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La “solución fascista” en el neoliberalismo contemporáneo (analisis)

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La “solución fascista” en el neoliberalismo contemporáneo (analisis) Empty La “solución fascista” en el neoliberalismo contemporáneo (analisis)

Mensaje por lilian Mar Mar 04, 2014 8:12 pm

2014-03-03
Primera parte:
La “solución fascista” en el neoliberalismo contemporáneo
Alberto Rabilotta


Que Estados Unidos y la Unión Europea hayan apoyado a grupos fascistas en Ucrania para efectuar un golpe de Estado no es algo que deba sorprendernos. La “solución fascista” forma parte de la naturaleza del capitalismo dominado por los monopolios, del imperialismo, y se manifiesta cuando en medio de graves crisis económicas y sociales por la aplicación de políticas neoliberales el sistema capitalista en su conjunto queda atascado, sin perspectivas de recuperación a menos de cambios radicales, inaceptables para una clase dominante que no le repugna ser “aprendiz de brujo” y está dispuesta a utilizar o a dejarse utilizar por los fascistas para desviar hacia sus intereses la inevitable explosión social, como fue el caso en los años 30 del siglo pasado y lo es actualmente.

El objetivo básico de la burguesía que construyó el capitalismo industrial nacido en el siglo 19 siempre fue el de instaurar un capitalismo puro, de mantener a los trabajadores y a gran parte de la sociedad en la miseria para poder acumular el máximo de riquezas y poderes. Así fue la historia del capital en toda Europa, comenzando por Gran Bretaña, donde la brutalidad de ese imperio colonial se manifestó tanto en las matanzas de ciento de miles o millones de civiles en varios continentes que resistieron a ser dominados para alimentar el comercio de esclavos (¿Lo recuerdan?) o para sometidos a la explotación colonial, pero también en las guerras para ampliar o mantener el imperio mientras en las ciudades fabriles inglesas se sumía en la más abyecta miseria a la clase trabajadora (¿Hay que releer a Dickens?). Esto es válido para la historia del capitalismo y del imperialismo estadounidense, japonés, etcétera.

Todo se ha hecho en las últimas décadas, en la era del neoliberalismo triunfante, para borrar de la historia y del pensamiento de las clases trabajadoras y de los pueblos las largas, duras y frecuentes luchas de los trabajadores, las reivindicaciones laborales y sociales formuladas por los socialistas (los de antes, no los de ahora), anarquistas, cristianos y comunistas, y de los grupos sociales esclarecidos de la pequeña burguesía y hasta de la burguesía que con ánimos de fraternidad, solidaridad y justicia buscaron limitar la brutal explotación y obtuvieron, a partir de la primera mitad del siglo 19 en Europa y en Estados Unidos (EE.UU.), las primeras mejoras en las terribles condiciones de trabajo, de salario y vivienda.

Esta larga introducción busca recordar que lo que puso frenos a la constante tendencia del capital a destruir las sociedades que él mismo construía para poder desarrollar sus mercados internos –un aspecto esencial para la reproducción del capital y las posibilidades de alcanzar los mercados externos para obtener rentas-, fue la lucha de las clases trabajadoras a nivel nacional e internacional.

El efímero período histórico, las tres décadas de van de 1945 a 1975, en que el capitalismo industrial significó progresos económicos y sociales para la clase trabajadora, principalmente en los países del capitalismo avanzado, fue el resultado de: a) la victoria de la Unión Soviética ante el nazismo y su desarrollo social y económico, que la ubicó como alternativa al sistema capitalista; b) en Estados Unidos la acumulación de fuerzas sindicales radicalizadas por la Gran Depresión, con movimientos sociales y políticos progresistas que lograron obtener cambios y progresos sociales y económicos.

Esta correlación de fuerzas a nivel internacional (la Unión Soviética, un “campo socialista” en Europa Central y del Este, fuertes movimientos sindicales y políticos dirigidos por socialistas y comunistas en Europa Occidental, la Revolución China) también permitió que comenzara la descolonización en África, Asia y el Oriente Medio.

En definitiva, la breve era del Estado benefactor o los “treinta años gloriosos”, así como la era de la descolonización, fueron victorias arrancadas a las clases capitalistas del imperialismo de turno y de sus aliados gracias a una extraordinaria (y breve) correlación de fuerzas a nivel de las luchas de clases a nivel nacional e internacional.

Fascismo antes, fascismo ahora

El fascismo está levantando su cabeza en todos los países del sistema capitalista avanzado, y también en su periferia cercana, como en el caso europeo. De ahí la importancia de explorar las razones por las que, cuando las fases de liberalismo a ultranza provocan graves crisis económicas, sociales y políticas que debilitan o alcanzan a destruir las bases sobre las cuales se asientan y se construyen las sociedades, surgen estos movimientos fascistas. Tal fue el caso en Italia y en un elevado número de países europeos, entre ellos Alemania y Japón, entre los años 20 y 30 del siglo pasado.

No faltan en Ucrania los ingredientes económicos, políticos, ideológicos y sociales para explicar el surgimiento de los violentos grupos de choque fascistas, neonazis o ultranacionalistas. Pero ese país no es un caso único, ya que existen situaciones similares en casi todos los países europeos que hace poco más de dos décadas fueron empujados a pasar sin transición del socialismo (cargado de deficiencias que en parte explican su derrumbe) a un neoliberalismo radical diseñado por el imperialismo estadounidense y sus aliados europeos, la llamada “terapia de choque” ejecutada por el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Todo el peso de esta radical y brutal “terapia de choque” recayó sobre las sociedades, desestabilizándolas, atomizándolas por la disminución o desaparición de las instituciones que contribuían a mantener o crear los lazos sociales, como consecuencia del desempleo y la exclusión económica y social. En concreto, han sido y siguen siendo las mujeres, los hombres, los niños y los ancianos de esos países las victimas principales de estas políticas, porque quedaron totalmente desamparados ante el planificado derrumbe económico y la disminución o privatización de los programas y servicios estatales.

Muerte del liberalismo económico y la “solución fascista”


Pero los ingredientes para la “solución fascista” están también muy presentes en los países de la Unión Europea (UE) y de la Zona Euro, ya que en prácticamente todos ellos se constata un visible ascenso de fuerzas políticas de ultraderecha que por su contenido ideológico y sus programas políticos pueden ser consideradas como formando parte de la “nebulosa neofascista”, al punto que por la vía electoral han llegado a los parlamentos e incluso a coaliciones de gobierno, y cuya representación actual en el Parlamento de la UE puede aumentar significativamente en las elecciones previstas para finales de mayo próximo.

Pero entender el momento actual, porque desentraña “la solución fascista” como la salida del capital ante “la muerte del liberalismo económico”, es muy útil referirse el húngaro Karl Polanyi, estudioso de las ciencias sociales y la historia de la economía, autor de varios escritos durante los años 30 y 40, en pleno ascenso del fascismo, y en 1944 de su libro “La Grande Transformation” (Gallimard, 1983).

