El FBI es una fábrica de conspiraciones terroristas en EEUU
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El FBI es una fábrica de conspiraciones terroristas en EEUU
El FBI es una fábrica de conspiraciones terroristas en EEUU
3 Noviembre 2012
1 Comentario
Las 25 noticias más censuradas en Estados Unidos (IV)
Ernesto Carmona
Mapocho Press
La Oficina
Federal de Investigación (Federal Bureau of Investigation, FBI, en
inglés) emprendió un método inusual para “prevenir futuros atentados
terroristas” al desarrollar una red de casi 15.000 espías para infiltrar diversas comunidades estadounidenses a la busca de potenciales maquinaciones terroristas.
Sin embargo, los topos realmente están buscando e incitando a cierto perfil de gente a cometer violaciones de la ley, e incluso delitos criminales, para después denunciarlos y cobrar recompensas en efectivo de hasta 100.000 dólares por caso, mientras el FBI convoca a la prensa para dar cuenta de otro complot terrorista abortado.
La fuente
principal de esta historia sobre los infiltrados secretos del FBI en
redes sociales, cómo seleccionan a sus víctimas estadounidenses y las inducen a cometer delitos para luego encerrarlas es una investigación del Programa de Periodismo de Investigación de la Universidad de Berkeley-California y la revista Mother Jones. La trama de esta extraña actividad del FBI fue relatada por Trevor Aaronson en el reportaje “The Informants” (Los informantes). Ésta es la traducción de lo publicado en Mother Jones de septiembre-octubre 2011:
“El FBI construyó una red masiva de espías para prevenir otro ataque nacional. ¿Pero están atacando la estructura terrorista, o la están liderando?”
James Cromitie era un hombre de bravatas y fanatismo. Compuso historias
salvajes sobre sus hazañas supuestas, como haber explotado bombas de gas
en recintos de policía usando un lanzallamas,
y despotricaba contra los judíos. Una vez dijo: “El peor hermano de
todo el mundo islámico es mejor que 10 mil millones de yahudies”.
Mecánico de 45 años, adoptó el nombre de Abdul Rahman tras convertirse al Islam
en una estadía en prisión por vender cocaína. Cromitie tenía varias
preocupaciones: convenció a su esposa que no dormía pensando en el
alquiler y en encontrar un trabajo decente si cargaba con un expediente
criminal. Pero soñaba con estampar su marca. Y confiaba mucho en un
pakistaní de mediana edad, a quien conocía como Maqsood.
–“Voy a hacer algo realmente grande”, diría Cromitie. “Justo lo siento, se lo estoy diciendo. Lo presiento”.
Maqsood y Cromitie se encontraron en una mezquita de Newburgh, un pueblo de mal vivir abandonado por la fuerza aérea, a casi una hora al norte de Nueva York. Entablaron amistad, hablando por horas sobre los problemas del mundo y cómo los judíos debían pagar sus culpas.
Todo era charla,
hasta noviembre de 2008, cuando Maqsood presionó a su nuevo amigo:
–¿Usted no ha pensado en ser un buen reclutador o un mejor hombre de
acción?–, le preguntó Maqsood.
– Soy ambos–, se jactó Cromitie.
– Mi gente se complacería mucho en conocer eso, hermano. Honestamente.
–¿Quién es su gente?, interrogó Cromitie.
–Jaish-e-Mohammad.
Maqsood dijo que era un agente del grupo terrorista paquistaní encargado de ensamblar un equipo a sueldo de la Jihad en EEUU. Le preguntó a Cromitie:
– ¿Qué atacaría si tuviera los medios?
–Un puente–, dijo Cromitie.
– Pero los puentes son demasiado duros para ser atacados –replíco Maqsood–, porque se hacen de acero.
– Por supuesto que se hacen de acero –contestó Cromitie–. Pero, de la misma manera que pueden levantarse, se pueden derribar.
Maqsood indujo a Cromitie a adoptar un plan “más realista”. Los ataques de Bombay estaban en todas las noticias y señaló cómo esos pistoleros apuntaron a hoteles, cafés y un centro de la comunidad judía.
–Con su inteligencia, sé que usted puede manipular a alguien –le dijo Cromitie a su amigo–, pero no a mí, porque soy inteligente.
Los amigos fraguaron un bombardeo a una sinagoga del Bronx (NY) y
después dispararían misiles Stinger a los aviones estacionados en el
Aeropuerto Internacional Stewart, en el sur de Hudson Valley. Maqsood
proporcionaría todos los explosivos y armas, incluso los vehículos.
