¿Qué podemos hacer ante el impacto inminente de un asteroide?
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¿Qué podemos hacer ante el impacto inminente de un asteroide?
El asteroide 2010 GU21, una roca «potencialmente peligrosa», ha realizado hoy su máximo acercamiento a la Tierra. El bólido fue descubierto por un telescopio del Catalina Sky Survey en Arizona (EE.UU.) con un mes de antelación. Otros fenómenos parecidos que han «rozado» nuestro planeta en los últimos meses, llegando incluso a pasar por delante de la Luna, sólo pudieron ser detectados por los observatorios en cuestión de días. Hasta ahora nos hemos librado. Meteoros de un tamaño considerable, descubiertos prácticamente por sorpresa, nos han silbado al oído pero no han llegado a impactar contra el planeta. Quizás no tengamos tanta suerte en el futuro.
El 75% de los grandes asteroides, aquellos de más de un kilómetro capaces de causar una catástrofe planetaria, están ya localizados y ninguno de ellos tiene una órbita peligrosa. Son 805. Se sospecha que casi otros 300 todavía andan por ahí, pero, por su tamaño, no escaparán a nuestros ojos tecnológicos si vienen a visitarnos. El problema se encuentra en los más pequeños, aquellos difíciles de detectar y que aparecen por sorpresa. Una roca de tan sólo 7 metros de ancho con una densidad media puede provocar una explosión de 4 kilotones en la atmósfera, nada desdeñable si tenemos en cuenta que la bomba de Hiroshima tenía 15. Si el objeto en cuestión supera los 20 ó 30 metros, la catástrofe capaz de originar alcanza grandes proporciones. Podría arrasar una ciudad entera. El famoso Apophis, de 300 metros, podría devastar una región como Cataluña o Extremadura. Si conocemos el impacto inminente de una de estas amenazas cósmicas en una zona poblada con tan sólo horas o incluso un mes de antelación, ¿está la humanidad preparada para afrontarla? ¿Qué podemos hacer si la sombra de una roca así se nos viene encima? La esperanza es muy pequeña.
A partir de 30 metros
«Se está haciendo un esfuerzo muy grande de detección de asteroides lo más temprana posible, pero la población de asteroides es muy grande», afirma Juan Luis Cano, especialista de misión de la empresa española Deimos Space y jefe del antiguo proyecto Don Quijote de la Agencia Espacial Europea (ESA) para defender la Tierra contra los asteroides. EE.UU. lidera actualmente esta tarea. El National Research Council recibió en 2008 el encargo del Congreso norteamericano de identificar todo objeto próximo a la Tierra de al menos 140 metros de diámetro antes de 2020. Se trata de los denominados NEOS (por sus siglas en inglés de near Earth objects). En su último informe oficial, el comité advertía de que hacía falta más dinero para poder desarrollar un sistema de vigilancia adecuado que combine telescopios espaciales y terrestres, para monitorizar objetos más pequeños, a partir de 30 metros de diámetro. Es necesario, porque son peligrosos. Para hacernos una idea: el cometa que destruyó una inmensa área de 2.000 kilómetros cuadrados en la estepa de Tunguska en 1908 medía 80 metros. En cuanto otros más minúsculos, el asteroide que cayó en el desierto de Sudán hace dos años, tan sólo 5 -explotó en el aire pero sus trozos fueron encontrados esparcidos por el suelo, por fortuna en una zona aislada-, y el que se desintegró en el cielo de Indonesia el pasado octubre, de diez metros, tenía la potencia de tres bombas atómicas.
Por el momento, las fórmulas para destruir o intentar evitar la trayectoria de un asteroide son «nuevas e inmaduras», según los expertos norteamericanos. La posibilidad de enviar una nave que ejerza una fuerza que logre cambiar lentamente la órbita de colisión sólo sería eficaz con con objetos de hasta 100 metros de de diámetro descubierto con décadas de antelación. Los métodos de desviación de órbita mediante una nave que se pose en el objeto también requieren años de adelanto, aunque serían útiles para objetos de un kilómetro de diámetro. La última posibilidad es una explosión nuclear, como única respuesta posible para objetos de más de un kilómetro o par los más pequeños.
«Una bomba de racimo»
Los científicos se esfuerzan, pero el planeta sigue expuesto. Cuando nos veamos en la peor tesitura, «lo cierto es que no se podrá hacer nada», advierte Cano. «A no ser que los militares tengan algún tipo de misil secreto capaz de atacar un objeto que se mueve a una velocidad de decenas de kilómetros por segundo.... Con la tecnología actual, todo depende del tamaño del asteroide. Se puede intentar romperlo, pero no sé si es la mejor solución. Convertiríamos una bomba concentrada en un bomba de racimo, el problema puede ser peor todavía», explica.
Quizás la única respuesta posible es prepararnos para correr. «Conocer con la mayor previsión las coordenadas dónde va a caer el objeto y coordinar a los agentes de protección civil, ejércitos y gobiernos para un escenario de evacuación. Sin embargo, todavía no existe un programa similar preparado», explica Cano. El ejército norteamericano sí ha realizado un ejercicio de simulación a tiempo real, como si se enfrentara a un asteroide binario, una roca dividida en dos: una de las partes, con el cuerpo más grande que Apophis; y lal segunda, más pequeño, de aproximadamente 50 metros. Una de ellas impactaría en la costa Este de EE.UU. y la otra «atacaría» aguas internacionales. El equipo de respuesta al desastre tenía sólo 72 horas desde el descubrimiento al impacto. El ejercicio fue tan sólo académico y no representa ninguna posición oficial.