La visión de Polanyi importa porque actualmente, como hace casi un siglo, estamos ahora en plena “muerte del liberalismo económico”, o sea cuando finalmente llega el momento “en que el sistema económico y el sistema político estarían el uno y el otro amenazados de parálisis total. La población tendría miedo, y el papel dirigente recaería por fuerza en aquellos que ofrecen una salida fácil, no importa cuál fuese el precio final. Los tiempos estaban maduros para la solución fascista” (1).

En el capítulo “La historia en el engranaje del cambio social”, Polanyi escribe que “si jamás un movimiento político respondió a las necesidades de una situación objetiva, en lugar de ser la consecuencia de causas fortuitas, ese bien fue el fascismo. Al mismo tiempo, el carácter destructor de la solución fascista era evidente (porque) proponía una manera de escapar a la situación institucional sin salida que era, en lo esencial, la misma en un gran número de países, y sin embargo, ensayar ese remedio era diseminar por doquier una enfermedad mortal. Así mueren las civilizaciones”.

Seguidamente apunta que se puede describir la solución fascista al impasse en el cual se metió el capitalismo “como una reforma de la economía de mercado realizada a costa de la extirpación de todas las instituciones democráticas, a la vez en el terreno de las relaciones industriales y en el campo político. El sistema económico que corría el riesgo de un rompimiento debería así recuperar vida, mientras que las poblaciones serían ellas mismas sometidas a una re-educación destinada a desnaturalizar al individuo y a convertirlo en incapaz de funcionar como unidad responsable del cuerpo político” (Pág. 305).

Polanyi añade que “la aparición de un movimiento de este tipo en los países industriales del mundo, e incluso en cierto número de países poco industrializados, no debería haber sido jamás atribuida a causas locales, a mentalidades nacionales o a herencias históricas, como los contemporáneos lo hicieron con mucha constancia”, subrayando que el fascismo tenía poco que ver con la primera Guerra Mundial o el Tratado de Versalles, y que hizo su aparición tanto en países vencidos como entre los vencedores, en países de “raza” aria como no aria, en naciones de tradición católica como protestante, en países de culturas antiguas o modernas, y que en realidad “no existía ningún tipo de herencia -de tradición religiosa, cultural o nacional- que hacía un país invulnerable al fascismo, una vez reunidas las condiciones para su aparición” (Págs. 305-306)

¿Cuáles son las condiciones que permiten la aparición del fascismo?

Polanyi, que vivió y analizó esa época, escribe que era sorprendente el ver cuán poca relación existía entre la fuerza material y numérica de los fascistas y su eficacia política: “aunque tuviera la habitud de ser seguido por las masas, no era el número de sus adherentes lo que atestaba su fuerza potencial, sino más bien la influencia de las personas de alto grado de las cuales los dirigentes fascistas habían conquistado los favores: ellos podían contar con su influencia sobre la comunidad para protegerlos contra las consecuencias de una revuelta abortada, lo que descartaba los riesgos de revolución”.

Un país que se aproximaba de la fase fascista presentaba ciertos síntomas, y entre ellos no necesariamente figuraba la existencia de un movimiento propiamente fascista. Pero Polanyi subraya que eran perceptibles otros signos al menos tan importantes: “la difusión de filosofías irracionales, de una estética racial, de una demagogia anticapitalista, de opiniones heterodoxas sobre la moneda, críticas al sistema de partidos, una denigración general del “régimen”, no importa cual fuera el nombre dado a la organización democrática existente”.

Y recuerda que Adolf Hitler fue catapultado al poder “por el clan feudal que rodeaba al presidente Hindenburg, así como Benito Mussolini y Primo de Rivera fueron instalados en sus puestos por sus soberanos respectivos. Por lo tanto Hitler podía apoyarse en un vasto movimiento; Mussolini, en uno pequeño; Primo de Rivera, él, no tenía apoyo alguno. En todos los casos no hubo una verdadera revolución contra la autoridad constituida; la táctica fascista era invariablemente la de un simulacro de rebelión que tenía el acuerdo tácito de las autoridades, las cuales pretendían haber sido desbordadas por la fuerza” (Pág. 307).

Desde los años 30, según Polanyi, el fascismo era una posibilidad política siempre lista para ser usada, una reacción casi inmediata en todas las comunidades industriales. Y más adelante señala que no existía un criterio general del fascismo, que tampoco poseía una doctrina en el sentido ordinario del término: “Empero, todas esas formas organizadas presentaban un rasgo definitivo, la brusquedad con la cual aparecían y desaparecían () para estallar con violencia después de un período indefinido de latencia. Todo eso concurre a la imagen de una fuerza social en la cual las fases de crecimiento y declive siguen la situación objetiva. Eso que nosotros hemos llamado, para ser breves, una “situación fascista”, no era otra cosa que la ocasión típica de victorias fascistas fáciles y totales. De golpe, las formidables organizaciones sindicales y políticas de los trabajadores y de otros abnegados partidarios de la libertad constitucional se dispersaban y los minúsculos grupos fascistas barrían lo que hasta entonces había parecido una fuerza irresistible de los gobiernos, de los partidos, de los sindicatos democráticos. Si una ‘situación revolucionaria’ se caracteriza por la desintegración sicológica y moral de todas las fuerzas de resistencia, al punto que un puñado de rebeldes armados sumariamente son capaces de tomar por la fuerza las ciudadelas consideradas como inconquistables de la reacción, entonces la ‘situación fascista’ es totalmente paralela, a no ser que, en ese caso, son los bastiones de la democracia y de las libertades constitucionales que fueron arrasados; sus defensas eran de una insuficiencia también espectacular”.

En Prusia, en julio de 1932, -continúa el intelectual húngaro-, el gobierno legal socialdemócrata, atrincherado en la sede del poder legítimo, capitula ante la simple amenaza de violencia inconstitucional proferida por Her von Papen. Unos seis meses más tarde, Hitler toma pacíficamente posesión del poder, de donde él lanza rápidamente un ataque revolucionario de destrucción global contra las instituciones de la república de Weimar y los partidos constitucionales. Imaginar que es la potencia del movimiento lo que creó situaciones como éstas, es pasar al lado de la lección primordial de las últimas décadas” (Pág. 308).

Más adelante Polanyi destaca que en su lucha por el poder político, el fascismo se otorga completa libertad para “descuidar o utilizar las cuestiones locales, a su voluntad. Su objetivo trasciende el marco político y económico; es social. Él pone una religión política al servicio de un proceso de degeneración. En su período de ascenso, no excluye de su orquesta que muy raras emociones; pero, una vez vencedor, él no deja subir a su carro de la victoria que un muy pequeño número de motivaciones, motivaciones muy características. Si no hacemos una neta distinción entre su seudo-intolerancia en la ruta hacia el poder y su verdadera intolerancia cuando están en el poder, no hay mucha esperanza de poder comprender la diferencia sutil, pero decisiva, que existe entre el simulacro de nacionalismo de ciertos movimientos fascistas en el curso de la revolución y el no-nacionalismo específicamente imperialista que abrazaron después de la revolución” (Pág.331).