–Tenemos dos misiles, ¿Ok? –ofreció–. Dos Stingers, misiles rocket.
Maqsood era un operativo secreto; y eso era verdad. Pero no de
Jaish-e-Mohammad. Su verdadero nombre era Shahed Hussain y era un
informante pagado por la Oficina Federal de Investigación.
Desde el 11 de septiembre de 2001, el contraterrorismo es la prioridad N° 1 del FBI, que consume la mayor parte de su presupuesto –3.300 millones de dólares,
27% más que los 2.600 millones destinados a luchar contra el crimen
organizado– y presta mucha atención a los agentes en terreno de su red
masiva de informantes, a escala nacional.
Después de años de acentuar el reclutamiento de estos informantes como tarea principal de sus agentes, la oficina
mantiene ahora una nómina de 15.000 espías, muchos de ellos, como este
Hussain, encargados de tareas de infiltración de comunidades musulmanes
en EEUU. Además, por cada informante oficialmente enlistado en los
registros del bureau, hay por lo menos tres oficiosos, conocidos en el
lenguaje fbiano como hip pockets (“bolsillos traseros”), según un ex
funcionario de alto nivel del FBI.
Los informadores pueden ser médicos, vendedores, imanes. Algunos ni siquiera podrían considerarse informantes. Pero el FBI regularmente
exalta a todos como parte de un aparato nacional de inteligencia cuyo
único símil histórico pudo ser Cointelpro, el programa que desarrolló la oficina entre los años 50 y 70 para desacreditar y marginar organizaciones introducidas por el Ku Klux Klan en los grupos de protesta y derechos civiles.
A través de la historia del FBI, el número de informantes es un secreto cuidadosamente guardado. Sin embargo, periódicamente la oficina recurre a estas figuras. Un comité del Senado encontró en 1975 que tenía 1.500 informantes. En 1980, funcionarios revelaron que eran 2.800. Seis años más tarde, siguiendo el empuje del FBI contra las
drogas y el crimen organizado, el número de informantes se infló a
6.000, publicó Los Angeles Times en 1986. Y según el FBI, el número
creció perceptiblemente después del 11/9. En el año fiscal 2008, en su
requerimiento de autorización presupuestaria, el FBI reveló que
trabajaba acatando una instrucción presidencial de noviembre de 2004 que
exigía crecimiento del “desarrollo y gestión humana de las fuentes” y que necesitaba 12,7 millones de dólares para un programa de etiquetado de su red de espías y crear software para el seguimiento y manejo de sus informantes.
La estrategia
del bureau ha cambiado perceptiblemente desde los días en que sus
funcionarios temieron otros ataques coordinados internacionalmente y
financiados por una célula “en sueño” de Al Qaeda. Hoy, los expertos en contraterrorismo creen que grupos como Al Qaeda, maltrechos por la guerra en Afganistán y los esfuerzos del área global de inteligencia, se han desplazado a un modelo de franquicia, utilizando Internet para animar a sus simpatizantes a realizar ataques en su nombre. La principal amenaza nacional que percibe el FBI es un lobo solitario.
La respuesta
del bureau ha sido una estrategia conocida indistintamente como
“prioridad”, “prevención” o “disrupción”, que consiste en identificar y
neutralizar a los lobos solitarios potenciales antes que se muevan hacia la acción.
A tal efecto, los agentes e informantes del FBI no apuntan siquiera a
los jihadistas activos, sino a decenas de miles de personas respetuosas
de la ley, buscando identificar las contrariedades de unos pocos que sean capaces de participar en un plan
sugerido por sus propios agentes e informantes, en determinadas
oportunidades y con medios. Y cuando llega después el momento, el mismo
gobierno proporciona el plan, los medios y señala la oportunidad precisa.
Así es cómo trabajan: los informantes reportan a sus controladores
sobre gente que, por ejemplo, ha manifestado simpatías por los
terroristas. Entonces se hacen referencias cruzadas con los datos de
inteligencia existentes sobre esas personas, tales como datos de
inmigración y antecedentes penales. Los agentes del FBI pueden así
asignar a un operativo secreto para acercarse al blanco etiquetado como un radical. A veces, el operativo propondrá un plan, proporcionará explosivos, incluso someterá al blanco a un juramento falso de Al Qaeda. Una vez recopilada bastante información de la incriminación, viene la detención y la rueda de prensa que anuncia otro proyecto terrorista frustrado.