De momento, las únicas fórmulas de defensa civil aceptadas (evacuación, refugio, infraestructura de emergencia) que podrían adaptarse a un acontecimiento de estas dimensiones que podrían adoptarse son, por ejemplo, las que ya están preparadas en algunos países ante la erupción de un volcán.
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El 75% de los grandes asteroides, aquellos de más de un kilómetro capaces de causar una catástrofe planetaria, están ya localizados y ninguno de ellos tiene una órbita peligrosa. Son 805. Se sospecha que casi otros 300 todavía andan por ahí, pero, por su tamaño, no escaparán a nuestros ojos tecnológicos si vienen a visitarnos. El problema se encuentra en los más pequeños, aquellos difíciles de detectar y que aparecen por sorpresa. Una roca de tan sólo 7 metros de ancho con una densidad media puede provocar una explosión de 4 kilotones en la atmósfera, nada desdeñable si tenemos en cuenta que la bomba de Hiroshima tenía 15. Si el objeto en cuestión supera los 20 ó 30 metros, la catástrofe capaz de originar alcanza grandes proporciones. Podría arrasar una ciudad entera. El famoso Apophis, de 300 metros, podría devastar una región como Cataluña o Extremadura. Si conocemos el impacto inminente de una de estas amenazas cósmicas en una zona poblada con tan sólo horas o incluso un mes de antelación, ¿está la humanidad preparada para afrontarla? ¿Qué podemos hacer si la sombra de una roca así se nos viene encima? La esperanza es muy pequeña.
A partir de 30 metros
«Se está haciendo un esfuerzo muy grande de detección de asteroides lo más temprana posible, pero la población de asteroides es muy grande», afirma Juan Luis Cano, especialista de misión de la empresa española Deimos Space y jefe del antiguo proyecto Don Quijote de la Agencia Espacial Europea (ESA) para defender la Tierra contra los asteroides. EE.UU. lidera actualmente esta tarea. El National Research Council recibió en 2008 el encargo del Congreso norteamericano de identificar todo objeto próximo a la Tierra de al menos 140 metros de diámetro antes de 2020. Se trata de los denominados NEOS (por sus siglas en inglés de near Earth objects). En su último informe oficial, el comité advertía de que hacía falta más dinero para poder desarrollar un sistema de vigilancia adecuado que combine telescopios espaciales y terrestres, para monitorizar objetos más pequeños, a partir de 30 metros de diámetro. Es necesario, porque son peligrosos. Para hacernos una idea: el cometa que destruyó una inmensa área de 2.000 kilómetros cuadrados en la estepa de Tunguska en 1908 medía 80 metros. En cuanto otros más minúsculos, el asteroide que cayó en el desierto de Sudán hace dos años, tan sólo 5 -explotó en el aire pero sus trozos fueron encontrados esparcidos por el suelo, por fortuna en una zona aislada-, y el que se desintegró en el cielo de Indonesia el pasado octubre, de diez metros, tenía la potencia de tres bombas atómicas.
Por el momento, las fórmulas para destruir o intentar evitar la trayectoria de un asteroide son «nuevas e inmaduras», según los expertos norteamericanos. La posibilidad de enviar una nave que ejerza una fuerza que logre cambiar lentamente la órbita de colisión sólo sería eficaz con con objetos de hasta 100 metros de de diámetro descubierto con décadas de antelación. Los métodos de desviación de órbita mediante una nave que se pose en el objeto también requieren años de adelanto, aunque serían útiles para objetos de un kilómetro de diámetro. La última posibilidad es una explosión nuclear, como única respuesta posible para objetos de más de un kilómetro o par los más pequeños.
«Una bomba de racimo»
Los científicos se esfuerzan, pero el planeta sigue expuesto. Cuando nos veamos en la peor tesitura, «lo cierto es que no se podrá hacer nada», advierte Cano. «A no ser que los militares tengan algún tipo de misil secreto capaz de atacar un objeto que se mueve a una velocidad de decenas de kilómetros por segundo.... Con la tecnología actual, todo depende del tamaño del asteroide. Se puede intentar romperlo, pero no sé si es la mejor solución. Convertiríamos una bomba concentrada en un bomba de racimo, el problema puede ser peor todavía», explica.
Quizás la única respuesta posible es prepararnos para correr. «Conocer con la mayor previsión las coordenadas dónde va a caer el objeto y coordinar a los agentes de protección civil, ejércitos y gobiernos para un escenario de evacuación. Sin embargo, todavía no existe un programa similar preparado», explica Cano. El ejército norteamericano sí ha realizado un ejercicio de simulación a tiempo real, como si se enfrentara a un asteroide binario, una roca dividida en dos: una de las partes, con el cuerpo más grande que Apophis; y lal segunda, más pequeño, de aproximadamente 50 metros. Una de ellas impactaría en la costa Este de EE.UU. y la otra «atacaría» aguas internacionales. El equipo de respuesta al desastre tenía sólo 72 horas desde el descubrimiento al impacto. El ejercicio fue tan sólo académico y no representa ninguna posición oficial.
De momento, las únicas fórmulas de defensa civil aceptadas (evacuación, refugio, infraestructura de emergencia) que podrían adaptarse a un acontecimiento de estas dimensiones que podrían adoptarse son, por ejemplo, las que ya están preparadas en algunos países ante la erupción de un volcán.
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