Es así que la “solución fascista” parece ser una consecuencia inevitable del atascamiento del “sistema de mercado” en los ocasos imperiales. En el ocaso imperial británico, que ocurre con la primera Guerra Mundial, entra en crisis el sistema de mercado, el laissez-faire, y como nos recuerda Polanyi “el papel jugado por el fascismo estuvo determinado por un único factor, el estado del sistema de mercado. En el curso del período 1917-1923, los gobiernos pidieron ocasionalmente la ayuda de los fascistas para restablecer la ley y el orden: no era necesario nada más para hacer funcionar el sistema de mercado. El fascismo se mantuvo embrionario. En el curso del período 1924-1929, cuando el restablecimiento del sistema de mercado parecía asegurado, el fascismo se borra totalmente en tanto que fuerza política (salvo en Italia, como Polanyi señala más adelante). Después de 1930, la economía de mercado entra en crisis, y en crisis general. En pocos años el fascismo deviene una potencia mundial” (Pág. 312).

El corporativismo como solución al impasse del capitalismo en los años 30

A partir de los primeros años de la década de 1930 el fascismo y su política corporativista pasaron a ser “la” solución capitalista al derrumbe de la sociedad de mercado en Alemania, Italia y luego en otros países europeos, al punto que esta “solución” que salvaba el capitalismo industrial despertó mucho interés en los círculos de poder político de otra buena cantidad de países, incluyendo a figuras políticas en Gran Bretaña y EE.UU.

En definitiva, extirpando la democracia y la libertad de todas las instituciones políticas, industriales y sociales el fascismo permitió la continuidad del capitalismo industrial basado en la explotación del trabajo asalariado, y en Alemania, Italia y Japón liberó las fuerzas de la expansión imperial, de la conquista de países y regiones enteras.

El fascismo fue imperialista, racista, anticomunista y brutal a más no poder, pero en lo económico su corporativismo basado en un concordato entre el Estado, las grandes industrias, los bancos y los sindicatos bajo control fascista, durante un muy breve lapso de tiempo creó empleos y alejó de las masas que podían ver una alternativa en el socialismo el temor al desempleo y a la miseria.

El desarrollo de las infraestructuras, el aumento de la producción militar y de todos los sectores destinados a concretar los planes de guerra para una expansión imperial desarrolló la capacidad industrial y enriqueció a los grandes capitalistas. Las grandes fortunas que los capitalistas amasaron con el desarrollo económico y las industrias de la maquinaria de guerra de Alemania, Italia, Japón (y en Francia bajo el régimen pro-nazi del Mariscal Petain) están ahí, más poderosas que nunca porque en su mayor parte no fueron tocadas.


1.- Citas del libro de Karl Polanyi, La Grande Transformación, edición Gallimard, 1983, traducidas al español por el autor del artículo. La primera corresponde a la página 304. En las siguientes citas el número de la página figura al final de cada párrafo citado.

Montreal, Canadá.




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Mensaje por Lobo Solitario 1 Miér Mar 05, 2014 11:11 pm

lilian escribió:2014-03-03
Primera parte:
La “solución fascista” en el neoliberalismo contemporáneo
Alberto Rabilotta


Que Estados Unidos y la Unión Europea hayan apoyado a grupos fascistas en Ucrania para efectuar un golpe de Estado no es algo que deba sorprendernos. La “solución fascista” forma parte de la naturaleza del capitalismo dominado por los monopolios, del imperialismo, y se manifiesta cuando en medio de graves crisis económicas y sociales por la aplicación de políticas neoliberales el sistema capitalista en su conjunto queda atascado, sin perspectivas de recuperación a menos de cambios radicales, inaceptables para una clase dominante que no le repugna ser “aprendiz de brujo” y está dispuesta a utilizar o a dejarse utilizar por los fascistas para desviar hacia sus intereses la inevitable explosión social, como fue el caso en los años 30 del siglo pasado y lo es actualmente.

El objetivo básico de la burguesía que construyó el capitalismo industrial nacido en el siglo 19 siempre fue el de instaurar un capitalismo puro, de mantener a los trabajadores y a gran parte de la sociedad en la miseria para poder acumular el máximo de riquezas y poderes. Así fue la historia del capital en toda Europa, comenzando por Gran Bretaña, donde la brutalidad de ese imperio colonial se manifestó tanto en las matanzas de ciento de miles o millones de civiles en varios continentes que resistieron a ser dominados para alimentar el comercio de esclavos (¿Lo recuerdan?) o para sometidos a la explotación colonial, pero también en las guerras para ampliar o mantener el imperio mientras en las ciudades fabriles inglesas se sumía en la más abyecta miseria a la clase trabajadora (¿Hay que releer a Dickens?). Esto es válido para la historia del capitalismo y del imperialismo estadounidense, japonés, etcétera.

Todo se ha hecho en las últimas décadas, en la era del neoliberalismo triunfante, para borrar de la historia y del pensamiento de las clases trabajadoras y de los pueblos las largas, duras y frecuentes luchas de los trabajadores, las reivindicaciones laborales y sociales formuladas por los socialistas (los de antes, no los de ahora), anarquistas, cristianos y comunistas, y de los grupos sociales esclarecidos de la pequeña burguesía y hasta de la burguesía que con ánimos de fraternidad, solidaridad y justicia buscaron limitar la brutal explotación y obtuvieron, a partir de la primera mitad del siglo 19 en Europa y en Estados Unidos (EE.UU.), las primeras mejoras en las terribles condiciones de trabajo, de salario y vivienda.

Esta larga introducción busca recordar que lo que puso frenos a la constante tendencia del capital a destruir las sociedades que él mismo construía para poder desarrollar sus mercados internos –un aspecto esencial para la reproducción del capital y las posibilidades de alcanzar los mercados externos para obtener rentas-, fue la lucha de las clases trabajadoras a nivel nacional e internacional.

El efímero período histórico, las tres décadas de van de 1945 a 1975, en que el capitalismo industrial significó progresos económicos y sociales para la clase trabajadora, principalmente en los países del capitalismo avanzado, fue el resultado de: a) la victoria de la Unión Soviética ante el nazismo y su desarrollo social y económico, que la ubicó como alternativa al sistema capitalista; b) en Estados Unidos la acumulación de fuerzas sindicales radicalizadas por la Gran Depresión, con movimientos sociales y políticos progresistas que lograron obtener cambios y progresos sociales y económicos.

Esta correlación de fuerzas a nivel internacional (la Unión Soviética, un “campo socialista” en Europa Central y del Este, fuertes movimientos sindicales y políticos dirigidos por socialistas y comunistas en Europa Occidental, la Revolución China) también permitió que comenzara la descolonización en África, Asia y el Oriente Medio.

En definitiva, la breve era del Estado benefactor o los “treinta años gloriosos”, así como la era de la descolonización, fueron victorias arrancadas a las clases capitalistas del imperialismo de turno y de sus aliados gracias a una extraordinaria (y breve) correlación de fuerzas a nivel de las luchas de clases a nivel nacional e internacional.