Si esto suena vagamente familiar, es porque tales operaciones policiales son frecuentes en los titulares. ¿Recuerdan el complot de bombardeo del Metro de Washington? ¿El plan contra el tren subterráneo de Nueva York? ¿Los individuos que planeaban explotar la Torre Sears? ¿El adolescente que intentó bombardear la iluminación del árbol de navidad de Portland? Cada uno de ésos complots, y docenas de otros por toda la nación fueron conducidos por un miembro del FBI.
Durante el último año, Mother Jones y el programa de periodismo de investigación de la universidad de Berkeley-California examinaron los procesamientos de 508 demandados en casos relacionados con terrorismo, según la definición del ministerio de Justicia. ¿Qué encontró nuestra investigación?:
● Casi la mitad
de los procesos involucró el uso de informantes, muchos de ellos
incentivados por el dinero (los operativos pueden cobrar hasta 100.000
dólares por asignación) o la necesidad de levantar violaciones
criminales o de inmigración. (Para más detalles sobre estos 508 casos,
ver nuestras páginas de navegación y los registros de la base de datos).
● Las operaciones policiales dieron lugar al procesamientos contra 158 demandados. De ese total, 49 acusados participaron en planes conducidos por un agente provocador, la instigación operativa del FBI para la acción terrorista.
● Todos los complots nacionales destacados de terrorismo durante la década pasada, con tres excepciones, fueron realmente aguijoneados por el FBI. (Las excepciones fueron Najibullah
Zazi, que estuvo cerca de bombardear el sistema de transporte
subterráneo de Nueva York en septiembre de 2009; Hesham Mohamed Hadayet,
el egipcio que abrió fuego contra el controlador
de boleto de El Al en el aeropuerto de Los Ángeles; y fallido intento
de bombardero de Faisal Shahzad en Times Square, en mayo de 2010).
● En muchos casos de aguijoneo del FBI, los encuentros clave entre el informante y el blanco
no fueron registrados, para dificultar a los acusados sus alegatos de
colocación de trampas para probar su caso. Los cargos relacionados con terrorismo son tan difíciles de llevar adelante en la corte, sobre todo cuando las evidencias son poco abundantes, que a menudo los demandados no arriesgan un juicio.
“El problema con los casos de que estamos hablando
es que los demandados no habrían hecho ninguna cosa si no hubieran sido
empujados por los agentes de gobierno”, dijo Martin Stolar, un abogado que representó a un hombre cogido en un aguijoneo de 2004 que involucró la estación de metro de Herald Square en Nueva York. “Están creando crímenes para resolver crímenes y poder reclamar por una victoria en la guerra antiterrorista”. En defensa del FBI, sus partidarios sostienen que la oficina sólo perseguirá un caso cuando el blanco esté claramente dispuesto a participar en la acción violenta. “Si usted está haciendo un aguijoneo derecho, usted está ofreciendo al blanco múltiples ocasiones de retirarse”, dijo Peter Ahearn, un agente especial jubilado que dirigió al Grupo de Tarea de la Junta Occidental de Anti-terrorismo de Nueva York y supervisó la investigación del Lackawanna Six, una célula de terrorismo acusada por el FBI cerca de Buffalo, Nueva York. “La gente real no dice ‘sí, dejemos que coloquen la bomba’. La gente real llama a los polis”.
En la página 2 de este reportaje, que en total ocupa seis largas páginas del sitio web de Mother Jones, algunos veteranos del FBI criticaron el programa como improductivo e intruso. Señalaron que –durante una reunión de alto nivel– el agente estrella Phil Mudd dijo que él había empujado a la oficina “al lado oscuro”. Esa tensión tiene sus raíces en la diferencia rígida entre el FBI y la CIA:
Mientras esta última tiene libertad para actuar internacionalmente sin
consideración alguna hacia los derechos constitucionales, el FBI debe
respetar tales derechos en sus investigaciones nacionales y los críticos
de Mudd consideraron que era ir demasiado lejos poner en práctica la idea de apuntar a los estadounidenses basándose en su pertenencia étnica y religiosa.
Para seguir leyendo (en inglés) las
cinco páginas restantes de este extraordinario reportaje de Trevor
Aaronson, en Mother Jones, hay que pinchar en:
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
*) Ernesto Carmona, periodista y escritor chileno.
