoamericano de Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED), Buenos Aires, Argentina [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
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Última edición por lilian el Lun Jun 17, 2013 7:38 am, editado 1 vez
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Re: La guerra y el desarme moral de Estados Unidos y una mas...
El bloque antibolivariano del Pacífico y la resurrección del ALCA
Periodistas como el todavía joven Alfredo Zaiat hicieron hace ya casi medio siglo que me interesara este oficio, esta disciplina. Zaiat reemplazó al gran Julio Nudler, acaso con ventaja, lo que es muchísimo decir. Espero y agradezco sus columnas. Ésta, en especial, advierte ante la falta de reflejos de Brasil y Argentina antes el regreso de las políticas imperiales. Días atrás, el director del proimperialista diario El País, Javier Moreno, le dio la tapa y le chupó las medias insistentemente al Pepe Mujica, encantado con su "radicalismo de baja intensidad". Moreno presentó a Mujica como el verdadero líder moral de la Unasur, en obvio detrimento de Lula y de Cristina Kirchner. Y en esa entrevista Mujica dijo que lo más importante que pasaba en Suramérica era el proceso de Paz en Colombia, la incorporación de este país a la integración suramericana. Una horas después, el presidente Maduro denuncio una conjura, un complot para matarlo con epicentro en Bogotá. Horas después, el presidente Santos tomó una decisión cuya gravedad es imposible de exagerar, pedir la entrada de Colomba a la OTAN, es decir, abrirle plenamente a la alianza las siete bases que ya le abrió a los EE.UU., incluyendo armamento nuclear Pocas horas después, el ex vicepresidente José Vicente Rangel denunció que la derecha venezolana había comprado 18 aviones de guerra con los cuales atacar a Venezuela desde aquellas bases. Este es el contexto en el cual se produce esta ofensiva por reeditar el ALCA.
ALCA II
Por Alfredo Zaiat / Página 12
La Declaración de Lima se presentó en abril de 2011, luego se firmó El Acuerdo Marco de Antofagasta, en junio de 2012, para irrumpir con fuerza la Alianza del Pacífico con la Cumbre de Cali del 23 de mayo pasado en el tablero regional. La integran Colombia, Chile, Perú y México. En ese último encuentro de los presidentes de esos países fueron aceptados en calidad de observadores Ecuador, El Salvador, Francia, Honduras, Paraguay, Portugal y República Dominicana, que se unieron a España, Nueva Zelanda, Guatemala, Australia, Japón, Uruguay y Canadá, que ya lo eran. Costa Rica solicitó ser incorporado como miembro pleno. En la Declaración de Cali definieron la desgravación total de aranceles para el 90 por ciento del universo de bienes comercializados entre sus economías, y para el 10 por ciento restante se proponen alcanzar arancel cero en los próximos siete años. Ya han eliminado requisitos de visado para los ciudadanos de cada uno de los países miembro y proclamaron la aspiración de avanzar rápidamente hacia la creación de un mercado común. Un aspecto no menor es que los cuatro integrantes de la Alianza del Pacífico han suscripto en forma bilateral un Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos. Mientras Brasil no asume con convicción un liderazgo positivo en la región y las instituciones de integración latinoamericana (Unasur, Mercosur, Alba, Celac) exhiben una inédita armonía política con escasos avances en materia económica y financiera en un contexto internacional complicado, emerge de la mano de Estados Unidos el proyecto ALCA II.
En noviembre de 2005, en la Cumbre de Mar del Plata, América latina, liderada por Lula, Chávez y Kirchner, clausuraron el proyecto de liberalización comercial ALCA impulsado por el presidente de Estados Unidos, George W. Bush. Transcurrieron siete años desde entonces, y la potencia mundial volvió a posar su mirada en Latinoamérica, motivada por la creciente presencia en la región de la potencia emergente, China. El segundo período del gobierno de Barack Obama comenzó con una agenda más activa vinculada con su área de influencia más cercana.
En Alianza del Pacífico: ¿El nuevo club neoliberal?, publicado en la red alainet, José Fortique explica que algunos especialistas en el tema geopolítico señalan que la nueva estrategia de los Estados Unidos con los Tratados de Libre Comercio es contener a China, que ha mostrado su fuerza con una diplomacia activa a nivel global. "La creciente inversión china en América latina en sectores mineros y energéticos se ha diversificado a la infraestructura", indica, agregando que con abundancia financiera ha permitido a algunos países escapar del Fondo Monetario Internacional. Fortique plantea que el objetivo de la Alianza del Pacífico es el regreso "al proceso de reestructuración neoliberal de los '70 a los '90, como alternativa al proteccionista modelo de industrialización por sustitución de importaciones".