Fascismo antes, fascismo ahora

El fascismo está levantando su cabeza en todos los países del sistema capitalista avanzado, y también en su periferia cercana, como en el caso europeo. De ahí la importancia de explorar las razones por las que, cuando las fases de liberalismo a ultranza provocan graves crisis económicas, sociales y políticas que debilitan o alcanzan a destruir las bases sobre las cuales se asientan y se construyen las sociedades, surgen estos movimientos fascistas. Tal fue el caso en Italia y en un elevado número de países europeos, entre ellos Alemania y Japón, entre los años 20 y 30 del siglo pasado.

No faltan en Ucrania los ingredientes económicos, políticos, ideológicos y sociales para explicar el surgimiento de los violentos grupos de choque fascistas, neonazis o ultranacionalistas. Pero ese país no es un caso único, ya que existen situaciones similares en casi todos los países europeos que hace poco más de dos décadas fueron empujados a pasar sin transición del socialismo (cargado de deficiencias que en parte explican su derrumbe) a un neoliberalismo radical diseñado por el imperialismo estadounidense y sus aliados europeos, la llamada “terapia de choque” ejecutada por el Fondo Monetario Internacional (FMI).

Todo el peso de esta radical y brutal “terapia de choque” recayó sobre las sociedades, desestabilizándolas, atomizándolas por la disminución o desaparición de las instituciones que contribuían a mantener o crear los lazos sociales, como consecuencia del desempleo y la exclusión económica y social. En concreto, han sido y siguen siendo las mujeres, los hombres, los niños y los ancianos de esos países las victimas principales de estas políticas, porque quedaron totalmente desamparados ante el planificado derrumbe económico y la disminución o privatización de los programas y servicios estatales.

Muerte del liberalismo económico y la “solución fascista”


Pero los ingredientes para la “solución fascista” están también muy presentes en los países de la Unión Europea (UE) y de la Zona Euro, ya que en prácticamente todos ellos se constata un visible ascenso de fuerzas políticas de ultraderecha que por su contenido ideológico y sus programas políticos pueden ser consideradas como formando parte de la “nebulosa neofascista”, al punto que por la vía electoral han llegado a los parlamentos e incluso a coaliciones de gobierno, y cuya representación actual en el Parlamento de la UE puede aumentar significativamente en las elecciones previstas para finales de mayo próximo.

Pero entender el momento actual, porque desentraña “la solución fascista” como la salida del capital ante “la muerte del liberalismo económico”, es muy útil referirse el húngaro Karl Polanyi, estudioso de las ciencias sociales y la historia de la economía, autor de varios escritos durante los años 30 y 40, en pleno ascenso del fascismo, y en 1944 de su libro “La Grande Transformation” (Gallimard, 1983).

La visión de Polanyi importa porque actualmente, como hace casi un siglo, estamos ahora en plena “muerte del liberalismo económico”, o sea cuando finalmente llega el momento “en que el sistema económico y el sistema político estarían el uno y el otro amenazados de parálisis total. La población tendría miedo, y el papel dirigente recaería por fuerza en aquellos que ofrecen una salida fácil, no importa cuál fuese el precio final. Los tiempos estaban maduros para la solución fascista” (1).

En el capítulo “La historia en el engranaje del cambio social”, Polanyi escribe que “si jamás un movimiento político respondió a las necesidades de una situación objetiva, en lugar de ser la consecuencia de causas fortuitas, ese bien fue el fascismo. Al mismo tiempo, el carácter destructor de la solución fascista era evidente (porque) proponía una manera de escapar a la situación institucional sin salida que era, en lo esencial, la misma en un gran número de países, y sin embargo, ensayar ese remedio era diseminar por doquier una enfermedad mortal. Así mueren las civilizaciones”.

Seguidamente apunta que se puede describir la solución fascista al impasse en el cual se metió el capitalismo “como una reforma de la economía de mercado realizada a costa de la extirpación de todas las instituciones democráticas, a la vez en el terreno de las relaciones industriales y en el campo político. El sistema económico que corría el riesgo de un rompimiento debería así recuperar vida, mientras que las poblaciones serían ellas mismas sometidas a una re-educación destinada a desnaturalizar al individuo y a convertirlo en incapaz  de funcionar como unidad responsable del cuerpo político” (Pág. 305).

Polanyi añade que “la aparición de un movimiento de este tipo en los países industriales del mundo, e incluso en cierto número de países poco industrializados, no debería haber sido jamás atribuida a causas locales, a mentalidades nacionales o a herencias históricas, como los contemporáneos lo hicieron con mucha constancia”, subrayando que el fascismo tenía poco que ver con la primera Guerra Mundial o el Tratado de Versalles, y que hizo su aparición tanto en países vencidos como entre los vencedores, en países de “raza” aria como no aria, en naciones de tradición católica como protestante, en países de culturas antiguas o modernas, y que en realidad “no existía ningún tipo de herencia -de tradición religiosa, cultural o nacional- que hacía un país invulnerable al fascismo, una vez reunidas las condiciones para su aparición” (Págs. 305-306)

¿Cuáles son las condiciones que permiten la aparición del fascismo?

Polanyi, que vivió y analizó esa época, escribe que era sorprendente el ver cuán poca relación existía entre la fuerza material y numérica de los fascistas y su eficacia política: “aunque tuviera la habitud de ser seguido por las masas, no era el número de sus adherentes lo que atestaba su fuerza potencial, sino más bien la influencia de las personas de alto grado de las cuales los dirigentes fascistas habían conquistado los favores: ellos podían contar con su influencia sobre la comunidad para protegerlos contra las consecuencias de una revuelta abortada, lo que descartaba los riesgos de revolución”.

Un país que se aproximaba de la fase fascista presentaba ciertos síntomas, y entre ellos no necesariamente figuraba la existencia de un movimiento propiamente fascista. Pero Polanyi subraya que eran perceptibles otros signos al menos tan importantes: “la difusión de filosofías irracionales, de una estética racial, de una demagogia anticapitalista, de opiniones heterodoxas sobre la moneda, críticas al sistema de partidos, una denigración general del “régimen”, no importa cual fuera el nombre dado a la organización democrática existente”.

Y recuerda que Adolf Hitler fue catapultado al poder “por el clan feudal que rodeaba al presidente Hindenburg, así como Benito Mussolini y Primo de Rivera fueron instalados en sus puestos por sus soberanos respectivos. Por lo tanto Hitler podía apoyarse en un vasto movimiento; Mussolini, en uno pequeño; Primo de Rivera, él, no tenía apoyo alguno. En todos los casos no hubo una verdadera revolución contra la autoridad constituida; la táctica fascista era invariablemente la de un simulacro de rebelión que tenía el acuerdo tácito de las autoridades, las cuales pretendían haber sido desbordadas por la fuerza” (Pág. 307).