Fuentes:
● Trevor Aaronson, “The Informants,” Mother Jones, September/October
2011,
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[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo] .
● “FBI Organizes Almost All Terror Plots in the US,” RT.com, August
23, 2011, [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
●
[Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]
Estudiante investigador: Taylor Falbisaner (Sonoma State University)
Evaluador académico: Peter Phillips (Sonoma State University)
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3 Noviembre 2012
1 Comentario
Las 25 noticias más censuradas en Estados Unidos (IV)
Ernesto Carmona
Mapocho Press
La Oficina
Federal de Investigación (Federal Bureau of Investigation, FBI, en
inglés) emprendió un método inusual para “prevenir futuros atentados
terroristas” al desarrollar una red de casi 15.000 espías para infiltrar diversas comunidades estadounidenses a la busca de potenciales maquinaciones terroristas.
Sin embargo, los topos realmente están buscando e incitando a cierto perfil de gente a cometer violaciones de la ley, e incluso delitos criminales, para después denunciarlos y cobrar recompensas en efectivo de hasta 100.000 dólares por caso, mientras el FBI convoca a la prensa para dar cuenta de otro complot terrorista abortado.
La fuente
principal de esta historia sobre los infiltrados secretos del FBI en
redes sociales, cómo seleccionan a sus víctimas estadounidenses y las inducen a cometer delitos para luego encerrarlas es una investigación del Programa de Periodismo de Investigación de la Universidad de Berkeley-California y la revista Mother Jones. La trama de esta extraña actividad del FBI fue relatada por Trevor Aaronson en el reportaje “The Informants” (Los informantes). Ésta es la traducción de lo publicado en Mother Jones de septiembre-octubre 2011:
“El FBI construyó una red masiva de espías para prevenir otro ataque nacional. ¿Pero están atacando la estructura terrorista, o la están liderando?”
James Cromitie era un hombre de bravatas y fanatismo. Compuso historias
salvajes sobre sus hazañas supuestas, como haber explotado bombas de gas
en recintos de policía usando un lanzallamas,
y despotricaba contra los judíos. Una vez dijo: “El peor hermano de
todo el mundo islámico es mejor que 10 mil millones de yahudies”.
Mecánico de 45 años, adoptó el nombre de Abdul Rahman tras convertirse al Islam
en una estadía en prisión por vender cocaína. Cromitie tenía varias
preocupaciones: convenció a su esposa que no dormía pensando en el
alquiler y en encontrar un trabajo decente si cargaba con un expediente
criminal. Pero soñaba con estampar su marca. Y confiaba mucho en un
pakistaní de mediana edad, a quien conocía como Maqsood.
–“Voy a hacer algo realmente grande”, diría Cromitie. “Justo lo siento, se lo estoy diciendo. Lo presiento”.
Maqsood y Cromitie se encontraron en una mezquita de Newburgh, un pueblo de mal vivir abandonado por la fuerza aérea, a casi una hora al norte de Nueva York. Entablaron amistad, hablando por horas sobre los problemas del mundo y cómo los judíos debían pagar sus culpas.
Todo era charla,
hasta noviembre de 2008, cuando Maqsood presionó a su nuevo amigo:
–¿Usted no ha pensado en ser un buen reclutador o un mejor hombre de
acción?–, le preguntó Maqsood.
– Soy ambos–, se jactó Cromitie.
– Mi gente se complacería mucho en conocer eso, hermano. Honestamente.
–¿Quién es su gente?, interrogó Cromitie.
–Jaish-e-Mohammad.
Maqsood dijo que era un agente del grupo terrorista paquistaní encargado de ensamblar un equipo a sueldo de la Jihad en EEUU. Le preguntó a Cromitie:
– ¿Qué atacaría si tuviera los medios?
–Un puente–, dijo Cromitie.
– Pero los puentes son demasiado duros para ser atacados –replíco Maqsood–, porque se hacen de acero.
– Por supuesto que se hacen de acero –contestó Cromitie–. Pero, de la misma manera que pueden levantarse, se pueden derribar.
Maqsood indujo a Cromitie a adoptar un plan “más realista”. Los ataques de Bombay estaban en todas las noticias y señaló cómo esos pistoleros apuntaron a hoteles, cafés y un centro de la comunidad judía.
–Con su inteligencia, sé que usted puede manipular a alguien –le dijo Cromitie a su amigo–, pero no a mí, porque soy inteligente.
