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Vivir con la mochila vacía

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Mensaje por pocahontas Lun Nov 26, 2012 1:25 pm

No son Jasp –jóvenes, aunque sobradamente preparados–, ni
tampoco integrantes de la llamada generación Nini –chicos de entre 14 y
29 años que por frustración y con el consentimiento de sus padres, han
decidido no estudiar ni trabajar–, sino veinteañeros que no logran
encontrar un empleo. Además, y para complicar aún más la búsqueda de esa
aguja en el pajar del mercado laboral español, se enfrentan a ella
desde una nula o escasa cualificación. Cruz Roja ha decidido orientar
uno de los pilares de su campaña anticrisis 'Ahora + que nunca' a los
19.000 jóvenes vallisoletanos en paro pero, sobre todo, a aquellos que
lo tienen todavía más difícil.
Hombre y mujer; 20 y 21 años; maliense y vallisoletana;
de raza negra y de raza blanca; sin cargas familiares y con un hijo
pequeño... Nada parece coincidir en las historias de estos dos jóvenes
que acceden a narrar su periplo vital a El Norte, pero Flabou Sidibe y
Miriam Martín se enfrentan a la misma realidad: el desempleo con ganas
de trabajar, pero la mochila vacía.
La historia de Flabou comienza en una patera, por lo
menos la que tiene que ver con Valladolid, ciudad a la que llegó hace
ahora cinco años. Tenía tan solo quince y todavía el frío del mar en el
cuerpo cuando las autoridades tinerfeñas decidieron su traslado a un
centro de menores vallisoletano, junto a otros nueve compañeros de Mali,
Mauritania, Senegal y Guinea. Allí permaneció hasta su mayoría de edad y
vivió el inicio de la crisis económica y el final de sus sueños
laborales y personales. «Mi padre había pagado por mi viaje y un día me
sacaron de la cama y me metieron en la patera de noche, para que nadie
me viera. Se suponía que yo iba a España a trabajar para enviar dinero a
mis padres y a mis hermanos pequeños, pero no pude hacerlo», explica el
joven en un más que correcto castellano.
A su salida del centro, las cosas no le fueron demasiado
mal. Cruz Roja le proporcionó alojamiento durante los primeros meses en
uno de sus pisos de acogida del barrio de La Rondilla y, en seguida,
inició un curso de cantero en la escuela-taller de la Diputación que le
permitió independizarse. Desde entonces, vive en ese mismo barrio, en un
piso compartido con otros cuatro compañeros.
Pero el curso concluyó hace año y medio y ni lo
aprendido allí, ni las nociones básicas sobre cocina y soldadura
recibidas en el centro de menores han sido suficientes para que Flabou
encuentre trabajo. «Ni siquiera me llaman –asegura– y eso que me ofrezco
hasta para ser pastor». Con los 420 euros de la Renta Garantizada de
Ciudadanía paga el piso (80,20), vive, y de vez en cuando envía algo de
dinero a los suyos. «Están peor que yo», se justifica, tras añadir que
en España sigue habiendo organizaciones en las que se puede confiar. «Yo
a Cruz Roja le estoy muy agradecido. Me acogieron cuando no tenía donde
ir y ahora me siguen facilitando comida,... eso es algo que nunca voy a
olvidar».

«No me arrepiento»

Valiente, decidida, trabajadora... pocas jóvenes de 21
años habrán tomado tantas decisiones importantes en su vida sin
despeinarse como ha hecho Miriam Martín. De hecho, como ella misma
reconoce, la mayoría de los chicos de su edad «están a otra cosa» . «Y,
además –añade– nunca me he arrepentido. Ni de dejar de estudiar, ni de
ponerme a trabajar a los 16 años, ni de marcharme de casa tan joven, ni
de tener que volver a estudiar cuando vi que no había trabajo...».
«Sobre todo –enfatiza– nunca me he arrepentido de tener a mi hijo a los
18 años. La idea de abortar no me gustaba y me daba igual lo que dijeran
a mi alrededor».
Le corresponden 60 euros más que a Flabou por tener un
niño de 3 años a su cargo, pero también Miriam vive del subsidio mínimo
que garantiza el Estado. Es cierto que su madre le «echa un cable»
siempre que puede, pero la joven continúa luchando por conquistar su
independencia con el mismo tesón con el que lo hizo por primera vez hace
un lustro. «Lo que pasa es que antes había dónde buscar. Terminabas un
trabajo y salía otro y, ahora, no hay nada», asegura.
Ha buzoneado propaganda, adiestrado perros, cuidado
niños, trabajado en bares y en centros comerciales... «Me gustaría
encontrar algo en hostelería, pero me ofrezco para lo que haga falta. A
mi no se me caen los anillos –apostilla–, porque de lo que se trata es
de sacar a mi hijo adelante». Con este objetivo como meta, la joven
llamó por primera vez a las puertas de Cruz Roja el año pasado. Era
consciente de que la coyuntura económica actual no daría un respiro a
alguien con la ESO inacabada, por muy trabajadora que fuera, así que
optó por hacer el curso de ayudante de cocina que le ofrecía la entidad y
que compaginó después con otro de camarera.
Las puertas se le han seguido cerrando con pestillo y
todavía no ha conseguido más que algunas prácticas y caterings
ocasionales. «Como las cosas sigan así, en España vamos a acabar
tirándonos los trastos unos a otros. Me gustaría –añade– que mi hijo
pudiera hacer el día de mañana lo que quisiera y que si no desea
estudiar, porque no todos valemos para eso, que pueda trabajar en lo que
le guste».www.nortedecastilla.es
pocahontas
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