Desde los años 30, según Polanyi, el fascismo era una posibilidad política siempre lista para ser usada, una reacción casi inmediata en todas las comunidades industriales. Y más adelante señala que no existía un criterio general del fascismo, que tampoco poseía una doctrina en el sentido ordinario del término: “Empero, todas esas formas organizadas presentaban un rasgo definitivo, la brusquedad con la cual aparecían y desaparecían () para estallar con violencia después de un período indefinido de latencia. Todo eso concurre a la imagen de una fuerza social en la cual las fases de crecimiento y declive siguen la situación objetiva. Eso que nosotros hemos llamado, para ser breves, una “situación fascista”, no era otra cosa que la ocasión típica de victorias fascistas fáciles y totales. De golpe, las formidables organizaciones sindicales y políticas de los trabajadores y de otros abnegados partidarios de la libertad constitucional se dispersaban y los minúsculos grupos fascistas barrían lo que hasta entonces había parecido una fuerza irresistible de los gobiernos, de los partidos, de los sindicatos democráticos. Si una ‘situación revolucionaria’ se caracteriza por la desintegración sicológica y moral de todas las fuerzas de resistencia, al punto que un puñado de rebeldes armados sumariamente son capaces de tomar por la fuerza las ciudadelas consideradas como inconquistables de la reacción, entonces la ‘situación fascista’ es totalmente paralela, a no ser que, en ese caso, son los bastiones de la democracia y de las libertades constitucionales que fueron arrasados; sus defensas eran de una insuficiencia también espectacular”.

En Prusia, en julio de 1932, -continúa el intelectual húngaro-, el gobierno legal socialdemócrata, atrincherado en la sede del poder legítimo, capitula ante la simple amenaza de violencia inconstitucional proferida por Her von Papen. Unos seis meses más tarde, Hitler toma pacíficamente posesión del poder, de donde él lanza rápidamente un ataque revolucionario de destrucción global contra las instituciones de la república de Weimar y los partidos constitucionales. Imaginar que es la potencia del movimiento lo que creó situaciones como éstas, es pasar al lado de la lección primordial de las últimas décadas” (Pág. 308).

Más adelante Polanyi destaca que en su lucha por el poder político, el fascismo se otorga completa libertad para “descuidar o utilizar las cuestiones locales, a su voluntad. Su objetivo trasciende el marco político y económico; es social. Él pone una religión política al servicio de un proceso de degeneración. En su período de ascenso, no excluye de su orquesta que muy raras emociones; pero, una vez vencedor, él no deja subir a su carro de la victoria que un muy pequeño número de motivaciones, motivaciones muy características.  Si no hacemos una neta distinción entre su seudo-intolerancia en la ruta hacia el poder y su verdadera intolerancia cuando están en el poder, no hay mucha esperanza de poder comprender la diferencia sutil, pero decisiva, que existe entre el simulacro de nacionalismo de ciertos movimientos fascistas en el curso de la revolución y el no-nacionalismo específicamente imperialista que abrazaron después de la revolución” (Pág.331).

Es así que la “solución fascista” parece ser una consecuencia inevitable del atascamiento del “sistema de mercado” en los ocasos imperiales. En el ocaso imperial británico, que ocurre con la primera Guerra Mundial, entra en crisis el sistema de mercado, el laissez-faire, y como nos recuerda Polanyi “el papel jugado por el fascismo estuvo determinado por un único factor, el estado del sistema de mercado. En el curso del período 1917-1923, los gobiernos pidieron ocasionalmente la ayuda de los fascistas para restablecer la ley y el orden: no era necesario nada más para hacer funcionar el sistema de mercado. El fascismo se mantuvo embrionario. En el curso del período 1924-1929, cuando el restablecimiento del sistema de mercado parecía asegurado, el fascismo se borra totalmente en tanto que fuerza política (salvo en Italia, como Polanyi señala más adelante). Después de 1930, la economía de mercado entra en crisis, y en crisis general. En pocos años el fascismo deviene una potencia mundial” (Pág. 312).

El corporativismo como solución al impasse del capitalismo en los años 30

A partir de los primeros años de la década de 1930 el fascismo y su política corporativista pasaron a ser “la” solución capitalista al derrumbe de la sociedad de mercado en Alemania, Italia y luego en otros países europeos, al punto que esta “solución” que salvaba el capitalismo industrial despertó mucho interés en los círculos de poder político de otra buena cantidad de países, incluyendo a figuras políticas en Gran Bretaña y EE.UU.

En definitiva, extirpando la democracia y la libertad de todas las instituciones políticas, industriales y sociales el fascismo permitió la continuidad del capitalismo industrial basado en la explotación del trabajo asalariado, y en Alemania, Italia y Japón liberó las fuerzas de la expansión imperial, de la conquista de países y regiones enteras.

El fascismo fue imperialista, racista, anticomunista y brutal a más no poder, pero en lo económico su corporativismo basado en un concordato entre el Estado, las grandes industrias, los bancos y los sindicatos bajo control fascista, durante un muy breve lapso de tiempo creó empleos y alejó de las masas que podían ver una alternativa en el socialismo el temor al desempleo y a la miseria.

El desarrollo de las infraestructuras, el aumento de la producción militar y de todos los sectores destinados a concretar los planes de guerra para una expansión imperial desarrolló la capacidad industrial y enriqueció a los grandes capitalistas. Las grandes fortunas que los capitalistas amasaron con el desarrollo económico y las industrias de la maquinaria de guerra de Alemania, Italia, Japón (y en Francia bajo el régimen pro-nazi del Mariscal Petain) están ahí, más poderosas que nunca porque en su mayor parte no fueron tocadas.


1.- Citas del libro de Karl Polanyi, La Grande Transformación, edición Gallimard, 1983, traducidas al español por el autor del artículo. La primera corresponde a la página 304. En las siguientes citas el número de la página figura al final de cada párrafo citado.

Montreal, Canadá.




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Dos ideas básicas ...


1. El Neoliberalismo es la antesala del Neofascismo y Neonazismo ...
2. No es nuevo lo del fascismo ... el Ku Klux Khan, y el Mc Cartismo en EE UU en los 50´s ,
El Plan Cóndor en América del Sur en los 70´s
Las Guerra civiles en Nicaragua y el Salvador en los 80´s
La Traición hacia Argentina para favorecer a Inglaterra en la "Guerra de las Malvinas" en los 80´s
La Invasión a Grenada en 1984
La Invasión a Panamá en Diciembre de 1989, incluyendo la desaparición de todo una zona residencial humilde o "Barrio" llamado Chorrillos
La Guerra entre Irak e Irán -interjuego de potencias , en el fondo es la visión "halcón del pentágono o neo-fascista o neo nazista en sus aspectos más puros- en los 80´s
La Guerra de los Balcanes en los Noventa
Las Guerras civiles en África y la lucha por el dominio de sus recursos minerales, vegetales y por supuesto , humano. Por ejemplo, Somalia en los Noventa y principios del 2000
Luego, del MUY SOSPECHOSO EN SUS ORÍGENES , ATENTADO DEL 11 DE SEPTIEMBRE DE 2001 , las Guerras sucesivas de Afganistán, Irak, Libia, Siria y ahora la posible Secesión de Ucrania y posterior -que nunca pase- Guerra Civil,

El Sempiterno sojuzgamiento de los Palestinos por los Gobiernos de Israel , donde ya es oficial la voluntad de derribar el Templo de la Roca para a partir de sus ruinas construir el NUEVO TEMPLO DE SALOMÓN ...