Los amigos fraguaron un bombardeo a una sinagoga del Bronx (NY) y
después dispararían misiles Stinger a los aviones estacionados en el
Aeropuerto Internacional Stewart, en el sur de Hudson Valley. Maqsood
proporcionaría todos los explosivos y armas, incluso los vehículos.
–Tenemos dos misiles, ¿Ok? –ofreció–. Dos Stingers, misiles rocket.
Maqsood era un operativo secreto; y eso era verdad. Pero no de
Jaish-e-Mohammad. Su verdadero nombre era Shahed Hussain y era un
informante pagado por la Oficina Federal de Investigación.
Desde el 11 de septiembre de 2001, el contraterrorismo es la prioridad N° 1 del FBI, que consume la mayor parte de su presupuesto –3.300 millones de dólares,
27% más que los 2.600 millones destinados a luchar contra el crimen
organizado– y presta mucha atención a los agentes en terreno de su red
masiva de informantes, a escala nacional.
Después de años de acentuar el reclutamiento de estos informantes como tarea principal de sus agentes, la oficina
mantiene ahora una nómina de 15.000 espías, muchos de ellos, como este
Hussain, encargados de tareas de infiltración de comunidades musulmanes
en EEUU. Además, por cada informante oficialmente enlistado en los
registros del bureau, hay por lo menos tres oficiosos, conocidos en el
lenguaje fbiano como hip pockets (“bolsillos traseros”), según un ex
funcionario de alto nivel del FBI.
Los informadores pueden ser médicos, vendedores, imanes. Algunos ni siquiera podrían considerarse informantes. Pero el FBI regularmente
exalta a todos como parte de un aparato nacional de inteligencia cuyo
único símil histórico pudo ser Cointelpro, el programa que desarrolló la oficina entre los años 50 y 70 para desacreditar y marginar organizaciones introducidas por el Ku Klux Klan en los grupos de protesta y derechos civiles.
A través de la historia del FBI, el número de informantes es un secreto cuidadosamente guardado. Sin embargo, periódicamente la oficina recurre a estas figuras. Un comité del Senado encontró en 1975 que tenía 1.500 informantes. En 1980, funcionarios revelaron que eran 2.800. Seis años más tarde, siguiendo el empuje del FBI contra las
drogas y el crimen organizado, el número de informantes se infló a
6.000, publicó Los Angeles Times en 1986. Y según el FBI, el número
creció perceptiblemente después del 11/9. En el año fiscal 2008, en su
requerimiento de autorización presupuestaria, el FBI reveló que
trabajaba acatando una instrucción presidencial de noviembre de 2004 que
exigía crecimiento del “desarrollo y gestión humana de las fuentes” y que necesitaba 12,7 millones de dólares para un programa de etiquetado de su red de espías y crear software para el seguimiento y manejo de sus informantes.
La estrategia
del bureau ha cambiado perceptiblemente desde los días en que sus
funcionarios temieron otros ataques coordinados internacionalmente y
financiados por una célula “en sueño” de Al Qaeda. Hoy, los expertos en contraterrorismo creen que grupos como Al Qaeda, maltrechos por la guerra en Afganistán y los esfuerzos del área global de inteligencia, se han desplazado a un modelo de franquicia, utilizando Internet para animar a sus simpatizantes a realizar ataques en su nombre. La principal amenaza nacional que percibe el FBI es un lobo solitario.
La respuesta
del bureau ha sido una estrategia conocida indistintamente como
“prioridad”, “prevención” o “disrupción”, que consiste en identificar y
neutralizar a los lobos solitarios potenciales antes que se muevan hacia la acción.
A tal efecto, los agentes e informantes del FBI no apuntan siquiera a
los jihadistas activos, sino a decenas de miles de personas respetuosas
de la ley, buscando identificar las contrariedades de unos pocos que sean capaces de participar en un plan
sugerido por sus propios agentes e informantes, en determinadas
oportunidades y con medios. Y cuando llega después el momento, el mismo
gobierno proporciona el plan, los medios y señala la oportunidad precisa.