En términos geopolíticos y económicos, el proyecto de construir otro canal de comunicación entre los océanos Atlántico y Pacífico en Nicaragua por parte de empresas chinas invirtiendo 40 mil millones de dólares a cambio de administrar la concesión por 50 años prorrogable por otro período similar, expone en toda la dimensión la disputa que se desarrolla en un territorio considerado de exclusiva influencia estadounidense. La relevancia del futuro Canal de Nicaragua queda en evidencia recordando el espacio clave en varios aspectos que tuvo el Canal de Panamá para Estados Unidos.
La Alianza del Pacífico marca el regreso con fuerza de la idea de la apertura pasiva al comercio mundial, reservando para América latina el papel de proveedora de recursos naturales, materias primas agropecuarias y alimentos. Con amplio apoyo de corrientes conservadoras y de grandes medios de comunicación, tiene asegurada su publicidad como la estrategia para alcanzar la bonanza en los países de la región. Colombia, Perú, Chile y México son economías exportadoras de petróleo o minerales, promotores del libre comercio y de políticas económicas ortodoxas. Economías de rápido crecimiento abrazando la globalización sin avances sustanciales en materia social ni en mejoras en la distribución del ingreso. El Producto Bruto Interno conjunto suma unos dos billones de dólares, 35 por ciento del total de América latina, un poco por debajo del contabilizado por Brasil, la potencia regional.
En la partida que disputan Estados Unidos y China en América latina, con la Alianza del Pacífico como un peón más de ese tablero, el comportamiento de Brasil es vital en la definición del rumbo de la integración latinoamericana. El permanente bombardeo al Mercosur es una señal de alerta, facilitado por un par de años de crecimiento muy bajo de Brasil y Argentina que provoca complicaciones al proyecto de integración. El establishment y la intelectualidad tecnocrática brasileña proponen desestimar las situaciones relativas de los socios del bloque porque sostienen que de ese modo Brasil está perdiendo relevancia política y económica en el continente, sugiriendo entonces un acercamiento a Estados Unidos. En ese fuego cruzado, Brasil necesita reafirmar su liderazgo regional para poder ser reconocido como tal en el escenario mundial de multipolaridad que tiene al grupo BRIC (Brasil, Rusia, India y China) como protagonista. Para ello, transitar un camino parecido al de la Alianza del Pacífico lo desplazaría a ser un actor subordinado de la política comercial y exterior de Estados Unidos, mientras que mantener su actual estrategia pone en tensión las estructuras de integración regional. En estos años, Brasil está imitando el comportamiento de Alemania con el resto de los países europeos: busca preservar e incluso aumentar el superávit comercial con sus socios y dilata el despliegue de los proyectos de construir una estructura financiera regional.
En El Cisma del Pacífico, publicado en la red sinpermiso.info, el profesor de política económica en la Universidad Federal de Río de Janeiro José Luis Fiori explica que históricamente el proyecto de integración regional "nunca fue una política de Estado, yendo y viniendo a través del tiempo como si fuese una utopía 'estacional' que se fortalece o debilita dependiendo de las fluctuaciones de la economía mundial y de los cambios de gobierno dentro de la propia América del Sur". Apunta que durante la primera década del Siglo XXI los nuevos gobiernos del continente, que caracteriza de izquierda, sumados al crecimiento generalizado de la economía mundial –entre 2001 y 2008– reavivaron y fortalecieron el proyecto integracionista, en particular el Mercosur, liderado por Brasil y Argentina. Fiori destaca que después de la crisis de 2008 ese escenario cambió. "América del Sur se recuperó rápidamente, empujada por el crecimiento chino, pero este éxito de corto plazo trajo de vuelta y viene agudizando algunas de las características seculares de la economía sudamericana, que siempre obstaculizaron y dificultaron el proyecto de integración, como el hecho de ser una sumatoria de economías primarioexportadoras paralelas y orientadas por los mercados externos." América latina, con Brasil ejerciendo un liderazgo ambicioso para la construcción colectiva de la integración, no para fortalecer su carácter de potencia hegemónica regional, enfrenta un reto mayúsculo: desafiar el destino de ser un actor pasivo en la división internacional del trabajo definida por las viejas, actuales y nuevas potencias mundiales, quedando Brasil en la condición de "periferia de lujo", como describió Fiori, o trabajar en la profundización de la integración productiva industrial y construcción de una arquitectura financiera regional. La primera opción tiene como desenlace el ALCA II.
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