Y el templo de la Roca es el tercer lugar sagrado en importancia para la Fe Musulmana en el Mundo - más de 1500 millones de miembros en todo el mundo- DESPUÉS DE LA MECA Y MEDINA , EL TEMPLO DE LA ROCA .

Ahora en el 2014 es Ucrania y Venezuela , luego buscarán irritar a China ... y Rusia ,

Con Venezuela, el poder fascista en el mundo busca SOJUZGAR A TODA AMÉRICA DEL SUR Y LAS ANTILLAS Y COBRAR CARO NUESTRO DERECHO A LA DIGNIDAD Y A LA LIBERTAD DE DECIDIR VIVIR UN MUNDO SIN ELLOS COMO PROTAGONISTAS .

Así que mi tesis es que el FASCISMO Y EL NAZISMO NO ES QUE REGRESAN ... NUNCA SE MARCHARON . SÓLO ESTABAN DISFRAZADOS ... se acerca cada vez más la Tercera Guerra Mundial combinando ataques atómicos, algunos enfrentamiento directos y la mayoría de enfrentamientos regionales como guerras civiles con intervenciones internacionales.

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Así lo veo.

Lobo Solitario 1

Hitler, su fantasma, su proyecto sigue en Berlín , en Bruselas y en Washington D.C. y los judíos sionistas actuales no saben que están trabajando para "otros" ...! pues, en algún momento ...  paaam 

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Mensaje por lilian Jue Mar 06, 2014 4:44 am

Esos son la famosa"elite" no?? es asi??
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Mensaje por lilian Dom Mar 09, 2014 6:04 am

2014-03-07
Disolución social y fascismo neoliberal (II)

Alberto Rabilotta



Al igual que las “ofertas” de los mafiosos, las del imperio neoliberal no pueden ser rechazadas sin fatales consecuencias. Cuando el presidente de Ucrania, Víctor Yanukóvich, decidió a mediados de febrero pasado no firmar el acuerdo de comercio con la Unión Europea (UE), Estados Unidos (EE.UU.) pasó al acto inmediatamente con un golpe de Estado que fue llevado a cabo con el concurso de fuerzas fascistas previamente entrenadas, y cuya extrema violencia quedó plasmada en fotos y videos.

Los fascistas son ahora los comparsas y la guardia pretoriana de los oligarcas neoliberales asignados por EE.UU. para tomar el poder en Kiev, respetando el guión revelado en la conversación telefónica filtrada entre la subsecretaria de Estado Victoria Nuland y el Embajador estadounidense en Kiev. Y como esos ladrones pescados con las manos en un bolso ajeno que para salvarse corren y gritan “al ladrón!”, la reacción de Washington y sus aliados de la UE ha sido la de vociferar acusaciones contra Rusia por todo lo sucedido.

Esta crisis es muy grave, y en EE.UU. y la UE están actuando para que del plano de la política y la diplomacia se llegue al terreno de la agresión económica, financiera y comercial, sin que se excluya explícitamente la confrontación militar. Y esto a pesar de que en lo referente a Crimea, el Presidente Vladimir Putin sólo ha hecho lo que está permitido dentro de los límites de los acuerdos de Rusia con Ucrania.

Rusia no está sola y las acciones que el campo del imperialismo neoliberal emprenda más allá de ciertos límites puede llevar a que muchos países, entre ellos China, se definan, y eso puede ser más que suficiente para poner en crisis el sistema financiero, monetario y económico mundial.

Y si el imperialismo neoliberal está arriesgando tanto por implantar a la fuerza y con la ayuda de los fascistas, el neoliberalismo en Ucrania, y agreguemos en Venezuela y otros muchos países en América latina y el resto del mundo, eso no es signo de fuerza, sino de descontrol y debilidad.

Al tratar de explicar el “desvanecimiento” del imperio estadounidense, el autor y editor Tom Engelhardt comienza planteando, en su artículo “A New World Order?, en tomdispacht.com (2-3-2014), que “parece que hay algo nuevo bajo el sol. Hablando geopolíticamente, cuando se trata de la guerra y los principios del imperio, quizás nos hallamos en territorio no explorado. Miren en torno suyo y verán un mundo a punto de ebullición. De Ucrania a Siria, de Sudán del Sur a Tailandia, de Libia a Bosnia, de Turquía a Venezuela, las protestas ciudadanas (de izquierda y de derecha) están incitando no sólo desorganización, sino más vale a lo que parece ser el desensamblado (de-organisation en inglés), una creciente puesta en tela de juicio del estatus unitario de los Estados, grandes y pequeños, viejos y nuevos. Guerra civil, violencia y luchas internas de diverso tipo están visiblemente en alza. En varios casos hay países extranjeros interviniendo, pero en cada caso el poder del Estado parece diluirse sin que sea una ganancia para otro poder estatal. Por eso planteo esta pregunta: ¿En dónde se localiza exactamente el poder en estos momentos en nuestro planeta?”.

Empezando por el comienzo

Es difícil, por no decir imposible, entender lo que está sucediendo en el mundo contemporáneo sin primero interpretar el efecto que los cambios estructurales de las últimas décadas en el modo de producir capitalista han tenido sobre las economías, el poder político y las sociedades de los países dominantes y dominados.

Edgardo Mocca, en el diario argentino Página/12, escribe –y voy a citarlo extensamente-, que “la imparable vocinglería mediática provocadora y desestabilizadora a que asistimos tiene una serie de implicancias políticas y culturales que suelen ser insuficientemente consideradas, tanto entre quienes las ignoran deliberadamente a la hora de analizar la política como en alguna de las miradas críticas que tienden a ver la relación entre los medios y la sociedad como un mero fenómeno de manipulación y creación artificial de estados de ánimo” (1)

Apoyándose en “la magistral reconstrucción del pensamiento del sociólogo argentino Oscar Landi que realiza Eduardo Rinesi en su libro ¿Cómo te puedo decir?”, Mocca nos recuerda que en el caso argentino, y esto puede ser válido para el resto del mundo, “la sociedad actual es el resultado de un conjunto de experiencias políticas que se desarrollaron en los últimos cuarenta años en el contexto de una mutación radical a escala planetaria del mundo laboral, social y cultural en el que vivimos, una mutación que tiene en su núcleo la cuestión política, la cuestión del poder”.