Así es cómo trabajan: los informantes reportan a sus controladores
sobre gente que, por ejemplo, ha manifestado simpatías por los
terroristas. Entonces se hacen referencias cruzadas con los datos de
inteligencia existentes sobre esas personas, tales como datos de
inmigración y antecedentes penales. Los agentes del FBI pueden así
asignar a un operativo secreto para acercarse al blanco etiquetado como un radical. A veces, el operativo propondrá un plan, proporcionará explosivos, incluso someterá al blanco a un juramento falso de Al Qaeda. Una vez recopilada bastante información de la incriminación, viene la detención y la rueda de prensa que anuncia otro proyecto terrorista frustrado.
Si esto suena vagamente familiar, es porque tales operaciones policiales son frecuentes en los titulares. ¿Recuerdan el complot de bombardeo del Metro de Washington? ¿El plan contra el tren subterráneo de Nueva York? ¿Los individuos que planeaban explotar la Torre Sears? ¿El adolescente que intentó bombardear la iluminación del árbol de navidad de Portland? Cada uno de ésos complots, y docenas de otros por toda la nación fueron conducidos por un miembro del FBI.
Durante el último año, Mother Jones y el programa de periodismo de investigación de la universidad de Berkeley-California examinaron los procesamientos de 508 demandados en casos relacionados con terrorismo, según la definición del ministerio de Justicia. ¿Qué encontró nuestra investigación?:
● Casi la mitad
de los procesos involucró el uso de informantes, muchos de ellos
incentivados por el dinero (los operativos pueden cobrar hasta 100.000
dólares por asignación) o la necesidad de levantar violaciones
criminales o de inmigración. (Para más detalles sobre estos 508 casos,
ver nuestras páginas de navegación y los registros de la base de datos).
● Las operaciones policiales dieron lugar al procesamientos contra 158 demandados. De ese total, 49 acusados participaron en planes conducidos por un agente provocador, la instigación operativa del FBI para la acción terrorista.
● Todos los complots nacionales destacados de terrorismo durante la década pasada, con tres excepciones, fueron realmente aguijoneados por el FBI. (Las excepciones fueron Najibullah
Zazi, que estuvo cerca de bombardear el sistema de transporte
subterráneo de Nueva York en septiembre de 2009; Hesham Mohamed Hadayet,
el egipcio que abrió fuego contra el controlador
de boleto de El Al en el aeropuerto de Los Ángeles; y fallido intento
de bombardero de Faisal Shahzad en Times Square, en mayo de 2010).
● En muchos casos de aguijoneo del FBI, los encuentros clave entre el informante y el blanco
no fueron registrados, para dificultar a los acusados sus alegatos de
colocación de trampas para probar su caso. Los cargos relacionados con terrorismo son tan difíciles de llevar adelante en la corte, sobre todo cuando las evidencias son poco abundantes, que a menudo los demandados no arriesgan un juicio.
“El problema con los casos de que estamos hablando
es que los demandados no habrían hecho ninguna cosa si no hubieran sido
empujados por los agentes de gobierno”, dijo Martin Stolar, un abogado que representó a un hombre cogido en un aguijoneo de 2004 que involucró la estación de metro de Herald Square en Nueva York. “Están creando crímenes para resolver crímenes y poder reclamar por una victoria en la guerra antiterrorista”. En defensa del FBI, sus partidarios sostienen que la oficina sólo perseguirá un caso cuando el blanco esté claramente dispuesto a participar en la acción violenta. “Si usted está haciendo un aguijoneo derecho, usted está ofreciendo al blanco múltiples ocasiones de retirarse”, dijo Peter Ahearn, un agente especial jubilado que dirigió al Grupo de Tarea de la Junta Occidental de Anti-terrorismo de Nueva York y supervisó la investigación del Lackawanna Six, una célula de terrorismo acusada por el FBI cerca de Buffalo, Nueva York. “La gente real no dice ‘sí, dejemos que coloquen la bomba’. La gente real llama a los polis”.
En la página 2 de este reportaje, que en total ocupa seis largas páginas del sitio web de Mother Jones, algunos veteranos del FBI criticaron el programa como improductivo e intruso. Señalaron que –durante una reunión de alto nivel– el agente estrella Phil Mudd dijo que él había empujado a la oficina “al lado oscuro”. Esa tensión tiene sus raíces en la diferencia rígida entre el FBI y la CIA:
Mientras esta última tiene libertad para actuar internacionalmente sin
consideración alguna hacia los derechos constitucionales, el FBI debe
respetar tales derechos en sus investigaciones nacionales y los críticos
de Mudd consideraron que era ir demasiado lejos poner en práctica la idea de apuntar a los estadounidenses basándose en su pertenencia étnica y religiosa.
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