Y más adelante, siguiendo las ideas de sociólogos como Richard Sennett o de filósofos como Zygmut Bauman y Horst Kurnitzky, apunta que “la mutación mundial es, ante todo, la afirmación de una nueva hegemonía cultural y política, la de un bloque social organizado alrededor de las nuevas formas de dominación económica que tienen en su centro al capital financiero. Se trata del capital desterritorializado por excelencia, el que no necesita fábricas ni concentraciones de trabajadores, el que puede moverse sin límites a través del planeta. No es mera dominación, es hegemonía porque tiene la capacidad de formar el sentido común predominante, no solamente por su capacidad innegable de manipularlo a través de gigantescas agencias de formación de opinión, sino principalmente porque ese sentido común corresponde a una manera nueva y distinta de vivir (cuya esencia) es la dispersión, la desagregación social, el individualismo extremo. Es el modo de vivir que corresponde al desmantelamiento de la sociedad industrial y salarial, a la flexibilización de las relaciones laborales, al debilitamiento de las viejas formas productivas fondistas y el auge de los servicios, puestos a disposición de un impulso consumista que se mueve en forma vertiginosa”.

La destrucción creadora del capital


Al economista Joseph Schumpeter se le atribuye la definición de que “la destrucción creadora”, que empresas o sectores económicos se desplomen, es parte esencial del capitalismo porque permite una reconstrucción y nuevas bases para la reproducción del capital. La destrucción económica y social es una herramienta que desde el inicio el capitalismo utilizó en todas las sociedades que encontró en su camino, porque este sistema es incapaz de funcionar sin un mercado libre de trabajo, como decía Karl Marx.

Ya no existe esa “sociedad sólida” que muchos califican de “fordista” por las líneas de producción que juntaban a cientos o miles de trabajadores, que habitaban en los barrios obreros y constituían parte esencial de esa sociedad burguesa que el filósofo y sociólogo Zygmut Bauman describe como un “obligado matrimonio” entre la clase burguesa y la clase trabajadora, que siempre fue tenso y lleno de disputas, pero que excluía el divorcio porque el capital sólo existe si hay trabajo asalariado, lo que obligaba a las partes en lucha a negociar convenciones laborales que devinieron las reglas sociales, legales y de convivencia de la civilización industrial..

Esa sociedad sólida ha dejado de existir en los países del capitalismo avanzado, para dar paso a una sociedad líquida, fluida, en la cual el trabajo, cuando existe, ha pasado a ser una mercancía más, y que como tal está fuera de la protección que aseguraba el “contrato social” ganado a través de las luchas sindicales y políticas. En otras palabras, la economía fue liberada, desincrustada de la sociedad.

Bauman escribe, en su libro “Modernidad Líquida”, que en esta sociedad, “víctimas de las presiones individualizadoras, los individuos están siendo progresiva pero sistemáticamente despojados de la armadura protectora de su ciudadanía y expropiados de su habilidad e interés de ciudadanos. En estas circunstancias, las perspectivas de que el individuo de jure se transforme en un individuo de facto (o sea, aquel que controla los recursos indispensables de una genuina autodeterminación), son cada vez más remotas. El individuo de jure no puede transformarse en un individuo de facto sin primero convertirse en ciudadano. No hay individuos autónomos sin una sociedad autónoma, y la autonomía de la sociedad exige una autoconstitución deliberada y reflexiva, algo que sólo puede ser alcanzado por el conjunto de sus miembros” (página 46 del libro citado).

¿Hay fascismo en Venezuela?

El gobierno venezolano califica de “fascistas” los grupos que están efectuando actos de violencia como una forma de protesta que busca derrocar el gobierno constitucional, que han tratado de tomar edificios gubernamentales y causado muertes, destrozos importantes y que paralizan el tráfico y las actividades normales en ciertas municipalidades, y afirma que estos grupos han recibido diversos tipos de apoyo de EE.UU. y de las fuerzas que aún controla el ex presidente colombiano Álvaro Uribe, un peligroso sociópata aliado de Washington.

En dos párrafos (17 y 18) del artículo anterior (2) cité lo que el historiador de la economía Karl Polanyi caracteriza como grupos o movimientos fascistas, y es evidente que tanto los ingredientes como las condiciones culturales, sociales y políticas, así como los apoyos internos y externos, están presentes para el desarrollo de grupos fascistas en Venezuela, y en muchos otros países.

Quizás por su desarraigo de todo lo que haya sido o sea el concepto y la realidad de patria, nación o país, que estaba de más mientras estuvo asociada al imperialismo para explotar el país, la oligarquía y la burguesía consumidora venezolana estuvo condenada a ser lo que es, una clase que se ha vuelto más pro imperialista, antinacionalista y extremista a medida en que guiado por Hugo Chávez el pueblo venezolano fue avanzando en la construcción de una consciencia nacional, rescatando su valiosa y magnifica historia, fortaleciéndose cultural, social y políticamente, y creando las bases de la verdadera patria que tanto faltaba.

¿No podemos decir lo mismo de las oligarquías y burguesías de Argentina, con su reacción visceral ante el rescate nacional que logró el liderazgo de Néstor Kirchner y ahora de Cristina Fernández de Kirchner, y las de otros países? Estas irreductibles oligarquías y burguesías nuestras son la máxima expresión de la mutación de que habla Mocca, de esa hegemonía social y cultural del consumismo, que desgraciadamente también afecta a las clases medias, a nuestras juventudes, al conjunto de nuestras sociedades.

Hay que ver lo que no vemos o no queremos ver

El escritor, columnista y amigo Carlos Fazio, quien en México ha investigado la cuestión de la violencia organizada al servicio del poder y del sistema imperialista, empieza su último análisis en el diario La Jornada de México, titulado “Sobre mitos, crimen y política” (3 de marzo 2014) citando al comisario divisionario Jean-François Gayraud, de Francia y especialista en el crimen organizado, para quien “la realidad no se oculta, somos nosotros los que la negamos”, y continua señalando que “el auténtico peligro es aquello que no se ha visto o no se ha querido ver, que se ha subestimado o no se ha creído. En plena sociedad del espectáculo, lejos del sensacionalismo de los medios, los grandes grupos de la economía criminal son el lado oscuro de la globalización”.

Hay que empezar a reconocer la realidad, lo que hemos devenido socialmente en la sociedad de consumo bajo la egida neoliberal, que afecta a todo el mundo. Nada ni nadie está a salvo, ni siquiera Cuba, como nos recuerda el filósofo cubano Fernando Martínez Heredia en una crítica titulada “Revolución, cultura y marxismo”, donde subraya los desafíos políticos, sociales y culturales que enfrenta la Revolución Cubana: “En 2011 escribí un texto acerca del enfrentamiento crucial que vive el mundo, en el que incluía, como es imprescindible, la guerra cultural mundial, estrategia principal del imperialismo en ese conflicto. Permítanme hacer una larga cita de ese texto, en aras de nuestro objetivo: Cuba no está fuera de esa guerra: somos un objetivo especial de ella, porque los expulsamos de aquí y hemos resistido con éxito al imperialismo durante más de medio siglo. Ellos quieren restaurar en Cuba el capitalismo neocolonizado, y para nosotros no hay opciones intermedias”.

Y, aunque la cita sea larga, vale la pena reproducir el resto de lo que Martínez Heredia escribió, porque está hablando de todos nosotros, no sólo de Cuba: “Una entre otras tareas sería trabajar contra las formas cotidianas en que se siembra, difunde y sedimenta ese control, sobre todo las que parecen ajenas a lo político o ideológico, e inofensivas. Por ejemplo, a través del consumo de un alud interminable de materiales se intenta norteamericanizar a cientos de millones en todo el planeta, en cuanto a las imágenes, las percepciones y los sentimientos. A veces tratan cuestiones políticas, con enfoques variados —aunque prima el conservatismo—, pero la proporción es ínfima en relación con las cuestiones no políticas. Lo decisivo es familiarizar y acostumbrar a compartir con simpatía las situaciones, el sentido común, los valores, los trajines diarios, los modelos de conducta, la bandera, las aventuras de una multitud de héroes, las ideas, los artistas famosos, los policías, la vida entera y el espíritu de EE.UU. Sin vivir allá ni aspirar a una tarjeta verde. Es suicida quien cree que esto es solamente un entretenimiento inocente para pasar ratos amables”.

“¿Qué es noticia al servicio de la dominación, para qué, cómo se trabaja, cuánto dura? En este campo tan crucial para la ideología coexisten los análisis espléndidos o rigurosos de especialistas, que lo muestran o explican muy bien, con el tratamiento que suele darse en la práctica a la información y la consecuente formación de opinión pública. Se ven y se oyen materiales que constituyen propaganda imperialista acerca de los hechos que realizan contra los pueblos, sin hacerles ninguna crítica, o se repiten sus términos, como el que le llama “servicio internacional” a su ejército de ocupación de un país. No basta con hacer divulgación o propaganda antiimperialistas, si ellas conviven con mensajes imperialistas y fórmulas confusionistas. (…)

“No es posible ser ciego: están tratando de convertir en hechos naturales hasta sus mayores crímenes, en asunto de noticias sesgadas y empleo de palabras más o menos comedidas. Su apuesta es lograr que los activistas sociales y los intelectuales y artistas que son conscientes y se oponen queden solos y aislados en sus nichos, y sus productos sean consumos de minorías, mientras las mayorías conforman una corriente principal totalmente controlada por ellos. El apoliticismo y la conservatización de la vida social son fundamentales para el capitalismo actual.”(3)

La fatal aculturación neoliberal

La aculturación se ha convertido en un instrumento de disolución social a distancia, de propagación de subversión y de dominación, porque a través de los ubicuos programas de televisión y los videojuegos nos enajenan de nuestra realidad y siembran la violencia individual, el crimen y la violencia social. Con el narcotráfico, expandido a escala universal por las políticas de la CIA para financiar a la contrarrevolución en Centroamérica, nos han impuesto una violencia criminal que no reconoce fronteras. Como dice Carlos Fazio, “la globalización de la economía neoliberal ha ido acompañada de la globalización de la violencia criminal”.

No podemos seguir ignorando el impacto social, cultural y político que tiene el problema de esta aculturación, sobre todo porque los avances en la electrónica y las telecomunicaciones permiten que hoy día cientos o miles de millones de niños, jóvenes y adultos tengan acceso a la panoplia de los “videojuegos” y “entretenimientos”, que se enajenen con la violencia, que se desensibilicen con la banalización del acto de matar y que adopten las subculturas profundamente antisociales subyacentes en esos “juegos”, que por otra parte minan o destruyen los sentimientos básicos del ser humano, como el altruismo, la solidaridad, el amor por el prójimo (4).

El fascismo forma parte del código genético del capitalismo, y es mediante la sociedad de consumo, o sea a través de los bienes físicos y en la aculturación implícita en los “bienes culturales”, que la ideología del fascismo está actualmente siendo transmitida a todo el mundo.

Por eso estamos viendo, en un contexto económico, político y social totalmente diferente al ucraniano o europeo, como es el de Venezuela, un país que respeta a más no poder la democracia, que ha hecho progresos económicos, sociales, educativos y culturales inimaginables antes de que Hugo Chávez llegara al gobierno, que el imperio estadounidense encuentra grupos para promover, financiar y organizar la violencia fascista contra el Estado, contra sus instituciones y el poder social y político de la Revolución Bolivariana.

Dicho de otra manera, el virus fascista ya está en todas partes con la universalización del sistema neoliberal, en las formas de aculturación profundamente individualistas, antisociales y violentas que están incorporadas en la concepción misma de que la sociedad no existe (Margaret Thatcher), del irracionalismo que supone que el individuo solo puede alcanzar su plenitud fuera (y hasta en contra) de la sociedad.

La batalla por la realidad

El sociólogo brasileño Emir Sader nos recuerda, en un reciente artículo (5), que “el movimiento de gobiernos progresistas en América Latina vino para superar y dar vuelta a la página del neoliberalismo” y que estos “han atacado los puntos más débiles del neoliberalismo: la desigualdad social, la centralidad del mercado, los acuerdos de libre comercio con Estados Unidos. La derecha de cada país y Washington, perdieron capacidad de iniciativa”.

Pero, señala en sus conclusiones, hay “que tomar en cuenta el marco general de la hegemonía conservadora, incluyendo las formas de vida y de consumo exportadas por Estados Unidos y asumidas por amplias capas de la población, el monopolio de los medios de comunicación y los otros factores que componen el período histórico que vivimos en América Latina”.

“Hay que denunciar siempre las maniobras de la derecha y de su gran aliado, el gobierno de los Estados Unidos, pero hay que tener conciencia que, cuando logran retomar iniciativa y logran imponer reveses a las fuerzas progresistas, es porque han encontrado errores de esas fuerzas. Es hora de un balance de las trayectorias recorridas por esos gobiernos, desde el triunfo de Hugo Chávez en 1998, pasando por todos los avances y los tropiezos desde entonces, en la perspectiva de la formulación consiente de estrategias de hegemonía pos neoliberales, tomando en cuenta las fuerzas propias y las de los adversarios, así como nuestros objetivos estratégicos”.

“Ellos siempre actuarán conforme a sus intereses y objetivos. Nos toca tener claros los nuestros, hacer balances constantes y actuar de forma coordinada en la perspectiva de nuestros objetivos”

Es muy saludable que en los últimos tiempos cierto número de periodistas, comunicadores, sociólogos e intelectuales de nuestra región hayamos comenzado a poner la debida atención en toda esta problemática. Quizás es el resultado o el camino hacia la formación de esa “inteligencia social” a la que Karl Marx hace alusión en los Grundrisse, precisamente cuando trata de las condiciones sociales que también forman parte de la infranqueable barrera que hará “saltar por los aires” el capitalismo.

Montreal, Canadá.

- Alberto Rabilotta es periodista argentino - canadiense.

1.- Edgardo Mocca, Los medios en discusión, Página/12
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2.- La “solución fascista” en el neoliberalismo contemporáneo: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

3.- Revolución, cultura y marxismo, por Fernando Martínez Heredia, en el portal La jiribilla: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

4.- Ver el excelente documental de Jos de Putter, titulado « Beyond the game”. Una versión en inglés está disponible en el portal del autor: [Tienes que estar registrado y conectado para ver este vínculo]

5.- Emir Sader, “Ellos y nosotros. Hacia la hegemonía posneoliberal”:
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